sábado, 23 de julio de 2011

13 balas

En 1954 Richard Matheson escribió "Soy leyenda", novela que trascendió los límites de la ciencia-ficción, convirtiéndose en un tratado sobre la naturaleza humana.

Mucho antes de que Cormac McCarthy publicase "The Road", la novela post-apocalíptica en que el lector podía observar las miserias humanas en todo su esplendor, Matheson ya se había servido de los grandes temores imperantes en la sociedad (no sólo la suya, también la actual) para construir una novela que demostraba que conceptos como "el bien", "el mal", "lo normal", "lo anormal", son relativos, condicionados a la perspectiva de quien los contempla.

Único superviviente de una guerra bacteriológica que, lejos de acabar con toda la humanidad, acabó por mutarla en vampiros, Robert Neville se convertía en el "alter ego" de cualquier lector que iniciase la lectura de la novela. 

Obra como lo haríamos nosotros, desamparados, aislados y rodeados de criaturas que nos quieren dar caza. Su miedo es el nuestro, como también lo es su inseguridad y su soledad. Su búsqueda de supervivientes es nuestro intento por compartir las experiencias cotidianas y por encontrar un motivo para seguir luchando.

Junto a él patrullamos Los Ángeles, buscando cuanto necesitamos para sobrevivir y, llegado el caso, dando caza a las criaturas que pueblan nuestra ciudad. Todo está permitido, todo se reduce a una mera cuestión de supervivencia, ellos (que intentaban conquistar nuestro mundo) frente a nosotros (Neville y los lectores).

Al final de la novela, Neville descubre que hace ya mucho tiempo que el ser humano se ha convertido en una especie extinta, siendo él su último vestigio. En ese mundo, en ese momento, él es aquello contra lo que precisamente estaba luchando: lo ajeno, lo extraño, lo que no pertenece a ese mundo.

Los vampiros, aquellos "monstruos" contra los que ha luchado y a los que ha dado caza, no son más que los actuales pobladores del planeta, criaturas que sienten hacia él el mismo rechazo,  incomprensión y respulsió, pero sobre todo miedo, el miedo a lo desconocido, a lo que es distinto y amenaza su forma de vida. 

La capacidad para jugar con nuestra percepción mostrada por Matheson ha sido algo difícil de volver a encontrar. Es cierto que actualmente hay novelas capaces de mostrar como cualquiera de nosotros puede acabar justificando conductas extremas cuando nos identificamos con las circunstancias (sirva de ejemplo "La Carretera" de McCarthy o el final de "Lo que es sagrado" de Lehane), pero ninguna ha sido capaz de mostrar la estrechez de miras que forma parte de la naturaleza humana, esa extraña capacidad que atesoramos todos para, cuando nos sentimos desubicados, descolocados, temerosos, aferrarnos a aquello que conocemos, a lo que nos resulta más afín, adoptando sus ideas y posiciones, justificando sus acciones, sin llegar a cuestionarnos el por qué de lo que está pasando.

Da igual lo presente que tengamos todas estas cosas, las vueltas que le demos y lo claras y definidas que creamos que llegan a ser nuestras posiciones. La próxima vez que alguien/algo ponga nuestro mundo del revés acabaremos buscando una referencia externa que justifique nuestro comportamiento, nos aferraremos con toda nuestra determinación a aquellos que nos resulten más similares y acataremos cuanto nos digan sin cuestionarnos lo que está pasando. 

Y si no, leed "13 balas", la primera novela de la nueva serie escrita por David Wellington, donde una agente de policía (Caxton), se debe unir al agente federal Arkeley en su cruzada contra los vampiros. 

Avanzad por sus páginas a un ritmo vertiginoso y dudar constantemente sobre la coherencia de la narración, cuestionaros como es posible que estéis leyendo una novela "serie B" para asistir a una demostración de explosiones, disparos y persecuciones sin límite que carece de pies y cabeza para luego asistir a un final sorprendente que pone todo patas arriba. Entonces replantearos cuanto habéis leído, pararos a pensar en cómo se han desarrollado los acontecimientos y en cómo es posible que hayáis dejado pasar todas esas señales que indicaban que entre lo que estaba escrito y lo que vosotros interpretabais hay un claro abismo.

En 1954 Richard Matheson logró jugar con los miedos de los lectores para conseguir una identificación casi completa con su protagonista, permitiéndole así mostrarnos como en el fondo los seres humanos cuando se ven expuestos al miedo (en cualquiera de sus formas) pierden cualquier asomo de civilidad, sufriendo una regresión a los instintos más animales, los más básicos.

Casi 50 años más tarde, Wellington rompe cualquier idea preconcebida del lector hacia los vampiros. Deja fuera desde la percepción más clásica de Bram Stoker a la más romántica de Stephenie Meyer, y, al hacerlo consigue que el lector se aferre con uñas y dientes a quien considera un experto en la materia, nuestro Cicerón particular, a cuyos brazos nos arrojamos sin cuestionarnos que referencia tenemos sobre él. 

"Soy leyenda" señala la subjetividad que impregna todo en esta vida.  "Lo que está bien", "lo que es normal", "lo que se puede hacer", "lo correcto"... todo está condicionado a quién analiza los hechos, todo es subjetivo. "13 balas" es una novela más comercial pero deja también su poso, ¿quién está más próximo a los animales, a ser subyugado por sus necesidades? ¿Qué "sed de sangre" marca más el devenir de los acontecimientos?¿cuál está más justificada?

No seré yo quien le diga al que crea que comparar a Matheson con Wellington es como comparar a "Dios con los gitanos", que se equivoca.  Pero sería injusto no reconocer el mérito de conseguir sacar algo sorprendente de una novela que, hasta su final, parecía la reencarnación en papel de las películas de acción de los años 80.

Considero "Soy leyenda"  una de las mejores novelas del siglo XX y dudo de que "13 balas" siga en mi recuerdo más allá del final de este año, pero sería injusto no reconocerle que es una novela entretenida y uno de los ejemplos más claros ejemplos de que hay pocas cosas más manipulables en la vida que el espectador.

domingo, 17 de julio de 2011

Manos rojas

Estaba abajo, en la piscina de la urbanización, cuando Menganito, el hijo de mi vecina  Rossana se me acercó. En sus manos, que casi estaban blancas por la fuerza con que las apretaba, llevaba dos paquetes completos de cromos de la Liga de fútbol.

Menganito, que es un chico flacucho al que casi nadie hace caso, se ha convertido en mi compañero para matar el tiempo en la piscina. Se tumba cerca de mí, mientras mira de reojo qué estoy leyendo. Normalmente la cosa se queda así, el no para de mirar con detenimiento como paso las páginas y yo me pregunto qué le llama tanto la atención.

Hoy, que no tenía muchas ganas de leer, he cerrado el libro de sopetón y me he girado en dirección a Menganito, quien, superado por los acontecimientos, se ha caído de culo.

-Hola – le he dicho. Yo, como siempre, dando muestra de mi temple y mi saber estar.

-Ho..la – ha respondido el pobre, que todavía no se había recuperado del sobresalto.

-¿Qué haces?

-Mirarle…

-¡Ah!- respondo más sorprendido por que me haya tratado de “usted” que por su respuesta.

-Me preguntaba…-dice dubitativo- cuántos libros tendría usted en su casa, porque en lo que va de vacaciones, le he visto ya al menos tres distintos.

-Si te digo la verdad, no lo sé- digo, mientras sonrío al ver como con su mano aparecen cuatro dedos bien estirados.

- ¿No los cuenta?

-¿Cuentas tú tus cromos?

-Siiiiiiiiiiiiii, cada vez que tengo un rato.

- ¿Y eso? Pues por la mañana porque mi abuelo me compra un sobre y luego porque en el colegio los apostamos, así que sé nunca cuántos tengo hasta que los cuento. Aquí, en el taco, tengo 75, pero en casa tengo el álbum casi completo.

-Pues yo, no sé cuántos libros tengo. Los anoto pero como unas veces se los dejo a alguien, otros se los doy una vez que los he leído porque a mí no me han gustado mucho, etc… no suelo saber cuántos tengo. Eso sí,  si me preguntas si tengo alguno en concreto sí te sé decir si lo tengo.

-Eso está chupado… yo me sé de memoria los que me faltan para acabar la colección: Meneditto, Casatelo, López, Rodríguez, Sa Costa, Mareadinho y Krotic (aunque si no lo encuentro pondré a Salcao).

-¿Y eso? 

-Pues porque  en el álbum dejan que pongamos a uno de los dos y, aunque los dos están valorados con un 6,5, a mí me gusta Krotic, que no mete tantos goles como Salcao, pero corre más y hace unos regateeeeeeeeeees…

-¡Ah, ya veo!, a mí eso me pasa con Stephen Woodworth.

-¿Estefen Butword? ¿y ese en qué equipo juega?

- En ninguno, es un escritor que leo de a veces.

-Me he perdido – Dice Menganito mientras se rasca la cabeza por vergüenza.

-¡A ver cómo te lo explico!... ¿todos los cromos son iguales?

- ¡Claaaaaaaro que nooooo, hombreeeee!!! Tessi, Bristiano Romualdo y Chabi son los mejores y todo el mundo quiere tenerlos. El otro día, Pepito, de 5ª B, me ofreció todo su taco y había por lo menos mil – me dice mientras me enseña los 10 dedos de la mano.

-¿Y se los cambiaste? 

-Nooo, porque casi todos eran del Atlético Murciano y del Pasoting de Oviedo y esos no los podríacambiar porque nadie los conoce. 

-Pues a mí, con los libros, me pasa algo parecido. Hay escritores que me gustan mucho y otros que me gustan menos pero incluso dentro de estos los hay que me llaman más la atención y los hay que los leo para matar el rato hasta que consigo otros que me gustan más.

-Ahhh, ya lo entiendo,  usted prefiere a Butword sobre otros como yo a Krotic sobre Salcao, aunque sea más difícil de conseguir.

- Pues sí, Menganito, así es. 

-¿Y qué hace Butword que no hacen los demás? 

-Woodworth es capaz de ofrecer el mismo entretenimiento que muchos otros, incluso de crear suspense y tensión en sus narraciones, pero, sobretodo,  ha sido capaz de modelar el mundo para introducir a “los violetas”

-¿Los violetas?¿y eso ques, D. Genaro?

- Los violetas son personas como tú y como yo pero que pueden establecer contacto con las almas de los que han muerto.

-Pero, Don Genaro, si eso lo ve mi madre en la tele por las tardes.

-¿A Natalie Lindstrom, la protagonista de las novelas?

- ¿Creo que sí, esa no es la chica morena que habla con los fantasmas?

- No, Menganito, esa es Jessica Bewitt

-¿Seguro?¿ Entonces la Natalia esa que usted dice es la madre de dos niñas rubias que ve cosas que van a suceder?

- Tampoco, Menganito, esa es Patricia Arcos, la gran actriz.

-Pero ellas hablan con los muertos también…

-Es que, verás, los violetas, no hablan con los muertos… dejan que los muertos entren en ellos.

-¡¡Qué miedo!!

-Pues depende de quién sea. En el mundo que ha creado Woodworth los hay que han conseguido entrar en contacto con grandes artistas muertos y, gracias a ellos, pueden disfrutar de su arte…

-Como Mikel Trackson… sí, Menganito, como Mikel Trackson.

-Guayyyyy

-Pues sí, jejeje. Lo cierto es que en el primer libro queda claro que Woodworth es capaz de construir todo un universo entorno a los violetas sin perder la coherencia. 

- ¿la qué?

- Coherencia, Menganito. Sentido, sin perder el sentido. Como cuando Chabi organiza el juego de su equipo y es capaz de adelantarse a lo que piensan los demás.

-Sí, como en el gol del otro día cuando…

-Sí, sí… pues eso es lo que hace el escritor. Ha cubierto todos los peros posibles y ha dado respuesta, no sólo a las preguntas más habituales, sino a las que posiblemente ni se nos habían ocurrido.

-Vaaayaaa, como cuando el otro día Meneditto hizo una rabona.

-Sí, algo así.  Lo importante es que el escritor no repita sus fórmulas constantemente.  Porque, ¿qué pasaría si Meneditto siempre hiciese la misma jugada?

-Pues que todos lo sabrían y la estarían esperando.

- Pues eso pasa también en los libros. Hay autores (muchos, por desgracia) que se duermen en los laureles y acaban escribiendo siempre lo mismo. Butword, digo Woodworth, ha cambiado el planteamiento entre la primera y la segunda novela. Si la primera era más precipitada, con un asesino que sólo mataba violetas, en la segunda cambia el ritmo y la temática. “Manos rojas” es mucho más intimista y habla sobre todo de “vulnerabilidades”.

-¿Cómo las del Bilbado Futbol Glu cuando le sacan un corner?

-Es algo más complicado y profundo, Menganito. La novela habla de las dudas que nos asaltan a todos en el día a día: La soledad, la dependencia, la pérdida, el amor a la familia  pero también afronta la situación desde el punto de vista de una violeta, donde tanto las almas de los muertos como Organismos Nacionales intentan tomar el control sobre  su persona.

-Me parece mucho lío, Don Genero.

-Que va, Menganito, cuando crezcas y cumplas un par de años más, me lo dices y te dejo los libros para que lo leas.

- Pero es que a mí me gusta la acción, el miedo, los monstruos..

-Tranquilo, aquí acción tienes y monstruos hay a montones, y casi todos humanos, aunque tú ahora no seas capaz de entenderlo  ¿Te gustan las sorpresas?

-Claaaaro

-Pues el libro ofrece dos increíbles.

-Cuáles, cuáles…

-No te lo puedo decir, Menganito, que al final te lo reviento y no lo lees.

-Una pistaaaa, por faaaa.

-Está bien como me has amenizado la tarde te voy a dar dos: una, nadie ha narrado mejor lo que es un “trabajo desde dentro” ni ha explotado tanto las posibilidades de la posesión como Woodworth.  Y dos, como se  ha repetido en muuuchas ocasiones, los asesinos más despiadados también tuvieron madre.

Y dicho esto, Menganito, ala, a casa, que se hace tarde y tu madre te va a regañar…

-¡¡Uiba!!, si son las 19h, me voy, que me van a castigar sin consola.

-Hasta la próxima, Menganito

-Hasta mañana, D. Genaro.

domingo, 10 de julio de 2011

Una fracción de segundo

Dicen que los buenos suben al cielo, los malos son castigados con el infierno y los que no está claro acaban relegados al olvido del limbo. 


Aunque parezca mentira quizás ese sea, para muchos, el peor castigo de todos, el olvido. Y ahí, posiblemente, sea donde acabemos encontrando la primera novela de la serie protagonizada por Sean King y Michelle Maxwell. 


Son curiosas las malas pasadas que puede jugar la cabeza. Resulta mucho más fácil recordar una mala novela, o una película de serie B que una novela normalita a la que le falta ese "algo" intangible que la convertiría en recomendable. 


Al final lo que busca el ser humano es permanecer, ser recordado por algo.... los dichosos 15 minutos de fama. Por desgracia esta no será la obra que se la de a David Baldacci. Ya que a pesar de ser bastante entretenida, estar bien escrita, y contar con dos personajes interesantes y una trama elaborada,  adolece de algo...


De no ser porque sus protagonistas son (o han sido) miembros del Servicio Secreto (lo que no influye para nada en la trama), estaríamos ante una de esas novelas de las que, cuando alguien te pregunta ¿tú has leído "Una fracción de segundo", no? Preguntarías.. ¿cuál es esa? y tras explicarte tooodo el argumento dirías..¡me suena de algo, sí!!

martes, 5 de julio de 2011

Máscaras de muerte - Harry Dresden, vol. 5

Dentro del género Fantástico en general, y de la Urban Fantasy en particular, son pocos los autores que logran convertir sus novelas en algo más que en una exposición de freaks y fuegos de artificio. Dentro de ese “escogido” y reducido grupo de autores, tan sólo Jim Butcher parece capaz de mostrar toda la complejidad de los sentimientos y emociones que nos convierten en seres humanos.


Alguien que es capaz de trasladar la emoción de un gran amor, la desesperación de la pérdida y el regocijo y goce del reencuentro. Alguien que lo hace sin omitir los recelos, dudas y anhelos que se esconden detrás de toda esa infinidad de pausas y silencios debe ser por definición un buen escritor.
 Conseguir que ese acto tan íntimo que es amar siga siéndolo cuando son infinidad las personas que lo están leyendo...conseguir tocar el resorte que nos lleva a evocar aquel gran amor que ha formado o forma parte de nuestras vidas, logrando que mantengan su identidad y significado dentro de un todo mucho mayor, como es el caso de una novela fantástica es lo que hace que sea un gran escritor.
 Es cierto que Butcher no sólo ha renovado el bestiario urbano, sino que también ha reinventado a las criaturas y especies que en los últimos años han campado por sus anchas por las distintas novelas del género. Pero, sobre todo, ha sido capaz de rodear a su protagonista de un grupo de personajes carismáticos, atractivos, en constante evolución.
 Resulta difícil imaginar una novela protagonizada por Harry Dresden sin esperar la aparición de la Detective Karrin Murphy o sin Bob, ese particular “Pepito Grillo – guía por el mundo de lo sobrenatural”, pero en “Máscaras de muerte”, como sucedió con “La tumba”, Butcher los ha relegado a un segundo plano, reemplazados por Michael Carpenter, el (o, como se desvela en esta novela, uno de los tres) caballero de la Cruz o el regreso de Susan Rodríguez.
 Cuesta recordar momentos tan divertidos, tiernos o duros como los protagonizados por Susan y Harry, siempre rodeados de peligro. Si en “Tormenta” fue la lucha contra el demonio sapo y en “La tumba” la fiesta en la Corte Roja, en “Máscaras de muerte” es una de las escenas más tórridas/peligrosas que he leído hasta la fecha.
 Una novela en la que se produce la primera aparición de Ivy, The Archive, la guardiana de todo el conocimiento de la historia de la humanidad y, por ende, una de las criaturas más poderosas que existen sobre la faz de la tierra; Jared Kincaid, el misterioso guardián de The Archive; Ortega, el Duque de la Corte Roja, contra quien Harry protagoniza un duelo a muerte y, por supuesto, Los Caídos.

Y, por si fuese poco, vuelve a aparecer en escena, como siempre Johnny Marcone, el único humano al que hasta ahora Harry ha temido.

Amor, lucha, miedo, muerte, sufrimiento, en una novela que comienza con Harry invitado a un reality show y que acaba con un acto de misericordia, ¿se puede pedir más de una novela?