jueves, 26 de mayo de 2011

Trilogía de Marsella: Total Keops, Chourmo y Soleá

No hay nada más duro que afrontar la realidad en toda su crudeza, sin cortapisas. Verse avocado a reconocer que uno no vive en el mundo "real", obligarse a salir de la burbuja que hemos creado a nuestro alrededor para protegernos de lo que hay “fuera”.

Susan Sontag escribió sobre las “metáforas” que usamos en la vida para no afrontar ciertas realidades y Eduardo Punset ha señalado la tendencia del cerebro a aislarnos de cuanto puede hacernos daño.

No sé que mecanismos permiten que esto pase, ni entiendo en qué momento el dolor ajeno ha pasado a resultar indiferente, pero sí que para que eso pase nos hemos envuelto en una capa de cinismo e incredulidad, de escepticismo y desconocimiento.

Con una sutileza inusitada, una prosa ágil, desprovista de subordinación y cargada de lirismo, la trilogía de Jean-Claude Izzo ha desbaratado todo el castillo de naipes que había construido a mi alrededor. Y lo ha hecho con una sensibilidad y un tacto exquisito, en una narración que va “in crescendo”, acompasada, sin necesidad de precipitar las cosas.

“Total Keops” mostraba el desamparo de los habitantes de las barriadas marsellesas, las primeros atisbos de la corrupción que impregna las calles de la ciudad francesa, los abusos de la policía.

De la mano de Fabio Montale, cuyo ocaso comienza en esta primera novela, nos veíamos obligados a aceptar la dura realidad, el tono gris que impregna un mundo donde, por mucho que uno busque una justificación para cuanto acontece, al final sólo queda admitir la triste realidad: las cosas pasan porque tienen que pasar y vivir supone seguir adelante sin importar  lo que te lance la vida.

Atrás quedan las miradas críticas y las fórmulas sencillas. No todo el mundo tiene la oportunidad de hacer algo con su vida, no siempre existen alternativas para escoger... la vida para algunas personas es un camino unidireccional que deben recorrer les lleve donde les lleve, sin opción a elegir. La  misma sociedad les ha ido aislando.

“Chourmo” fue la calma antes de la tormenta. Nada más empezar desmontaba el atisbo de felicidad con que terminaba la novela anterior.  Proseguía el proceso de desgaste de Montale, desenraizándole, privándole de un poco más de su humanidad, llevándole al límite.

Es cierto, como repite el personaje en varias ocasiones (posiblemente para autoconvencerse) que  ni siquiera entonces se manchó las manos de sangre pero tampoco logró  "salir de rositas", cada vez más sumergido en los recuerdos del pasado, más a disgusto con lo que le ofrece la vida, más resignado.

“Soleá” ha sido la culminación perfecta. La confrontación entre el pasado al que el protagonista se aferra y una realidad mancillada por una Mafia omnipresente que ha podrido todas las estructuras de la sociedad. Campan a sus anchas actuando con total impunidad, auspiciados por quienes ostentan el poder en la sociedad.

En varias de las novelas de Donna Leon y en “La muerte de Amaia Sacerdote” de Andrea Camilleri la Mafia tiene un papel trascendental, pero mientras que la escritora americana deja siempre un mínimo de esperanza, algo a lo que agarrarse  y el casi octogenario italiano opta por utilizar el humor para edulcorar un poco el resultado, la obra de Izzo cierra las puertas a cualquier ilusión, niega cualquier posible engaño. 

Su última novela de la trilogía es el “canto del cisne” de la inocencia, los principios y  los límites. Es la confrontación con la realidad en su expresión más cruda. La sociedad necesita un cambio pero ¿estamos dispuestos a aceptar los riesgos que supone cambiarla?¿quién va a ser el martir que acepte enfrentarse a toda una organización que actúa sin limitación alguna, sin respetar la vida, atacando a quienes queremos sin piedad?

La Trilogía de Marsella acaba con la situación de superioridad e indiferencia de expresiones como “los menos favorecidos”, "yo sólo juego con las cartas que me han tocado" o “algo habrán hecho para merecérselo”. Como bien explica el autor sin necesidad de decirlo con palabras, todos somos potenciales “víctimas” de quienes ahora dirigen nuestros destinos. Un mal paso cualquier día, un incidente aparentemente sin trascendencia y.... 

Lo cierto es que las cosas malas les pueden pasar a cualquiera y mirar hacia otro lado no lo va a evitar. ¿En algún momento Leila, Mavros, Félix, Babette o el propio Montale hacen algo mal? ¿en qué momento habríamos actuado cualquiera de nosotros de otra forma?

Pero sobre todo la trilogía habla de nosotros como personas, de nuestros miedos, de nuestros fracasos y de nuestras limitaciones y, sobre todo, de la imposibilidad de seguir viviendo sin esperanza, sin amor y sin ilusión. Habla de la pérdida, de la nostalgia por aquellos tiempos que siempre fueron mejores, por quienes se han ido... de la soledad y de la desesperación al ver como nos van arrebatando los últimos retazos que nos mantienen unidos al mundo.


Lo hace con dulzura, a ritmo de guitarra española y de rap francés, lo hace con citas de novelistas, pero sobre todo, lo hace en silencio, sin poner nombres, sin decirnos que hacer ni contar cuál es el remedio para los males que nos acechan, dejándonos sumergidos en la reflexión en un intento  por averiguar porque nos identifiquemos tanto con su protagonista, cómo es posible que su creador haya sido capaz de plasmar en palabras todo lo que en un momento dado hemos podido sentir.

viernes, 20 de mayo de 2011

Jhereg - The Vlad Taltos series (vol. 1)

A la hora de valorar una novela de fantasía te encuentras con dos públicos totalmente distintos: los incondicionales del género y los detractores.

A los primeros espero que no haga falta mucho para convencerles, si lo prueban les va a gustar. Se que bastaría con establecer un paralelismo acertado con algún autor conocido, pero la serie que me viene a la cabeza es la de Miles Vorkosigan, de ciencia-ficción, y no termina de hacerle justicia.

Los detractores son harina de otro costal, las variantes casi infinitas, entre otros:

Sujeto A: El que lleva 300 páginas y sigue sin enterarse de nada, ni qué es un Gnoll, ni porque hay tipos que tienen las orejas puntiagudas, ni porque hay tantos dioses en ese mundo.

Sus frases más célebres serían del tipo: ¡Ya está bien de tanto galopar para un lado y para otro, menudo mareo! o ¡Vaya por Dios, ya está el tipo este cogiendo algo del suelo, déjaloooo, que te vas a meter en un lío!

Sujeto B: El que cuando lleva 300 páginas de la misma novela y está metido en la trama, se da cuenta de que sólo quedan 100 más para terminar y empieza a resignarse, maldiciendo entre resoplidos ¡otra vez a esperar para saber como se resuelve todo! ¿vencerá Castor a “El señor oscuro”?, ¿acabará Philipa traicionando a sus amigos?

Ya empieza a estar hasta el gorro, lleva 8 novelas a 24 euros cada una y aún no sabe cómo va a acabar todo. Para más inri, el autor acaba de hacer público que cree que en total van a ser 16. ¿Lo podría haber dicho antes, no?

Sujeto C: El que tras acabar las dichosas 300 páginas de antes ¡quiere un Gnoll en su vida!. Pero está triste, 200 páginas más y la historia se habrá acabado. No habrá más Gnolls, ni Castor, ni Philipa, ni nada de nada.

200 páginas para terminar... y no quiere que eso suceda.

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La serie de novelas de Vlad Taltos puede contentar a cualquiera de los sujetos anteriores.

Frente a la tendencia actual a crear series donde las novelas conforman un todo único para contar una historia, Steven Brust ha optado por crear historias autoconclusivas, lo que permite su lectura individual e incluso desordenada, sin que suponga perjuicio ni pérdida de información alguna (para alegría del sujeto B).

Al dar el protagonismo a los personajes y no a la trama, permite a cualquier lector entusiasta volver a reencontrarse no sólo con el mundo de Dragaeria, sino con Vlad Taltos y el resto de protagonista (para regocijo del sujeto C)

Mientras, el íncredulo sujeto A “erre que erre”, se alegra por B y por C, pero sigue sin habérsele perdido nada en la sección de Fantasía y desde luego, ¡¡sigue sin saber que ****** es un Gnoll!!

Para ese cinico y gris personaje sólo puedo decir que el estilo narrativo creado por Steven Brust es terriblemente dinámico, basado en los diálogos y reduciendo las descripciones a su mínima expresión.

Dota a la novela de una agilidad poco frecuente, evitando abrumar con los detalles o saturar al lector con un ingente volumen de información, en ocasiones innecesario, alcanzando ese difícil equilibro entre enriquecer la narración y permitir que la imaginación del lector complete la obra con detalles que no son determinantes para la novela. Que al Sujeto C, le gustan los tabardos a topos, ¡¡pues adelante!!.

Se acabaron los largos desplazamientos a caballo y los interludios descriptivos aderezados por pasajes nostálgicos o por canciones que acabas saltándote en cuanto puedes. Aquí los desplazamientos se realizan por medio de hechicería... ahora estamos en el despacho de Vlad y en la línea siguiente estás en el restaurante o en el Castillo Negro. ¡¡Así, sín más!!

Sin grandes descripciones, sin desplazamientos, sin galopadas ni huídas intrépidas ante el peligro, ¿queda algo?

Pues sí...duelos dialécticos, sarcasmo, ironía y humor (sin caer en la parodia o en la pantomima); un estudio detallado de la situación y de las posibles complicaciones y riesgos; algún “yo sé-que el sabe-que yo sé que...” que no tiene nada que envidiar al juego intelectual de "La princesa prometida"; una explicación sobre la creación de los distintos clanes dragaeranos que, rozando la ciencia-ficción, resulta de lo más interesante y un elenco de personajes cuando menos singular: Loiosh (el "familiar" de Vlad), Kragar (el segundo en la organización), Cawti (la amante esposa con quién contrajo matrimonio a pesar de que lo había matado) y muchos, muchos más.

Una novela que ofrece algo distinto a lo habitual... menos Gnolls, esos hay que buscarlos en el Warcraft, querido Sujeto A.

viernes, 13 de mayo de 2011

Tiempo muerto

Me gusta Myron Bolitar y la serie que protagoniza. Posiblemente sea su polaridad, esa capacidad de mostrar dos caras totalmente distintas en apenas 20 páginas, el profesional preparado y frío, capaz de manejar las situaciones más complejas, siempre con un réplica ingeniosa en la punta de la lengua y el treintañero frágil, inseguro y herido en pleno proceso de maduración.
 
Frente a otros protagonistas de la novela actual, con una marcada “misión” en la vida, Bolitar es un personaje perdido, en reconstrucción, capaz de lo mejor y de lo peor. Toda la capacidad de la que hace gala como representante de jugadores o investigador privado queda relegada al olvido cuando se trata de hacer frente a conflictos personales.
 
Es en ese contexto en el que cobran importancia sus dos ángeles de la guarda, Windsor Horne Lockwood III y Esperanza Díaz. El primero, tiburón de las finanzas, dandy y asesino profesional, la segunda una exluchadora de wrestling, lesbiana y estudiante de derecho, que se abre paso en un mundo eminentemente machista.
 
Si la guardia pretoriana de los emperadores romanos velaba por su seguridad actuando también como elemento de control (amenaza), susurrando en su oído la ya celebre “Recuerda, César, que eres mortal”, los dos colaboradores de Myron Bolitar no son sólo compañeros de fatigas, también son los encargados de mantenerle “con los pies en el suelo” y de levantarle (sin un sólo "te lo dije") cuando cae.
 
Las oportunidades desaprovechadas y los “regrets” (esa mezcolanza entre la melancolía por lo perdido y la decepción por el fracaso) son una parte importante del carácter del protagonista, anclado en un pasado que en ocasiones le alcanza.
 
Si en “Motivo de ruptura” era Jessica Culven, el gran amor de su vida, quién irrumpía en escena poniendo patas arriba su mundo, en “Tiempo muerto” es la oportunidad de regresar a la liga de baloncesto profesional lo que altera el frágil equilibrio de su vida.
 
Para los nostálgicos de los tiempos pasados, que nos aferramos a los recuerdos buenos, dejando los malos en un segundo plano, soñando despiertos hasta el punto de alterar por completo la realidad de lo que “alguna-vez-fue”, ver al pobre Myron enfrentado a la dura realidad puede ser lo más parecido que encontremos a una catarsis personal. 

Dicen que “cuando los dioses nos quieren castigar, nos conceden nuestros deseos”, ¿será verdad?
 
Frente a los auténticos thrillers, con una estructura más clásica, capaces de llevar al lector a un estado de tensión/espectación que se mantiene durante toda la novela, la obra de Coben adolece de cierta simpleza y distanciamiento, con tramas secundarias cuya resolución tiende a agilizar (¿simplificar?) en demasía en pos de un mayor dinamismo.
 
Tampoco son propiamente novelas sociales, por mucho que su autor afirme lo contrario, pues aún cuando muestra algo del submundo que se alimenta de todo lo que mueve el deporte en Estados Unidos, lo hace de una forma sesgada, carente de la profundidad que habría sido deseable.
 
Si un día un autor como Don Winslow decide realizar un retrato detallista del mundo de las apuestas ilegales, la mafia y los representantes deportivos, estaremos ante una de las mejores obras que se hayan escrito (el tema lo merece), pero seguramente acabará dirigido a un público que busque algo distinto, más próximo al ensayo o al documental que a la novela al uso.
 
Las obras de Bolitar adolecen de muchas cosas, pero son entretenidas, dinámicas y divertidas. Pocos personajes son tan humanos como el creado por Harlan Coben y prácticamente ninguno padece la incontinencia verbal y la chulería que caracterizan a este personaje que habita en la ciudad de Nueva York. Si a eso unimos unas discursiones que van más allá de lo meramente teoríco en materia de legalidad, justicia y moralidad, es normal que sus novelas ocupen una buena posición dentro de ese espacio clasista en que se está convirtiendo mi estantería.
 

domingo, 8 de mayo de 2011

Entre dos aguas

Has llegado a la mitad de una novela que te gusta, el ritmo de lectura es vertiginoso, devoras las páginas mientras las tareas y deberes cotidianos se van amontonando: la ropa se apila esperando a una plancha que no llega, las pelusas recorren el suelo del salón como si de una película del Oeste se tratase y el baño... ¡mejor no hablar del baño!.

Es entonces cuando no puedes aguantar más, enciendes el ordenador y, tan pronto como tienes acceso al explorador, introduces el nombre de la autora. 

La wikipedia, ese gran milagro, aplaca tus miedos ...¡¡Sí, hay otra novela !!. Ahora, la última comprobación, ¿está publicada? 

Raudo, tecleas la dirección de la página de tu librería, aunque ahora estás más tranquilo, sólo es cuestión de tiempo, tarde o temprano podrás poner las zarpas en él...

*****

Es curioso como resulta más sencillo escenificar lo que representa un libro que realmente te gusta que explicar el por qué. Posiblemente porque en estos casos el número de cosas que quieres destacar es tan grande que cuando aún no has terminado una frase ya estás pensando en la siguiente y al final todo acaba en un totum revolutum que no hace justicia a lo que has experimentado y no te deja nada satisfecho.  Quizas por eso decides escribir sobre tres o cuatro ideas y dejar el resto para que quién sienta interés pueda disfrutar con su lectura, sin haber desvelado la trama.

En la obra de Rosa Ribas priman las personas, los seres humanos. No estamos ante personajes  unidimensionales sino ante un conjunto complejo de individuos que sufren y padecen como cualquiera de nosotros.  

Gracias a la comisaria Cornelia Weber-Tejedor, podemos observar la dualidad existente  en Europa entre la cultura del este y la mediterranea, pero también la que se da en todos nosotros, incluidos cuantos aparecen en la obra, desde el Subcomisario Fischer al agente Müller, sin dejar de lado al cura ateo, a una madre que se preocupa más por su comunidad que por el trabajo de su hija o a una empleada doméstica que puesta entre la espada y la pared, prefiere prostituirse a seguir teniendo que acostarse con su empleador, porque al menos de esta forma no tiene que limpiar la mierda de una casa ajena.

Si el contraste cultural y la riqueza de los personajes es algo que merece ser reseñable, no lo es menos el estilo utilizado para la narración. Una forma de escribir que permite un acercamiento libre al lector, sin entrar a juzgar ni criminalizar a quienes forman parte de la trama, limitándose a mostrar las distintas realidades sociales que se dan en las calles de Francfurt, una urbe que da cobijo a españoles, hispanos, turcos y yugoslavos. Y lo hace con una sensibilidad y un respeto que hoy brilla por su ausencia en los medios de comunicación y en la gente de la calle.

Me gustaría encontrar las palabras adecuadas para describir lo que experimenté al leer las dos primeras páginas de la novela, en donde con un tacto exquisito y el estilo propio que caracteriza toda la novela,  Rosa Ribas realiza una de los mejores comienzos de narración que yo haya leído hasta la fecha, quizás sólo comparable con el que me causó el de "El lejano país de los estanques" de Lorenzo Silva. 

Sin saber si habrá una séptima novela de Lorenzo Silva protagonizada por Bevilacqua y Chamorro, con las últimas novelas escritas por Donna Leon y Gianrico Carofiglio en mis estanterías  y  esperando a reunir el valor suficiente para despedirme de Kurt Wallander y de Fabio Montale, ha sido algo más que liberador dar con esta nueva serie, por eso no quiero dejar de agradecer al blog http://detectivesdelibro.blogspot.com el haber guiado mis pasos hasta esta autora que ha conseguido frenar mi ritmo de lectura actual sólo para poder disfrutar un poco más de su novela.

domingo, 1 de mayo de 2011

Segunda oportunidad

Para hablar de la solvencia y capacidad como escritor de James Patterson basta con remitirse a los datos estadísticos. No sólo es uno de los autores más prolíficos de las últimas décadas sino uno de los más vendidos, hasta el punto de que en su país figura en las listas de ventas antes de autores como Stephen King o John Grisham. 

Intentar valorar la totalidad de su obra sería un ejercicio quijotesco que no estoy dispuesto a afrontar, más que nada porque de su ingente cantidad de novelas tan sólo he leído cuatro: "La hora de la araña", "El coleccionista de amantes", "Primero en morir" y "Segunda oportunidad". 

Di  con las dos primeras gracias al cine, sobre todo a "El coleccionista de amantes" una buena película que retomé años más tarde cuando viendo "La hora de la araña", descubrí que el personaje protagonista, Alex Cross, era el mismo  y que ambas estaban basadas en la obra de Patterson.  

A diferencia de lo que pasó con las películas, entre las que, para mí gusto, existe una diferencia abismal, las dos primeras novelas de la serie son muy homogéneas, si la primera cuenta con la aparición de Gary Soneji en escena, la segunda tiene en Kate McTiernan, una de las mejores "víctimas" de la literatura negra actual.

Dada mi incapacidad para conseguir dar con un ejemplar de "Jack y Jill", la tercera novela de la serie, opté por comenzar con la lectura de la primera novela de "Women's murder club", aunque, por aquel entonces, ya había visto la serie que llevó a televisión sus personajes.

Cualquier valoración que hiciese sobre "Primero en morir" acabaría irrevocablemente girando sobre  las últimas cuatro o cinco páginas,  que dan al traste con lo que, hasta entonces, era una novela notable. 

Mentiría si dijese que las dos novelas de la serie no son entretenidas. Eso, por lo que he podido apreciar hasta ahora, es una de las características principales de la obra de Patterson, que posee un estilo narrativo de lectura fácil y coherente, aunque, también es cierto, que sin grandes alardes y con cierta tendencia a repetir las fórmulas utilizadas en libros anteriores.

Como su nombre indica, la serie "Women's murder club" gira entorno a un grupo de amigas, que ponen  en común sus conocimientos para resolver distintos casos criminales.  Lejos de ser la obra coral que se intenta vender, el peso de la trama recae en la figura de Lindsay Boxer, detective del departamento de policía de San Francisco, quedando la intervención de los demás personajes Cindy (periodista), Claire (forense) y Jill (fiscal) en algo prácticamente  testimonial. Una lástima si tenemos en cuenta la posibilidad que ofrecía de crear un producto distinto a lo que estamos acostumbrados.

Hace unos años se emitió en televisión "Metropolis" una serie coral, que partía cada episodio  en bloques de cuatro o cinco minutos para contar una parte de la historia a través de las vivencias de cada personaje, mostrando las distintas perspectivas que podían surgir a la hora de evaluar una situación y los problemas a los que tenía que hacer frente en su profesión. El telespectador podía ver la distinta interpretación que podían hacer de un mismo suceso  dos compañeros de patrulla o los distintos elementos a los que cada una de las profesiones prestaba atención. 

Esa es la clase de ejercicio creador que esperaba cuando comencé con la serie,  la posibilidad de analizar los casos desde prismas distintos. Como alternativa, que cada una de las novelas fuese protagonizada por un personaje distinto,  permitiendo cambiar la temática de los libros, ya que, a fin de cuentas, la problemática que presenta un caso para un forense no es la misma que para un periodista, pues su labor es diametralmente opuestas. Eso, que en "Primero en morir" sí se da, al menos con  Lindsay y Cindy, en esta segunda novela, ha caído en el olvido, quedando los escasos capítulos que se les dedica a las demás integrantes del club, como un mero testimonio de lo que acontece en su vida privada.

Mientras imagino a James Patterson buscando, cual "Capitan Garfio", de donde viene el continuo "tic-tac" que oye cada vez que deja de presionar las teclas de su máquina de escribir, asumo que mis esperanzas se verán truncadas por la realidad del mundo editorial y sus plazos de entrega.