viernes, 23 de junio de 2017

El falso cuerno del rinoceronte


No es habitual encontrarse con una novela tan mundana que llegue a destacar, con personajes "normales", planteando situaciones "cotidianas" y que hable de nuestras miserias con total naturalidad.

Y se agradece.

Siento si suena a pura vaguería, nada más lejos de la realidad, pero parece que hoy en día o lees novelas superenmarañadas o textos que ni su propio creador parece tomarse del todo en serio.

Me gustan las novelas con tensión pero uno tiene su límite para la sordidez. No es posible estar viendo según que cosas a todas horas o, como habría dicho mi abuela, te volverías tararí (aunque ella movería el dedo haciendo círculos sobre su sien)

También hay límite a esas historias donde superhombres (o mujeres) con un coeficiente intelectual por encima de los genios, con una capacidad pasmosa para desarmar tramas requeteintrincadas con apenas un par de ídeas y un chicle, consiguen salir airosos de casi cualquier lance cuando uno mismo, mísero en su propio ser, tiene problemas a veces hasta para cambiar una bombilla.

E incluso la novela social, de la que soy devoto, a veces tiene demasiado de "denuncia" o de "visita guiada" por otras latitudes y te supone un pequeño esfuerzo adicional, sin llegar a generarte "identificación plena con lo que es".

Ana Muela consigue en "El falso cuerno del rinoceronte" agradarme al no caer en nada de lo anterior y eso, en el momento en que lo leí, no tenia precio.

Me ha gustado recorrer Madrid de su mano. 

Quizás es una zona limitada, ni especialmente bonita ni muy turística, alejada de mi marco de actuación normal, pero es una ciudad (mi ciudad) y Gajanejos, su protagonista, refleja algunos de los comportamientos que puedo entender, comprender y compartir.

Quizás no habla de la crudeza de la crisis en todo su esplendor, pero sí de forma indirecta, con algunas de sus consecuencias. Menciona, además, los cambios en el entorno, algo del cambio de mentalidad de las últimas dos décadas de la sociedad española y muchos de los peros que nos limitan.

Muestra nuestra realidad simplemente describiendo la normalidad, lo mismo que vemos los que recorremos sus calles día tras día, con naturalidad. Esos que disfrutamos y valoramos con una buena tortilla de patata o unas lentejas para chuparse los dedos.

Lo cuenta con un personaje que no está pletórico pero que no vive atormentado, que tiene sus prejuicios y que asume sus equivocaciones cuando lo vivido le muestra su error, que es capaz de reírse de sus carencias e intentar amoldarse a lo que viene. El mismo que se autoindulta como lo hacemos cualquiera de nosotros con nuestros defectos, el que sigue las normas aunque a veces le fallan y se agacha ante la autoridad pero sin protestar cuando le agravian.

Es Gajanejos un hombre visto con la mirada de una mujer. Quizás por eso se consigue el equilibrio perfecto en la descripción que permite la identificación con el personaje (en algunos aspectos al menos) pero también la sonrisa ante sus "carencias".

Conseguir ser fiel sin aburrir, mostrar sin describir, hacer sonreír sin ir de gracioso, es un arte. Requiere la capacidad de hacer algo muy difícil con una facilidad pasmosa, que es lo que consigue la escritora conquense.

Cierto que la novela empieza floja y que a Gajanejos se tarda en cogerle el punto (cuidadito, que al Kostas Jaritos de Petros Markaris también) pero una vez que entra es muy difícil sacarle.

A través de su mirada vemos el Madrid que ven los vecinos de la ciudad. Nada brillante, tampoco sórdido. Es nuestra mirada. La misma que a veces no se posa en nada y que otras, en cambio, se fija en algo que lleva cambiado 2 meses y al que hasta ahora nadie había prestado atención.

La trama se fija en personajes también de la zona media, ni vemos el lumpen ni a la jet set, así que cualquiera de ellos podría ser nuestro vecino, nuestro amigo o la el objeto de una lectura anónima en una sección de sucesos. 

Y todo en una lectura entretenida, que muestra hasta estratos de la Administración y sus perversiones, la inconsistencia del sistema y del ser humano que lo habita, nuestra mundanidad. El por qué de una sociedad corrupta que siempre encuentra una excusa para el escaqueo, la indolencia y el delinquir más vano.

Me quedo con la duda de si habrá más, espero que sí, porque sin ser el novelón del siglo está por encima de muchas medianias sin darse ningún tipo de aires.

Valoración: me ha gustado.

No hay comentarios: