sábado, 19 de noviembre de 2011

Nivel 26

No sé si la culpa de lo que sucede últimamente en el mundo editorial la tiene quién inventó la frase "rizar el rizo", si el (de)merito se la debo otorgar a quien incorporó el "más difícil todavía" al mundo del circo o  si todo tiene su origen en ese alto dirigente del mundo del fútbol que tuvo a bien hablar por primera vez de la "excelencia" no como un título con el que dirigirse a jueces y a ciertos títulos nobiliarios sino como la necesidad imperiosa de ciertos personajes de alcanzar trascendencia y universalidad, de dejar su marca en la historia, de alcanzar cotas por las que siempre puedan ser recordados.

Ese mismo personaje, que podría llegar a ser objeto de mofa de no ser uno de los empresarios más exitosos del país, puso de moda la idea de que la acumulación de lo mejor (¡estrellas y recursos) es la forma (tal vez la única) de alcanzar el triunfo. Una idea que parece haber calado hondo en el mundo editorial.

Como me pasó con "Sé lo que estás pensando", "Nivel 26" me parece un producto de laboratorio. Un intento desmesurado por alcanzar el Olimpo literario bajo la acumulación de "lo mejor" que pueda haber aunque ese "lo mejor" poco o nada tenga que ver con el mundo literario actual.

Da la sensación de que alguien encargó un estudio de mercado, uno de esos fríos análisis estadísticos en el que se pregunta a una pantalla de ordenador (como si del espejo mágico de la madrastra de Blancanieves se tratase) qué es lo que más gusta en la sociedad y entonces el iluminado de turno contrata a un alquimista  reconicido para que introduzca todos esos elementos en sus redomas para ver qué sale, porque, según su planteamiento, el resultado será algo sublime, un éxito seguro.

El estudioso estadista de turno miró su gran pantalla de cristal y obtuvo varias pautas sobre que es "lo que gusta": el thriller procedimental , el sensacionalismo, Hannibal Lecter y los malos muy, muy malos  y "lo multimedia". 

No discuto que a la gente le gusten esos cuatro elementos, en abstracto y de forma independiente, con la excepción del "sensacionalismo" (que siempre me impone mucho respecto), son cosas que yo habría marcado en una encuesta aunque claro no necesariamente para un libro ni mucho menos para que todos estén metidos con calzador.

Hay cosas bastante claras, por muy bueno que pueda ser uno en su parcela, no tiene porque serlo necesariamente en las demás. Es cierto que durante el Renacimiento los artistas eran polifacéticos, cubriendo distintas ramas del mundo del arte, pero también lo es que a veces un buen guionista es sólo eso, unb uen guionista y su sitio está en la televisión, no en el mundo literario. Si Guillermo del Toro se equivocó al dar el salto literario con "Nocturna" (y decir esto me cuesta mucho porque me gusta mucho su obra ), Anthony E. Zuiker ha pecado de no conocer sus limitaciones. En papel no se pueden dejar tantas cosas "al azar"...no se puede esperar que cada cambio de capítulo se produzca un fundido en negro y la imagen se traslade a otra parte así sin más. Ni que la intuición de actores y directores suplan  los vacios emocionales del guión...

Supongo que ahí intervenía el "elemento multimedia", esa remisión constante a la página web oficial del producto a la que se puede ir accediendo con distintas claves para seguir el desarrollo de la novela. Por desgracia, por mucho que me haya hecho mucha ilusión ver de nuevo a Michael Ironside actuando,  éste sistema no deja de ser poco práctico para quién, como yo, acostumbra a leer en los viajes hacia sus distintos destinos (trabajo, casa, una cita (¡¡já, qué gracioso, una cita!!) o lo que sea). Sentado en un vagón de tren con 300 páginas en la mano, las remisiones a enlaces de internet carecen de sentido, llenan de frustración y dejan al lector con la duda de si debe proseguir con la lectura (y se arriesga a perder algo) o si debe esperar e intentar seguir cuando esté en casa delante del ordenador. Para mí la lectura es entretenimento y distracción, no frustración ante la imposibilidad de seguir con la lectura.  Por si alguien tiene dudas  la trama se puede seguir perfectamente sin los clips adicionales pero entonces la obra queda desnuda, con todas sus vergüenzas expuestas al aire.

Sobre los "malos malísimos" conviene decir que no basta sólo con que sean inteligentísimos, retorcidísimos y, hasta cierto punto, aterradores...es necesario que sean carismáticos, que tengan ese algo atrayente del que dotó Conan Doyle a Moriarty o Thomas Harris al Sr. Lecter. Sqweegel no lo es y da la sensación de que en su concepción Zuiker confundió lo extraordinario y atrayente con lo morboso y sórdido. Eso sin valorar los errores pueriles e infantiles que llevan a los investigadores a seguir sus  pasos.. por mucho que al final, en un giro de "tuerca" que acaba resultando el colmo del despropósito, el autor intente justificarlo.

Por último "sensacionalismo" no debería ser confundido con voyeurismo, ni con desagrado desmedido, ni con morbosidad exacerbante, con "lo macabro" (que decían en el comienzo de la serie Castle), ni mucho menos con la casquería...y, sin embargo, esos elementos se dan, y mucho, a lo largo de la novela, que tiende a ser demasiado explícita por momentos, buscando más causar "impresión" que otra cualquier otra cosa. Personalemente la excena con los tres adolescentes es una de las más desagradables y posiblemente evitables de cuantas he leído y visto en los últimos años. A veces tan importante como explicar las cosas es ser capaz de sabe poner límites y dejar que el propio lector rellene los huecos, sin necesidad de entrar en tantísimos detalles.

Con lecturas como esta es como logro poner en perspectiva obras como "El ángel rojo" de Franck Thilliez o "Todo lo que muere" de John Connnolly, elaboradas pero sencillas, bien llevadas y entretenidas, pero , por encima de todo, creíbles dentro de su propio género y estilo. El primero capaz de demostrar que a veces no hay nada más aterrador que profundizar en los rincones más sórdidos y remotos de la sociedad actual, que no siempre se encuentran precisamente en los llamados "bajos fondos". El segundo capaz de poner los pelos de punta al lector conforme nos va descubriendo como  a veces distinguir el bien y el mal no resulta tan sencillas como lo quería pintar Robert Louis Stevenson en "Jekyll y Hyde", y e que, las apariencias engañan.