domingo, 24 de diciembre de 2017

La diosa ciega - Hanne Wilhelmsen, vol. 1



Hace apenas unos  años no me habría gustado encontrarme en la tesitura de valorar una novela nórdica. 

La locura colectiva surgida tras una increíble campaña de marketing  y mucho apoyo de los medios de comunicación vino a arrasar con cualquiera que discrepase en su parecer sobre la genialidad de los escritores suecos, fineses o noruegos.

Como se suele decir coloquialmente "cagaban oro" y daba igual lo que se pudiese pensar y opinar, cualquier novela que viniese de ese triángulo mágico era poco más o menos que una obra maestra.

No soy quién para opinar pues leo por diversión y muchas veces no estoy en las mejores condiciones para criticar nada pero creo que se vendió mucho humo y que se aprovechó ese punto canalla y fisgón que tenemos dentro, pues la gente quería descubrir que "los vecinos del norte" también tenían mierdas y miserias sociales, en un momento en que la Unión Europea, con Alemania al frente, apretaban las tuercas a los pecaminosos países mediterráneos.

De la mano de Stieg Larsson se puso en tela de juicio la Suecia utópica que era el paradigma del Estado de Bienestar, en el caso del finado autor sueco, con una buena dosis de adrenalina y violencia. 

Sin el maquillaje que hacía aparecer el norte como conjunto hermoso y funcional mientras tapaba las carencias personales y familiares de una sociedad aislada y con problemas en ocasiones de relación que sufre una problemática totalmente distinta a la nuestra, permitiéndonos sacar un poco de pecho en un momento de bajón moral y social ante las incesantes portadas de los medios de comunicación.

Hoy el boom ha frenado, se siguen vendiendo muchos libros y se publican muchísimas de sus novelas, pero la moda ha cambiado y es posible leer sin presión y opinar sin ser vilipendiado por ello.

Para mí los grandes nórdicos (salvo a Arnaldur Indridason que sigue pendiente de lectura) son Mankell (en su caso, tristemente, en pasado), Jo Nesbo y Karin Fossum, lo he dicho muchas veces. Y creo que los mediterráneos o al menos los italianos, franceses y españoles, en el mismo volumen o inclusosuperior, ofrecen un tipo de novela con un corte más "social" y una individualidad más marcada, que se aproximan más a mis gusto y que no sólo me resulta más sencilla de comprender, también de empatizar, menos fría.

Lo que no quita para que gente como Camilla Lackberg o Anne Holt sean un recurso más en la lista de lecturas cuando busco un poco de cambio. De las dos, me quedo con Anne Holt antes que con la supuesta reína de la novela nórdica por muy superventas que sea.

Esta serie que comienza con "La diosa ciega" es una obra relativamente coral que permite un acercamiento bastante global a un problema interno, lo que la convierte en una lectura curiosa y entretenida, no tanto por la forma como por el fondo.

Para mi gusto le falta un poco de chicha y no es capaz de generar tensión en varios momentos de la historia pero sí que presenta una trama bien hilada, con muchos frentes abiertos y personajes distintos a los habituales que, aunque son algo fríos en su lectura, son coherentes y honestos con lo que uno espera en un momento dado y eso se agradece.

Me gusta el tandem que forman Wilhemsen y Sand y me parece interesante que por una vez la opción de tensión amorosa no sea una alternativa y se descarte desde el principio. 

También que no se trate de una situación de pupilaje que menoscaba a uno y eleva al otro. Se trata de mero compañerismo, del comienzo de una colaboración, que se extiende en varias entregas más mostrando a dos personas algo aisladas por su trabajo que encuentran en el otro un pequeño apoyo que sirva de asidero en momentos de zozobra personal y laboral.

Holt, en la estela de Per Wahlöö y Maj Sjöwall (pioneros en ese tipo de construcción), hace del paso del tiempo durante la investigación uno de los elementos principales de la narración y cómo el lento avance de la investigación y la imposibilidad de conseguir resultados va haciendo merma en los protagonistas (y en el lector).

Lejos de carreras y persecuciones veloces por calles medio desiertas, aquí es el vacío existencial de los protagonistas lo que se aborda y cómo el trabajo y la frustración acumulada, que en ocasiones acaba por generar obsesión y fijación, acaba por pasar factura también en los hogares.

A diferencia del dúo de los años 70 donde el peso fundamental recaía tan sólo en Martin Beck, Holt construye la novela con un aire más coral y, en ese sentido, actualiza la trama y el desarrollo ofreciendo algo de solaz al lector con personajes como Billy T.

El resto de la obra es un poco más de lo mismo, aderezado con algún episodio esporádico de amor y un toque de corrupción y teoría conspiratoria que amenizan algo el desarrollo de la trama sin darle mayor empaque a la historia.

No es brillante y en algún momento es algo lenta, juega ligeramente con el lector para llevarle al equívoco pero consigue dar sentido a la narración justo al final sin dejar sensación de engaño y eso se agradece. Hasta consigue arrancar una sonrisa al incauto (al que escribe esto al menos) que pensaba que lo había previsto todo.

Para mí le falta denuncia social "real" (para ser como Mankell), interiorizar en los personajes y mostrar una oscuridad más real y efectiva (para recordar a Nesbo) o ese toque especial que Fossum consigue imprimir en cada una de sus narraciones, pero sí es un buen libro de sobremesa con el que pasar un rato sin sentirse engañado.

Valoración: me ha gustado, pero llega a eso justito, justito.

En una previsión de lecturas superior a 50 novelas al año y si eres como yo, que procura no repetir mucho autor a lo largo del año, Anne Holt puede tener su pequeño espacio, si no tampoco pasa nada, no es una de esas lecturas que te impacten y sus protagonistas no generan la necesidad de saber más sobre ellos, al menos no en esta primera entrega.

viernes, 22 de diciembre de 2017

California bones - Daniel Blackland, vol. 1


Con "California bones" me ha pasado como con alguna otra novela de este año que en ese constante proceso de cambio por innovar en la literatura a veces se quedan entre medias de varios géneros y no termina de cuadrar bien el invento.

Son casos complicados de valorar, entre otras cosas porque muchas veces esperas algo al leer la sinopsis y lo que luego te dan no tiene nada o casi nada que ver con lo que te habían vendido.

Veo la referencia de la portada de Steven Gould y no me termina de cuadrar.

"L.A. Noir" me lleva a pensar en novela negra, muy negra, de ambiente inhóspito e incómodo, gris, espesa, lenta, de ritmo pausado y temática cruda.

La novela de Eedkhout tiene alguna de esas variantes, por ejemplo, a pesar de presentar similitudes con las ciudades que conocemos la historia nos muestra un ambiente opresivo y gris, hasta cierto punto inhóspito, con un aire que recuerda a la ambientación de la película Blade Runner pero sin que la transformación que plantea termine de resultar real, bastante lejos de el aire que una buena novela de cyberpunk llega a tener.

El problema llega cuando la lectura no es capaz de generar tensión en el lector y poco a poco se muestra incapaz de alcanza un climax a través del desasosiego o  esa sensación de incomodidad que surge cuando estás leyendo un thriller en condiciones.

Así que la referencia la referencia al género negro no creo que sea adecuada. Calificaría "California Bones" como una mescolanza más próxima al fantástico puro y duro, con algún tinte futurista que a la novela negra en cualquiera de sus vertientes, por mucho que sobre ella revolotee un ligero aire a un Danny Ocean (el encarnado por George Clooney, pero en versión miniyo) planeando un gran golpe (virtualmente imposible y seguramente kamikaze) de fondo.

Como se ve por lo expuesto, el fondo me ha generado algunas incertidumbres, el problema es que la forma lo ha aclarado pero no necesariamente para bien.

El tono lúgubre, la denuncia política y social y un fondo bastante triste (con algún tinte siniestro y macabro) se diluyen ante el intento de aunar en un mismo libro una historia con trasfondo y una narración directa, sencilla, cómoda y manejable con mucha elipse (¿intencionada?) que deja todo eso en un ¿cuarto? plano tan lejano que acaba por perder cualquier peso específico en la novela y te aleja de la acción. 

Quizá el problema resida en la sensación de que Eekhout trata de gustar a jóvenes y adultos y pierde a una parte de cada en el intento.

El contar con protagonista adolescente, sirve para cubrir un espectro muy amplio de lectores, pero para mí gusto no es una novela para los adolescentes más pubers, demasiado gore y mucha carga subliminal para que vean todo lo que se mueve. Para ellos lo bueno, cierto toque comiquero, diálogos ágiles, mucho ritmo y poca descripción. Pero, insisto, por desfasado que pueda estar por mis años, no creo que sea para un joven de 16 años (o que vaya a entender el trasfondo que se supone que hay detrás).

Para los adultos tiene carencias. Resuelve los lances con demasiada rapidez y un punto de ingenuidad, esperando que los fuegos artificiales y la magia del momento cubran las carencias de la narración.

El lenguaje es asequible pero para una persona exigente es casi seguro que le parecerá que a los personajes les falta profundidad y el desarrollo de la trama es demasiado irregular, con muchos saltos en la trama (¿o pretenden ser cambios de escena para una posible adaptación a la gran pantalla?), mostrando fogonazos de la historia, la parte vistosa y espectacular, pero dejando huecos sin rellenar en la historia.

Para el postadolescente... si no es exigente puede ser una buena lectura.

La parte "nueva", la de la osteomancia, y la de las distintas características de otros protagonistas no deja de recordar a un cruce entre el manga post-apocaliptico de hace unos años y los comics de Marvel de los 80-90, por lo que no me ha cautivado.

Por todo y por eso, quizás lo mejor que pueda decir es que  para mí "está bien", sin más.

P.D: Leeré la siguiente entrega, porque la historia es, al menos, entretenida y no especialmente exigente para los meses venideros, que prometen de todo menos pausa.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

La venganza de Tiburón - Las aventuras de Tiburón, vol. 1


Lo más difícil que hay en este mundo es arriesgar porque por instinto, cuando llega el momento, todos los mecanismos internos de nuestro organismo pisan el freno y nos detienen.

Si quieres ir al gimnasio y obligarte a "hacer algo", el cuerpo se hace el remolón y genera un ansia increíble por postrarse en un sofá hasta el día siguiente. Si piensas en comida lo haces en lo que más te gusta "de lo que conoces". Paseas por las mismas zonas y como norma establecemos rutinas en las que nos sentimos cómodos y a las que nos acabamos amoldando.

Al menos eso es lo que me pasa a mí. Y con los años más.

Con los libros pasa un poco lo mismo. 

Si el tiempo para leer es limitado y el número final de libros que van a pasar por tus manos también, al final, mientras no sea algo irremediable (como que estés al corriente de las series que sigues) te ciñes a tu hábitat natural y te mueves lo justo y, cuando lo haces, al final buscas algo similar aprovechando referencias o valoraciones de gente que tienes comprobado que coincide un poco con tus gustos y apetencias.

Afortunadamente a veces la que manda es esa voz interior que te dice que arriesgues y des un saltito hacia otro sitio. Lo fácil.... que sea algo nuevo pero bien referenciado. Asi llegas a novelas como "Efecto dominó" y, con suerte, amplias un poco más tu repertorio. Otras veces, como le pasó a mi madre hace un par de años con "El caso Harry Quebert", la novela del momento no te llega o no es lo que buscas y fracasas estrepitosamente.

Este año me puse un número de libros elevado como meta y he tenido la suerte de poder cumplirlo con margen. He disfrutado y he cubierto, en general, con mis habituales (aunque soy consciente de que alguno se ha quedado pendiente) y he procurado innovar un poco e intentar ampliar mi campo de lecturas o al menos he procurado que dentro de "mis géneros", la variedad de la propuesta fuese mucho mayor.

Como suele pasar, siempre hay un margen de fallo y por aquí han pasado algunas novelas que apenas han dejado poso y el que ha quedado no ha sido especialmente bueno, afortunadamente esas acaban enterradas bajo los restos de otras que sí han dejado buen sabor de boca y que por número han superado con creces mis expectativas.

"La venganza de tiburón" está dentro de ese bloque nuevo de novelas (o series) interesantes que espero poder visitar en 2018 aunque no sé si dispondré de la misma energía, tiempo y ganas como para poder cumplir con todas las pendientes.

Lo que más me ha gustado es que no es (ni intenta ser) el novelón del siglo sino dar, dentro de lo que está en su alcance, algo lo suficientemente bueno y marcadamente distinto como para agradar a quién lo lee.

Dentro de lo que es la novela negra y su cada vez más dispersa variedad de temáticas, lo situaría en una revisión de la novela clásica habitual. 

Con ritmo pausado, trama más o menos lineal pero sin poder terminar de anticipar lo que va a pasar porque no conoces la totalidad de la historia hasta el último cuarto de la trama, que es cuando los flashbacks que nos llevan hasta el momento en el que comienza la novela (la salida de Tiburón de prisión) terminan.

Para variar empiezo con los peros, que no son muchos pero están o, al menos, se nota lo que falta. Falta "seso" con "ese". En ese sentido no es una novela que te aporta algo nuevo que llevarte a la boca.... corrijo, no te aporta un conocimento adicional innovador y apasionante que te permita demostrar lo mucho que has aprendido leyendo cuando quedas con tus amigos a tomar algo.

Habla de la vida, de la gente de barrio que ve como ésta les golpea una y otra vez sin terminar de encontrar el momento de calma que les permita sacar un poco la cabeza del hoyo y que, al final, opta por tomar una medida drástica (apriori fácil) para salir adelante y, una vez llevada a cabo, decide que la posibilidad de vivir bien aunque sea de forma ilegal es más sugerente que la de esperar a ver cuál es el siguiente vaivén que les hace zozobrar.

En eso recuerda a Alexis Ravelo y su grupo de perdedores protagonistas, pero, en el caso de la novela de Dani el Rojo, con mucho menos introspección y un conjunto de personajes que parten de un origen más marginalidad. Si Ravelo habla de un colectivo situado en la zona media o media baja, venidos a menos en un momento dado, los protagonistas de esta entrega rozan el lumpen, ese estrato social casi inferior al del proletariado propiamente dicho.

Aquí no hablamos de gente de clase media a la que un golpe del destino o una desgracia sitúa por debajo de su estatus sino de gente que de por sí iba al límite y que en un momento dado se ven directamente con el agua al cuello y al borde del desahucio.

Con ese ambiente la atmósfera de la historia es la de una Barcelona que no luce sino que se muestra apagada. Un ambiente algo opresivo y gris, que no necesita entrar en detalle para mostrar una ciudad distinta a la que el turista conoce en sus visitas, sin grandes referencias arquitectónicas y con una fauna que asustaría hasta el más pintado. La misma a la que, con suerte, no se ve durante unas vacaciones.

Lo bueno... de eso hay bastante.

Lo más importante, es dura sin ser cruda. Es más el ambiente y los personajes que muestra que el que sea explícita en lo que narra. Así, aunque la violencia aparece en varios momentos, es bastante concreta y no se recrea en el morbo insano.

El protagonista está bien. Cuenta a favor con que el ritmo es elevado y entre los flashbacks y un presente algo acelerado no queda mucho margen para la introspección.

La gente del barrio aporta algún elemento colorista a la trama y un par de momentos graciosos (como el atraco al banco con los jubilados en sillas de rueda) y la historia consigue hablar de las miserias del día a día con un tono, en general, amable.

La prosa de Dani el Rojo y la propuesta conjunta con Foix me han gustado especialmente. Creo que no es fácil convertir algo dinámico en un conjunto consentido y no en un correcalles. Durante la lectura (y lo que es más importante, tras la misma) no te quedas con la sensación de haber estado en un coche de choques de 200 páginas donde todo es una sucesión vertiginosa de imágenes y emociones sino una historia contada con ritmo y sentido.

Creo que "La venganza de Tiburón", como pasa con las novelas de Julio Muñoz Gijón, tiene un punto canalla que consigue compatibilizar con la capacidad para por medio de la palabra escrita conseguir rozar la comisura de los labios del lector hasta el punto de "casi" (aunque no siempre) hacerle sonreír y permitirle afrontar su trama con cierto aire fresco.

Tiburón y su panda de inadaptados se incorpora a mi lista de libros a seguir con la ventaja de que deja un buen poso y la sensación de que es una de esas creaciones que, hasta en un mal día, eres capaz de leerla con interés sin necesidad de estar al 100% de tu condición y eso tiene mucho mérito.

Valoración: me ha gustado. 

P.D: No me gustaría despedirme sin hacer dos apreciaciones: 

La primera es la fácil, no juzguéis el libro por la portada. A mí me ha gustado con esa estetica canalla y comiquera pero asumo que a mucha gente le puede espantar. No os dejéis llevar por la primera impresión (aunque en parte marque lo que está por venir).

La segunda, me gustaría destacar que lo que más me ha gustado de la novela ha sido la dedicatoria de Yolanda Foix a Dani el Rojo. La forma en que habla de él y la energía que transmite al hacerlo son algo difícil de encontrar al tiempo que ofrece uno de los mejores cierres y cartas de presentación de una persona que haya podido ver, leer o conocer.

sábado, 2 de diciembre de 2017

Phoenix - The Vlad Taltos series (vol. 5)


Hace años, cuando decidí que iba a empezar a leer en inglés y de los distintos géneros que leo el que siempre más me ha traído y tiene peor publicación en España es la Fantasía, así que me puse a buscar novelas que me pudiesen interesar y que fuese capaz de asumir con mis conocimientos.

La serie escrita por Steven Brust ofrece un producto que me viene como anillo al dedo: cómodo (por el lenguaje que maneja y su construcción casi teatral con claro predominio de los diálogos sobre las descripciones y la ambientación), amable para el lector (no requiere grandes esfuerzos imaginativos y es bastante breve, por lo que hasta para mí resultaba relativamente asequible leer una entrega en 3 o 4 días), personajes agradables (no especialmente complejos y sin grandes "interpretaciones"), un tono ligero capaz de arrancar un esbozo de sonrisa en un par de ocasiones y tramas ligeras que no dejan un poso especialmente duradero pero que complementa una biblioteca con pesos mucho más pesados que desgastan y exigen una pausa entre unas y otras.

Pausa que Brust ofrecía sin problemas.

Pero el tiempo fue pasando y cogí algo más de fluidez en la lectura del  idioma de Shakespeare, lo  que me permitió ir aumentando la dificultad y tamaño de los libros que iba a afrontar y con el cambio llegaron Locke Lamora, "The Grim Company", la inmensa variedad de registros que ofrece la ,  Fantasy y las alternativas a esas lecturas más sesudas o, al menos, más desgastantes.

Y el cerebro, como diría Eduardo Punset, es un órgano recalcitrante y vago, con tendencia a relajarse en cuanto puede y a permitir que queden relegados al olvido cosas que no están mal aunque no sean deslumbrantes. Eso o el coste de renuncia de dejar atrás a Taltos era menor que el de otros.

Así que tras las tres primeras entregas, la serie no quedó descartada pero sí fue relegada a un "cuando tenga un hueco y necesite un respiro de todo lo demás....te cojo".

La cuarta llegó bastante separada de las tres primeras y aunque introdujo elementos nuevos, la idea previa (de nuevo el maldito cerebro) dee que entre las distintas tramas no había una conexión distinta y  que poco a poco la serie encallaba en las mismas pautas, hizo que la quinta acabase en la parte más baja de los pendientes.

Hasta hace un par de semanas que en una de las páginas que consulto cuando la vida me da un respiro, encontré una referencia a una de las últimas entregas y al ver la valoración me sorprendí.

Cuando unos días más tarde volví a entrar buscando alguna novela nueva y volví a topar con la reseña en cuestión, decidí rebuscar en casa hasta dar con "Phoenix" y darle una oportunidad.


La quinta entrega de las aventuras (y desdichas) de Vlad Taltos alcanza en esta entrega un punto hasta ahora único, que en la cuarta entrega asomó pero que aquí se asienta, convirtiéndolo en una obra más madura y con carga social.

Atrás empiezan a quedar los tintes cómicos de la historia, las chanzas e irreverencias de todo tipo, ese llamado permanente a la sonrisa ligera (aunque no profunda) superados/aplacados por el clima creado en la sociedad de Nueva Adrilanka.

Estamos en la segunda novela de Brust donde el racismo, la opresión, la crítica a los sistemas de clases y los estamentos hacen acto de presencia, aunque aquí se apoderan del conjunto de la historia, impregnando a todos y cuantos aparecen.

Ya no es Cawti, la esposa de Vlad, quién representa el sentir popular, ahora todos (desde Morrolan a la Emperatriz, pasando por el abuelo de Vlad) reflejan distintos aspectos de una sociedad disgregada donde la chispa de la rebelión y el cambio empieza a demandar sangre.

En ese entorno Vlad tiene sus propias disquisiciones personales y morales sobre su persona, su profesión y su vida, y si bien no muestra arrepentimiento por haber hecho lo que tenía que hacer sí  se cuestiona cuál es su lugar en la sociedad (y el mundo) y cuál debe de ser su camino a partir de ahora, no tanto en un contexto macrosocial, sino en su propia escala personal.

Es una novela sesuda, que llama a la reflexión si, como es el caso, la lees en un momento de cambio social, con argumentos a favor y en contra del mismo e infinidad de personas vociferando para acallar cualquier posible amago de pensamiento propio que genere una opinión personal sobre lo que necesita una sociedad, lo que es justo, lo que es "correcto", la necesidad o no de asentar el cambio y cuáles son los medios legítimos para lograr producir el cambio.

Pero "Phoenix" es, por encima de todo, introspección y cambio, la obra de un personaje en pleno proceso de maduración, donde no está nada claro hacia dónde va pero sí se muestra con claridad que es imposible que Vlad siga siendo quién es porque ya no se reconoce en la imagen que proyecta.

Como quien escribe es persona de mediana edad, que utiliza la risa como un recurso más en el día a día en un intento porque la mediocridad y la rutina no se asienten, mientras el cerebro corre en direcciones dispares buscando distracción, retos y estímulos para seguir afrontando el día a día, esta nueva entrega de Steven Brust ha llegado en el momento óptimo.

Disperso, algo acelerado por momentos y con cierto cansancio arrastrado, la historia ha sido capaz de hacerse un hueco por derecho propio y no por la inercia de leer por leer, presenta un protagonista único capaz de resetear mi cerebro, instaurar una nueva imagen de Vlad y obligarme a analizar la sociedad española actual aprovechando la mirada y perspectiva de un personaje de ficción, en un mundo de fantasía, creado hace más de tres décadas y una novela con más de 27 años de existencia.


Brust no es Frank Herbert y, evidentemente, la serie que plantea no puede hacer sombra a Dune, pero si ofrece algo más profundo de lo esperado y da (obliga) al lector a replantearse muchas cosas (propias y ajenas) con una mezcolanza sorprendente entre la sonrisa triste y el descreimiento ante los devenires de una vida que no parece echa para ser comprendida.


Valoración: me ha gustado.


P.D: quién esto escribe está repantingado en un sofá (bendito mueble poco utilizado) mientras "Mismo sitio, distinto lugar" y sus diez canciones, suena en sus oídos... porque la música también está hecha para llevarnos a otros sitios y hacernos (ayudarnos) a pensar.

viernes, 24 de noviembre de 2017

El laberinto de la serpiente - Saga de Guillem de Montclar, Vol. 2



Tras "La sombra del Templario", Nuria Masot y sus creaciones quedaron en esa situación de cuarentena previa donde entran aquellas novelas que leo y pasan sin pena ni gloria, un "está bien" es un "ya veremos" camuflado, una posible lista C para novelas que "ni fu ni fa" pero que siempre te queda la duda de si es que tuviste un mal día cuando las cogiste o si es que realmente ahí no hay nada que rascar y, simplemente, mi opinión difiere de la de muchos otros que la ponen varios peldaños más arriba en su lista.

Ese  "esta bien" cuando se trata de novelas aisladas no tiene mayor trascendencia pero cuando se trata de un volumen dentro de una serie indica que si un buen día recaigo, cojo la siguiente y no cambia el resultado, el resto de la serie se cae de la mesilla inmediatamente y no hay grúa que los vuelva a subir para tener una tercera oportunidad.

La serie de Masot está en el borde, más fuera que dentro, a la espera de que un ligerísimo soplo de aire acabe por precipitarla hacia el olvido.

Lenta, con poca miga, carente de ritmo en muchos de sus páginas y de tensión en todas, con un tono general más gris que los de las túnicas de sus personajes, la novela es plana y sin inflexiones, con tendencia a distanciarte de lo que lees y a dejar que el día a día vuelva a adueñarse de tu cabeza de forma constante.

Lo fácil, lo cómodo y puede que hasta "lo políticamente correcto" sería andarme con evasivas y centrarme en su protagonista, Guillem de Montclar  para construir un escrito sobre su vacuidad y paso anónimo por mi vida en dos ocasiones, su falta de carisma y la falta de empatía que genera todo él pero la realidad es que es cuanto le rodea es más de lo mismo y él se limita a mimetizarse con su entorno sin aportar nada a la historia.

El conjunto de la trama es, cuando menos, inverosímil. 

Lo es la parte mágica/secreta que representa la trama del maestro Serpentarius, provista de una fantasía cuasi mística, donde la ciencia ocupa poco o nada de espacio con un conjunto de fenómenos insólitos para los que se nos ofrece una respuesta cuando menos...¡¡uyyy, pero qué digo, si no hay respuesta alguna!! simplemente es que Serpentarius era bla, bla, bla... y sus secretos se han ido con él.

Fuegos de artificio con pólvora mojada.

Por otro lado, la trama "terrenal", la que gira entorno a una antigua leyenda de una fuente y un antiguo rito pagano que se solapa con la aparición actual de distintas muertes en la misma localización, poco a poco se va convirtiendo en una especie de parodia, un revoltijo de formulas manidas y malos taaaaan caricaturizados que acaban por resultar cargantes, sobreactuados hasta el extremo y sin misterio que desentrañar.

Las novelas de Masot están muy lejos de hacerla sombra a "El nombre de la rosa" de Umberto Eco, (ni en la primera ni en la segunda entrega da la talla) carece de sustancia y se va convirtiendo poco a poco en algo tonto, que lees por acabarla y no dejar nada a medias pero lo haces sin pizca de gracia.

En el fondo tiene un punto de "Cozy mistery" con cierto pudor hacia mostrar la parte más real de las muertes, un tono bastante ingenio y una alarmante tendencia a simplificar y reducir a lo más absurdo el conjunto que lo compone, quitando cualquier curiosidad o interés en el lector.

Valoración: no me ha gustado

En su línea, ese mezcla naive entre misterio, novela negra y religión pero mejor hilada, hay lecturas más gratas, con diálogos algo más vivos, algo de tensión y cierta complicidad, a los que recurrir. 

Si se quiere una lectura de época curiosa, no exigente pero bien llevada, puede coger por ejemplo los de la serie de Peter Tremaine, por ejemplo, y viajar de la mano de Sor Fidelma y Eadulf.

Aviso que Fidelma (y Tremaine) entran en un ritmo algo repetitivo y es cierto que cayó en un estancamiento de sus personajes y, sobre todo, sus relaciones que llevó la serie a caer, a partir de la cuarta o quinta entrega, en cierta sensación de deja vú pero si lo que se busca como lector son conspiraciones políticas o religiosas, luchas de poder y traiciones, con luchas intestinas de fondo, todo ello tratado de una forma ligera y sin pretensiones pero con cierto candor (en la dosis justa) resultan una lectura agradable y entretenida sin llegar al notable.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Frío en Velesta


¿Don Winslow se fusiona con Alexis Ravelo para crear un autor?

Creo que hay algo de los dos autores en el estilo de Axel Beiner/Joaquín Piquer.

Don Winslow:

De Winslow una forma de tratar la historia como una suma de distintas historias que se van entrecruzando para conformar un conjunto unitario en el último tercio de la historia.

Beiner y  Winslow coinciden en la temática (o parte de ella) con el mundo de la droga de fondo pero difieren bastante en la forma en que tratan la materia. 

El autor americano es más pausado, probablemente más árido y también bastante máx exhaustivo, pero tiene (dota de) una mayor sensación de verosimilitud y realismo. 

Donde Beiner tiene momentos en que la narración se asemeja demasiado a la plasmación en papel de acciones propias de películas de acción americanas o de aquella serie malilla de Antena 3 llamada "Polícias,  en el corazón de la calle", el creador de, entre otras, "El poder del perro" construye desde la sobriedad, la parquedad y un acercamiento menos dinámico.

Creo que ya hace poco comenté que para mí hay varios Winslows, uno tremendo pero exigente ("El poder del perro", "Salvajes", "Los reyes de lo cool"), otro bueno y entretenido, con proyección para las masas ("La hora de los caballeros", "El invierno de Franckie Machine") y otro para pasar el rato (la serie de Neil Carey).

Beiner se mueve entre el entretenido que casi llega a bueno y el de pasar el rato sin más. Se queda muy lejos de la profundidad de la historia de "El poder del perro" o de la honestidad de la propuesta de las dos partes de "Salvajes" pero tiene bastante acierto en la forma en que plantea la historia y la ramificación de las tramas.

Alexis Ravelo:

Con él también hay elementos en común. 

Un acercamiento a una realidad más cotidiana. Una forma más llana de escribir y una menor necesidad de trascendencia que en el caso de Winslow pero en el proceso por hacer "un producto" bastante híbrido y resultón, se pierde el realismo sobrio de Ravelo, la sensación de autenticidad, de estar leyendo sobre la sociedad actual desde el punto de vista de esa zona media venida a menos que ha perdido su sitio y que se mete en serios problemas en su lucha por sobrevivir.

En ese sentido Beiner es más plano y sus personajes (y son unos cuantos) carecen de profundidad, demasiado ajustados a sus roles para ofrecer algo más en un sentido u otro.

Los de Ravelo llegan y lo hacen porque es difícil que a parte de "los malos" no entiendas o te identifiques o seas capaz de justificar a alguno de los "no tan malos" que habitan en su universo (podríamos ser cualquiera de nosotros si un mal golpe de suerte pusiese nuestra vida en jaque).

Alex Beiner/Joaquín Piquer

De forma individual valorar a Beiner me cuesta.

Por un lado, lo bueno

Muchísima acción, contundencia, adrenalina, subidas de tensión y violencia a mansalva. ¿A quién no le apetece de vez en cuando un dulce?

Además la narración acompaña. Ritmo rápido, lectura ágil con sensación de bastantes menos páginas, mucho cambio de personaje (que también ayuda a ver más puntos de vista y a que no acabe uno tan saturado de "ese personaje que...") y las páginas que fluyen en concordancia con el ritmo del texto. 

Todo muy de agradecer, ayudando a crear una novela genial para una semana ajetreada donde quieres algo capaz de captarte sin que te exija demasiado. Una de esas lecturas que tiene que permitirte entrar y salir con rapidez de ella sin tener sensación de estar perdiendo información por el camino.

En ese sentido y teniendo en cuenta las semanas de las que vengo y el ritmo que me toca llevar estos días, una lectura ideal. 

Me ha ofrecido desconexión cuando lo necesitaba, me ha permitido sumergirme en sus páginas casi nada más ponerme a leer en cada ocasión y ha añadido el punto adicional de tensión que me ha hecho dejarlo aparte para retomar mis quehaceres con un deje de amargura por haber querido avanzar un poco más cada vez.

Por el otro, los peros

Personajes algo unidimensionales, con poco desarrollo interior y, quizás, demasiado circunscritos al rol para el que se les introduce en la historia, sin mayor carga ni transcedencia.

Una protagonista, Pilar Brausse, demasiado... demasiado. Algo cargante, algo resabiada, un poco demasiado capaz, excesivamente opaca y con un toque película de Serie B americana que no me termina de gustar. 

Conforme me hago mayor esa sensación de que a un personaje le pase lo que le pase no le va a suceder nada y va a seguir adelante sin alterarse, sin secuelas ni replanteos... no me termina de cuadrar.

Sobre la trama... Demasiado giro inesperado. Mucho efectismo, un exceso de juego de espejos y mucha reserva a la hora de facilitar información para tratar de sorprender... en el camino el espectador pierde parte de complicidad con la historia y se limita a dejar que le guíen y le lleven por los derroteros prefijados.  Y eso cada vez me gusta menos.

No soy dado ni a genios grandilocuentes ni a giros tramposos que surgen de la nada pero que quien escribe trata de venderme como algo lógico con una explicación surgida ex professo para la ocasión. Por eso no me gusta el escritor John Vernon y no termino de sentir cariño por Brausse y su parte de la historia.

Además queda cierta sensación de inverosimilitud en algún momento y demasiada acción sobreactuada para lo que es mi gusto a día de hoy. Curioso cuando tengo la sensación de que era innecesario a la vista del conjunto y el material del que disponía el autor. 

Del "continuará" final sólo puedo decir que me ha cabreado.

Creo que como conjunto podría haber sido más de lo que ha dado y que elementos para triunfar tiene pero que le falta un punto más en todo para ser algo realmente bueno, aunque no inolvidable.

Valoración: Está bien. Sin más. Y me ha venido de perlas.

En tono parecido... mi recomendación.

Está en la línea del spaghetti crime de Dazieri pero no ha terminado de conjugar bien todos los elementos y queda una sensación de artificiosidad que no termina de agradarme.

Con el mismo tono pero una construcción superior y una sensación de obra mucho más redonda, este año ha pasado por aquí "Efecto Dominó" de Olivier Norek.




lunes, 13 de noviembre de 2017

Yo veo en la oscuridad


Creo que lo que define a "Yo veo en la oscuridad" como novela es común a lo que marca toda la carrera de Karin Fossum.

Es una obra incómoda: estamos acostumbrados a ser espectadores en las historias pero siendo parte activa. 

Vemos, oímos y sentimos lo que quiere el autor que es el responsable de conseguir nuestra inmersión en la historia, de generar esa extraña sensación de dentro-fuera que hace de la lectura un extraño placer (¿culpable?). En "Yo veo en la oscuridad" eso no sucede. 

Con la novela en la mano no te sumerges, lees siendo consciente de ese doble plano (narración, lector) que normalmente se busca que desaparezca cuando coges un libro. O, al menos, esa es la sensación que en muchos momentos pretendo alcanzar.

Me gusta que las palabras, las frases y la narración escrita se desdibuje y se diluya. Es una metamorfosis del papel en algo "más real",  una conversión a imágenes que permite que me evada y dejar atrás sensaciones, pensamientos e inquietudes de mi vida.

La autora noruega, en todas sus novelas, me niega ese deseo y me castiga con la sensación permanente de lector cotilla, de voyeur, lo que de entrada me genera sensación de indefensión.

Desde el momento en que tomo entre mis manos una novela de Karin Fossum sé que no voy a sentirme cómodo en ningún momento, quizás por eso lo haga con cuentagotas (aunque el ritmo de publicación de las editoriales españolas tampoco ha ayudado mucho en la última década.

Es un texto muy difícil de clasificar.

Por ambientación debe de ser novela negra pero muy lejana a los referentes clásicos del género y a mucha distancia de las distintas reformulaciones del mismo.

No es procedimental, pues la ciencia ocupa muy poco lugar en el texto (por no decir ninguno) y no es elemento definidor de lo que se lee.

Tampoco es social, situada lejos de cualquier entorno realmente identificable o de costumbres y ritmos de región alguna. La sociedad no importa y los elementos que definen y encuadran lo que rodea a los pocos personajes tampoco.

Lo más próximo... el thriller psicológico pero entendido de una forma totalmente distinta a lo que se suele leer, es un thriller vago e impreciso, un viaje azaroso en donde te sientes cautivo de algo que te violenta.

Es una lectura ajena al disfrute, se lee para experimentar cierto tipo de angustia ante la vulnerabilidad e impotencia que experimentas ante lo que ponen ante tus ojos.

No sólo no puedes disfrutar con lo que lees sino que sientes la necesidad de que termine, pero sabiendo como termina, para que todo de alguna forma cobre sentido.

Es de alguna forma una ambientación minimalista e introvertida, con mucha introspección, que nos adentra en la mente y forma de obrar de un grupo muy reducido de personas durante periodos muy delimitados de tiempo.

Siempre nos da margen a situarnos y a "ver" lo que está sucediendo pero no terminas nunca de tener claro cuál es el hilo conductor de la historia ni qué pretende la autora con la narración, sólo te sientas y lees para ver que te cuenta y eso asusta.

Es muy cruda. 

No me gustaría que nadie se llevase las manos a la cabeza, aquí no corre la sangre a borbotones ni las muertes se amontonan.

No se trata de crueldad, sino de crudeza, que a veces es incluso peor. A la sangre te inmunizas hasta cierto punto a la gente no.

Sólo se habla de la vida desde la perspectiva de una persona pero se hace sin tapujos y es probable que lo que se lee no guste, a fin de cuentas todos, en un momento u otro, nos hemos definido como "normales" y Fossum nos exige un ejercicio de alienación en donde vemos, sentimos y obramos con la decisión y procesos mentales de alguien que no se rige por los mismos valores ni por la misma interpretación de los hechos. Una persona que obra siguiendo pensamientos y razonamientos que nos resultan irracionales.

Leer las novelas de esta singular autora es someterse a un ejercicio de autocastigo en el que te ves obligado a comprender (sin entender ni compartir) las motivaciones de sus protagonistas, mientras, en ocasiones, eres consciente de que su creadora está removiendo emociones y sensaciones en ti en contra de tu voluntad.

Arrítmica.

Lo da una lectura que te está dejando un profundo regusto amargo en el alma pero que necesitas terminar para poder dar por cerrado ese capítulo. Sin saber  qué pasa con Riktor es imposible parar.

Lo da también la forma de escribir, sin apenas inflexiones, condicionada por la forma distante y alienante en que su protagonista ve y percibe las cosas, anestesiado ante el mundo. Un "sin sangre" (que diría gente que me rodea) pero con un reprís peliagudo que pone los pelos de punta.

A pesar de estar acostumbrado a ser enfrentado a psicópatas y asesinos en serie, el ejercicio que propone "Yo veo en la oscuridad" me ha resultado costoso y por momentos tedioso, siempre con un cabreo en ciernes por no ser capaz de dejar el libro de lado y, encima, por sentirme cautivado por la necesidad de entender si el destino o el azar, harían algo para paliar mi desazón.

Desde la lejanía y sin el punto extra que el genio neoyorkino de Woody Allen es capaz de poner en sus películas, la lectura de la novela de Fossum es algo parecido a ese "nervio" creciente que aparece en el espectador cuando ve "Match point" y quiere averiguar cómo acaba la historia, hasta que un burdo anillo golpea en una barandilla, comienza a girar y sólo eres capaz de contemplar como da vueltas, desenfocado y fuera de plano, sin saber hacia donde dirige el destino sus pasos pero con una sensación creciente en tu interior que te lleva a desear poder soplar (¿en qué dirección? eso mejor que lo conteste cada uno).

Con "Yo veo en la oscuridad" sucede algo parecido, con gente menos guapa en escena y mucho menos encanto, lejos de ninguna urbe que aporte magia o un guión que mitigue la desazón que experimentas como lector pero con un protagonista que evoca sensaciones similares al Jonathan Rhys Meyer más contenido visto hasta la fecha.

No hay florituras
.

Hablo de la traducción pero me cuesta imaginar algo distinto en el original.

El lenguaje como elemento de transmisión llano, aséptico, arrítmico, pausado y parco, carente de emoción. 

Una sucesión de palabras que te informan pero no te llegan, haciéndote la lectura difícil e incómoda, tanto o más que su protagonista único, un Riktor que sin transmitir lo que siente te agobia y hastía desde su asepsia y anodinidad. Una criatura sin rasgos distintivos, una sombra sobre dos piernas que se desplaza sin evocar ni permitirte el más mínimo acercamiento a su persona, tal y como el lenguaje que lo narra.

Inusitada

Coetánea de Mankell en mi estantería, Fossum siempre se ha caracterizado en todas y cada una de sus novelas por ser distinta a cuanto he leído y esperado.

Su lectura es distante, lejos del candor, la luz o la emoción que en un momento u otro son capaces de transmitir los autores mediterráneos.

No hay ritmo ni adrenalina, no hay pausa porque no hay velocidad, sólo monotonía y ritmo monocorde, lejos de la novela negra americana, siempre dispuesta a acelerar nuestro cuerpo o nuestras emociones, a hacer brotar la adrenalina o los sentimientos, a hacernos experimentar.

Y, curiosamente, lejos del resto de autores nórdicos, mucho más dados a las fórmulas estereotipadas y a la novela social. No hay aquí nada de Camila Lackberg (a quién precedió) ni de Stieg Larsson (con quién no comparte el ritmo) ni del citado Mankell.

Hay, con mucha distancia, ecos y semejanzas momentáneas con Jussi Adler Olsen (al menos con "Los chicos que cayeron en la trampa" o con el Lemaitre de "Tres vídas y una vida", con quién comparte la sensación final de novela extraña que desubica y apesadumbra, que muestra realidades que no queremos ver y plantea dudas y dilemas internos al generarnos reacciones que no nos gustan ante protagonistas para el olvido

Valoración: Está bien

Me gustaría que la valoración fuese algo más pero no me ha generado ese confort que hace que la nota suba.

Está bien escrita, consigue lo que pretende, tanto con el lenguaje como con la historia y te lleva como lector a donde quiere.

No es la primera novela de Fossum que leo y lo escrito arriba suele ser común a las sensaciones dejadas por muchas (si no todas) las novelas que he leído de ella, si bien normalmente todas han llegado a mover algo en mí más allá del rechazo hacia el personaje.

Pero en todas ellas estaba Konrad Sejer, que obraba de  "narrador/defensor de la verdad" frente a la "realidad" que inicialmente habíamos conocido a través de los personajes "protagonistas". 

En "Yo veo en la oscuridad" no existe esa segunda figura que actúe de Cicerón y nos guíe, tampoco hay nada que explicar porque ni Fossum nos pretende engañar ni Riktor favorece la conexión suficiente para que se produzca el engaño.

Durante la lectura vemos lo que hay, algo desalentador e inasible, para un espectador sometido al castigo de entender y a la obligación de aceptar que en el mundo existen criaturas que no entienden la vida y la realidad como lo hace la mayor parte y que su sombra e influencia es algo que no se puede desdeñar, porque la persona sobre la que leemos podría ser el vecino de al lado o cualquier otra persona que se cruce en nuestro camino.