domingo, 26 de febrero de 2012

Snake agent

A veces algo irrumpe en tu vida (entrar queda demasiado suave) y lo pone todo patas arriba. Te desubica, te aleja de "tus lugares comunes", de tus rutinas, de "lo habitual" y lo normal. No sabes de dónde ha salido ni sabes a dónde te va a llevar pero ahí está. Pasa con las personas y pasa también con los libros. Tanto con unos como con otros sólo cabe hacer dos cosas: por un lado agradecer su irrupción pues, por mucho que generen el caos allí por donde pasan,  suelen resultar experiencias realmente especiales para quienes las padecer (o sufren... o disfrutan, en ese caso en silencio, claro, jeje). Por otro lo mejor que se puede hacer es no intentar encasillarlo ni etiquetarlo, limitarse a vivirlo y ver hacia donde te conduce... por desgracia, tratándose de libros esta segunda opción no sirve y no me queda más remedio que intentar exponer los por qués, por mucho que pueda resultar una tarea ardua y  complicada encontrar la forma más acertada ( o exacta) de hacerlo. 

"Snake agent", como sucedió en su día con "La mujer del viajero en el tiempo" y hace algo más de tiempo con "Elantris" (de Brandon Sanderson) entran de lleno en esa categoría de "algo-que-me-ha-gustado-enormemente-pero-resulta-muy-complicado-comentar", pero a la hora de explicar los motivos la cosa se complica. En primer lugar porque son tan distintas a todo lo que hayas leído antes que recurrir a la  comparación tiene que ser completamente descargado. En segundo lugar porque si te limitas a comentar el argumento lo único que consigues al final es reventarle la novela a alguien que tiene el mismo derecho que tú a disfrutarla.

En muchos foros se incluye esta obra dentro de  la "Urban Fantasy" (yo la he incluído dentro de esa misma categoría) pero creo que habría que matizar que por mucho que comparta género con autores como Jim Butcher, Ilona Andrews, Laurell K. Hamilton o Harry Connolly, poco tiene que ver con cualquiera de ellos. Aquí las "criaturas de las noche" (da igual si son vampiros, hombres-lobo, ghouls, duendes, hadas, etc...) brillan por su ausencia. El mundo creado por Liz Williams que, por algún retazo que me queda de la infancia, parece guardar relación con la mitología antigua china, mezcla también algo de "ciencia-ficción" en su trama, creando algo nuevo y, hasta la fecha, nunca visto ( o al menos nunca leído por mí).

El de "Snake agent" es un mundo en construcción que, al carecer de una introducción que ambiente la novela e irse añadiendo datos conforme se va avanzando en la trama, obliga al lector a "desandar" algún paso que había dado precipitadamente y a desentenderse de alguna presunción de elaboración propia con la que había adornado la novela, pero también un ejercicio de imaginación que nos lleva a territorios inhóspitos e insólitos, lo que hoy,  donde la repetición se ha convertido en una herramienta de uso reiterativo, es de agradecer.

El universo creado por Williams recuerda, aunque sea lejanamente, a los pasajes del submundo que se veían en la película "Golpe en la pequeña China" y a los mundos donde un "difunto" Goku entrenaba para convertirse en el gran guerrero que llegaría a ser después en "Bloa de Dragón", pero no guarda relación directa con ninguno de ellos. En este particular mundo el Cielo y el Infierno mantienen un extraño "pulso" que no se asemeja en nada a las lucha por la posesión de las almas que suelen impregnar las páginas otras novelas donde "el Bien" y "el Mal" hacen su aparición, quizá porque en este otro mundo no todo el que está en el Infierno obra mal ni todos los dioses obras bien, en un equilibrio necesario e inestable que no ofrece respiro al lector.

Posiblemente la dificultad para encasillar lo que está sucediendo en la novela sea una de las claves del éxito de la serie protagonizada por el  Detective Inspector Chen. Es en ese desconocimiento, en un lector que se encuentra siempre algo desubicado, donde se encuentra la clave del éxito de la novela, aunque también el mayor peligro pues en el camino serán muchos los que se apeen de la lectura. Posiblemente "Snake agent" sea una de esas novelas para incondicionales, esas que acaban siendo consumidas sólo por devotos que disfruten con su lectura y la encumbran a "obra de culto", saboreando las intrigas y las incertidumbres que van a apareciendo conforme evolucina la novela y obviando cierta ausencia de acción.

En un mundo politeísta donde dioses y demonios se interrelacionan con los humanos e incluso bendicen a algunos de ellos con "sus dones", ¿hay lugar para el libre albedrío? Y que decir de un infierno totalmente burocratizado en Ministerios...aunque posiblemente la mejor parte se la lleven los dos personajes protagonistas, distintos en su origen y antagónicos en sus intereses, el Senescal demoniaco Zhu Irzh y el Inspector Chen, encumbrados como antihéroes cautivadores y atrayentes en su intento por desentrañar (cada uno a su manera) la posible relación existente entre la misteriosa muerte de una joven y una red de trata de almas  que parece tener sus raíces en el inframundo.

Y de fondo el amor... El de un hombre que está dispuesto a dejar de lado su fe y desobedecer a la diosa que le concede sus dones en su intento por recuperar a su esposa demoniaca desaparecida. La escenificación más clara de la lucha interna del protagonista entre "lo que cree que debe hacer" y "lo que su diosa solicita de él".

Supongo que conforme avance la serie todo el complejo mundo creado por Liz Williams se irá perfilando más y más hasta quedar completamente definido pero lo que hasta la fecha he podido atisbar ha captado por completo mi atención. Tanto es así que no creo que tardase ni cinco minutos en cotillear en internet para ver si podía hacerme con el segundo volumen. De todas formas, como ya he avisado antes,  ésta es una  lectura complicada y compleja (que fuese en inglés no ayudó, la verdad) que sólo al final ofrece su recompensa al lector que haya perseverado.

No sé si realmente lo he sido pero tengo la sensación de que he sido más breve de lo habitual... algunos lo agradecerán, otros no... la verdad,  es que esta es la novela más arriesgada que ha pasado por mis manos hasta la fecha (junto a "Kafka desde la orilla", que, por cierto, sigo teniendo a medias en la mesilla esperando a que la situación mejore y pueda dedicarle tiempo el tiempo y atención que necesita).

domingo, 19 de febrero de 2012

Más oscuro que la noche

Los spin-off y los crossover, que tanta vida han dado al mundo del cómic y que ahora empiezan a tener bastante peso específico en el mundo de la televisión no parecen haber encontrado todavía su sitio dentro del mundo literario. 
 
Spin-off (literalmente "salpicadura" o "derivado") se utiliza para las nuevas colecciones/series basadas en (o con un protagonista que surge de) otra. Una escisión de la serie madre que permite seguir con ésta y crear, a partir de ese otro elemento escindido, una serie nueva.

Crossover se utiliza en el mundo de la televisión (sé que en baloncesto, por ejemplo, significa algo totalmente distinto) para referirse a la intervención de uno o varios personajes de una serie en otra.

Es muy difícil encontrar algún ejemplo de ambas figuras en la novela actual. "Por la boca muere el pez" (del que hablé la semana pasada) es, a bote pronto, el único ejemplo que se me ocurre. Hablo de crossover, no de colaboraciones, como las que asiduamente lleva a cabo Clive Cussler a la hora de realizar sus novelas, ni de las ideas y proyectos elaborados por algún escritor famoso (Dan Abnett o Tom Clancy) cuyas secuelas y desarrollos paralelos son llevados a cabo por terceros autores, en uno de los pocos casos de spin off que conozco.

Ajeno a todo esto, o por contra, muy consciente de la problemática que supone el andar intercalando personajes ajenos en las historias propias, Michael Connely parece haber optado por la creación de un universo propio, donde un número significativo de personajes, a priori independientes, en cuanto se  presenta la oportunidad campan a sus anchas por las páginas de las novelas de sus "hermanos" literarios. 

De entre toda la retahíla de sus personajes parece más que evidente que Michael Haller, Terry McCalleb, Jack McEvoy, Rachel Welling y Harry Bosch son los cinco "grandes" protagonistas con los que el prolífico autor norteamericano cuenta como norma fundamental. Bosch, como primogénito que es, parece el destinado a cargar sobre sus hombros con el peso del linaje pero los demás, conforme van pasando los años, van cogiendo un peso y una independencia más que reseñables. Basta con mirar por ejemplo el caso de Michael Haller, hermanastro de Bosch, convertido en figura catódica hace menos de un año con el rostro de Matthew McCounaughey (me reservo el derecho a opinar hasta que haya visto la adaptación de "The lincoln lawyer", "El inocente". Un visionado que, hasta ahora, he postergado).

Estos cinco personajes tan distintos sirven a Connelly para hacerse eco de todo cuanto rodea al mundo del crimen, desde la ardua labor policial del día a día a la altamente cualificada labor del profiler del FBI, pasando, por supuesto, por la presencia constante de los medios de comunicación y, como no, la sempiterna aparición de los abogados. Quizás la única ausencia realmente destacable sea  la práctica forense, por mucho que Teresa Corazón siempre haga acto de aparición cuando de la serie de Bosch se trata.

Imagino que como cualquier otro lector tengo mis favoritos (en mi caso, "mi" favorito), por supuesto. Me encanta Michael Haller y creo (y "Más oscuro que la noche no ha hecho más que ratificar mi opinión) que el entorno donde mejor se mueve (y más me gusta) Connelly es el del "thriller legal", donde la moralidad y la legalidad se confunden y donde los límites se desdibujan. Aunque reconozco, como ya lo hice en un post anterior, que con los años Bosch va cogiendo más peso en mi elección de libros y su camino y el mío se entrecruzan cada vez con mayor frecuencia.

Si hasta ahora las intervenciones de los "invitados" se circunscribían a apariciones puntuales (como suelen ser las del incisivo McEvoy) en "Más oscuro que la noche" nos encontramos con la primera "invasión" en toda regla de un "protagonista invitado" a una novela "hermana", pues aquí, sin grandes alardes pero mucha efectividad, Terry McCalleb, el ex-profiler del FBI, roba el protagonismo a un Harry Bosch inmerso en pleno proceso judicial. Cerca del 65% del peso de la novela recae sobre este brillante ex-agente, ahora retirado y felizmente casado. Mientras Bosch intenta conseguir llevar a buen puerto un juicio de gran repercusión mediática donde se procesa a un importante productor de cine por el asesinato de una joven actriz, McCalleb sale de su retiro para colaborar extraoficialmente con una ayudante del Sheriff de Los Ángeles en su intento por encontrar a un asesino (posiblemente en serie) que mató a un hombre que, seis años atrás, fue sospechoso del asesinato de una prostituta.

"El vuelo del ángel" sirvió a Connelly para mostrar la facilidad con que una persona puede sucumbir a la corrupción, al dinero y al ansia de poder y para hablar de las sospechas de corrupción y abuso de poder  que penden sobre  el cuerpo de policía de Los Ángeles desde que los medios de comunicación locales fueron capaces de sacar a la luz diversas situaciones de abuso que se han ido sucediendo en las últimas tres décadas. En esta nueva entrega nuestras miradas son dirigidas, precisamente, al otro supuesto (igual de extremo y de peligroso), el que se produce cuando quienes deben protegernos, desbordados por el panorama que contemplan cada día, alcanzan tal grado de saturación e impotencia que acaban por erigirse en autoproclamados vengadores de la sociedad,  impartiendo su propia justicia.

Es precisamente el límite entre lo que es legal y válido y lo que no lo es (por mucho que el resultado perseguido sea "algo bueno") sobre lo que trata toda la novela. Terry McCalleb debe averiguar si, como parecen indicar todas las pruebas recogidas hasta la fecha, Bosch ha abandonado los límites fijados por la ley, los mismos que siempre ha respetado aunque cada vez parecen estar más desdibujados. Un tête á tête narrativo entre los que posiblemente sean (junto al ya citado Haller) los dos personajes más carismáticos y atrayentes del universo Connelly. Dos amigos que un caso unió y que ahora, con uno ejerciendo de "juez" y el otro cuestionado como posible "verdugo", pueden ver como sus caminos se separan de forma definitiva.

Sólo un pero, la sensación que me deja la novela de que a partir de un momento muy concreto (cerca de las ultimas 50 páginas) la novela se precipita demasiado rápido hacia su final. Y es que no termino de tener claro si los acontecimientos se fuerzan un poco, por mucho que la explicación final parezca (y es un parezca muy condicionado) valer como justificación para el desarrollo final. 

Lo demás, que es mucho, forma parte de una obra notable, cautivadora y muy entretenida que cuenta con el plus de haber despertado mi curiosidad por la obra de "El Bosco", en concreto su "El jardín de las delicias", que ya he contemplado en un par de ocasiones por internet a la caza de cuantas lechuzas pueda avistar mientras valoraba la obra a través de la  interpretación que se da de su obra en la novela.

Ahora sólo me queda encontrar la oportunidad para acercarme al Museo Nacional del Prado de Madrid para verla en primera persona. Mientras me conformaré con buscar la librería más cercana que tenga un ejemplar de "Deuda de sangre", la novela que sirvió como presentación de Terry McCalleb y que hasta la fecha, cada vez que la he buscado estaba descatalogada.

domingo, 12 de febrero de 2012

Por la boca muere el pez

Vayas donde vayas si alguien se queja del precio de un producto siempre hay otro que responde con el  manido "Las cosas valen lo que su comprador está dispuesto a pagar por ellas". Una especie de muro infranqueable que Publio Siro erigió hace más de 2.000 años y que aún hoy ofrece protección y cobijo al vendedor ante cualquier  intento del comprador que intenta razonar sobre el coste de la vida.

Resulta frustrante ser silenciado por una frase milenaria. ¿dónde queda la oferta y la demanda?¿eso ya no existe? Quizás sea necesario que alguien nos reeduque a los consumidores. Que alguien con vastos conocimientos salga en nuestra defensa. Alguien que esgrima a Jeremy Bentham y su "utilidad marginal" ante el tipo que se esconde detrás del P.V.P (Precio de Venta al Público).

La "utilidad marginal" se utiliza (si no recuerdo mal) en microeconomía para medir la satisfacción que le produce a una persona el consumo de la siguiente unidad de un producto. Una satisfacción  decreciente, pues con cada nueva unidad la persona se va "saciando" hasta que llega un momento en el que el coste de la siguiente unidad está por encima del valor/satisfacción que le asigna el consumidor y, por tanto, deja de consumir.  

Para el que lo quiera entender a efectos prácticos me voy a remitir al ejemplo que a mí me han puesto toda la vida: una persona está sedienta y alguien (quien sea) le ofrece un vaso de agua a un coste X. El sujeto en cuestión, si tiene el dinero, no se plantea si ese vaso de agua vale lo que está pagando porque en ese momento su prioridad es sobrevivir y eso para él (y para todos nosotros) no tiene precio. Conforme va bebiendo la sed se apaga y, con ella, su necesidad. De manera que cada vez necesita menos y le cuesta más un nuevo vaso, por mucho que el precio del mismo siga siendo el del principio.  

Dicen que las nuevas generaciones están llamadas a superar a las que les precedieron, que es el ciclo de la vida (aquí sin "Hakuna Batata", que hay que pagar copyright). Confieso que yo debo ser uno de esos fallos que confirman la regla porque  lo que a mí me costó llegar a comprender algo más de 20 años  (y alguno más que he tardado en valorarlo), hace mucho que fue asimilado por mis padres (y eso que ninguno de los dos tuvo que tragarse "Economía política" y otras asignaturas similares) y su "sentido práctico parental", algo así como el "sentido arácnido de Spíderman" pero sin araña radiactiva de por medio...algo "que no se enseña, te lo da la vida"...(o eso dicen ellos).

Lo cierto es que el otro día fui a comer a su casa. Al llegar saco el último libro de Andrea Camilleri (el mismo del que trata este blog) de mi mochila. Mi madre lo ve y sonríe, con ese ligero toque de tristeza que se le pone a veces en la comisura de los ojos cuando se enfrenta a las situaciones agridulces que ofrece la vida. Me mira tranquilamente y me pregunta:
- ¿Cuántas? 
A lo que yo, como hijo avispado que soy y gran conocedor de su psique, respondí: 117 (los dos sobrentendimos la palabra "páginas").
- ¿Cuánto? 
13 (euros)
-¿Y?
- Muy corto. En una hora y cuarto lo había leído. Las últimas páginas ni siquiera forman parte de la novela, son la explicación del editor sobre cómo surgió la idea de esta colaboración y, encima, hay cerca de 15 páginas que son casi exclusivamente imágenes. Quítale otras 20 páginas que sólo están escritas hasta (o a partir de) la mitad e imagina una letra tan grande que puedes leer a 3 metros sin las gafas de ver de lejos...
- Pues ya sabes...

Una frase que lo dice todo. Un "Hijo, que no nos vuelvan a pillar en un renuncio. Si vuelve a pasar coge cualquier otro de los que nos gustan, no hay problema". Siempre en plural, ¡¡qué pasa, es mi madre!!, no iba a dejarme por los suelos con un demoledor: ¡¡así hijo, sigue tirando el dinero!!...

A mi madre le gusta Andrea Camilleri. Diría que le gusta mucho. No sólo las historias de Salvo Montalbano, también las independientes. Antes nos servía de excusa para criticar la lamentable situación en que se encontraba Italia. Hoy para ver cuánto nos hemos acercado a nuestro vecino mediterráneo. Y aunque han llegado otros (Carofiglio, Markaris, etc...) que ofrecen lo mismo, sólo Camilleri nos pone esa sonrisa tan tonta en la cara...

Con su declaración (si es que se puede llamar declaración a tres palabras puestas juntas) mi madre no estaba cuestionando el valor que tiene este singular e irrepetible escritor italiano. Lo que criticaba era "su" coste. El que pone la editorial, el que no sé si desvirtúa la obra pero si la aleja del lector, al menos de éste.

La mujer que me trajo al mundo (la misma cuyo nombre no pongo porque no quiero quedarme sin la invitación a comer los sábados, que tras este comienzo ya está puesta en duda) no conoce el "óptimo de Pareto", ni creo que haya visto las teorías económicas sobre los bienes sustitutivos y los bienes necesarios, pero tiene muy claro un par de conceptos básicos. Uno lee para entretenerse y aprender. La lectura, por desgracia, es un privilegio (para algunos un capricho) no subvencionado. Si quieres algo lo pagas y, con la situación actual, no siempre puedes gastar lo que te gustaría. Entonces llega el momento de afilar el ingenio o aceptar que ha llegado el momento de  "hacer sacrificios", que lo puedes vestir como quieras pero, al final, siempre se reduce a un mero: "como no puedo con todo lo que quiero, entonces compraré lo que puedo y que creo que me va a solucionar/apetecer/satisfacer más.

No soy una persona especialmente ahorradora y me doy caprichos cuando puedo, ¡la vida está para vivirla! pero no me gusta terminar una novela con la sensación de que me han timado o de que, en el mejor de los casos, he desperdiciado parte de mi tiempo/bienes. "Por la boca muere el pez" es un cuento corto. Divertido, ácido y satírico, reune todos los ingredientes que hacen que adore a Camilleri: humor, crítica social, una facilidad de lectura asombrosa, a un Catarella que sólo con ser nombrado te arranca una sonrisa, un "Don Juan" de medio pelo como Mimi Augello (que no sabes como pero en cada novela se las arregla para dejar la imagen del género masculino un poco más deteriorada), comida y, por supuesto, los vaivenes de la relación entre Flavia y Salvo. La historia es original y en ella "hacen aparición" (u omisión) los "servicios secretos" italianos, pero todo en una dosis tan ínfima, tan concentrada,  que al final en lugar de agradar, molesta, porque quieres más y no lo hay. Una lectura que abre el apetito en lugar de saciarlo. Una "tapa" a precio de menú, y no precisamente del día. 

Si no hubiese en el mercado otras novelas de Camilleri no diría nada, pero todavía (y el todavía es porque parece que varias de las ediciones más económicas  ya no están disponibles, al menos en las páginas que he mirado) hay libros de la serie de Montalbano muy interesantes ("la forma del agua" o "El perro de terracota", entre otras), superiores hasta límites insospechados a esta última y, lo más importantes, a precios mucho más económicos.

Sé que sólo he hablado de Andrea Camilleri y que esta es una obra coral, pero no creo que en 30 páginas (y creo que si esta novela hubiese tenido un formato ortodoxo no habría sobrepasado ese número de páginas) pueda sacar algo en claro sobre Carlo Lucarelli, máxime cuando durante la lectura siempre me ha parecido que el espíritu de la obra estaba totalmente imbuido por el genio del primero. ¿La sombra del octogenario escritor italiano es demasiado alargada o acaso ambos autores tienen un estilo similar? Por si las moscas me apunto el nombre y cuando se publique una novela de la inspectora Negro la tendré en cuenta.

Un último comentario que no guarda relación directa pero que creo que sí tiene cierta importancia con respecto a lo que he comentado en este post.  El otro día vi que un anexo a  "Soy el número 4" había sido publicado. No hablo de la segunda novela, "The power of Six", que ya sé que está traducida (y cuya  versión original reposa en mi estantería esperando su momento). Hablo de "The lost files: six's legacies", un relato corto que cuenta lo que fue el camino de Six hasta su irrupción en la primera novela de la serie. Su coste era (literalmente) 0,99 libras. Poco más de un euro directamente para ebook. Desde entonces no puedo dejar de preguntarme ¿Ésto va a llegar en algún momento a España?

domingo, 5 de febrero de 2012

Temor frío

Desde hace unos días le doy vueltas a la definición que Ambrose Bierce dio de la palabra "paz" en su obra "The Devil's dictionary": "En política internacional, época de engaño entre dos épocas de guerra". Y cuanto más pienso en ella más me doy cuenta de que, ironía aparte, Bierce lo que hacía era señalar que, como tal, la paz no existe, convertida en un mero instrumento para acallar al pueblo.

Me pregunto si de vivir en nuestros días el vitriólico escritor americano  habría hecho algún comentario similar sobre las "víctimas" en la sociedad actual. Sobre la forma en que se ha ido produciendo la instrumentalización de todas ellas en pos de otros objetivos. Una mediatización que no sólo se observa en el ámbito político y periodístico, también en el creativo, en  la televisión y la literatura. 

Hoy vende el autor capaz de meterse en "la mente del asesino" para mostrárselo al lector, el policía "en las últimas", el forense y el técnico de laboratorio, el dato huero, frío, esteril. La víctima, si ha sobrevivido, sólo sirve para testificar y facilitar algún dato que oriente la investigación; si ha muerto el receptáculo que contenía su esencia se convierte en un objeto frío e inanimado, un mero objeto de donde extraer datos. Todo se maquilla y se adorna: el Dr. Mallard de NCIS habla con los cuerpos que depositan sobre su mesa, los humaniza (y llena esos silencios de pantalla que, de no ser por eso, podrían resultar un problema); gracias a la Dr. Temperance Brennan o la doctora Megan Hunt "leemos" en los cuerpos y desciframos las huellas que profesiones, hobbies y hábitos han dejado impresas en su organismo; y siempre, al lado de cada uno de ellos, un agente de campo rellena los huecos sobre la personalidad y circunstancias, sólo las que puedan resultar determinantes para esclarecer el caso. Pero...¿dónde queda la víctima?¿quién le da voz?¿y al que sobrevive, por qué no se le muestra más? ¿qué pasa con ellos? el dicho no deja lugar a dudas sobre el muerto,  "al hoyo", pero, ¿qué pasa con el vivo? ¿y su familia y amigos? 

Parece que esas mismas preguntas se las ha planteó en su día Karin Slaughter cuando creaba la primera novela ambientada en Gran County (pueblo/ciudad/región de su invención situado cerca de Atlanta) y coprotagonizada por tres auténticos personajes (en toda lo amplio de la acepción): un jefe de policía (Jeff Tolliver) divorciado, que se crió con un padre alcohólico y maltratador; una forense (Sara Linton), ex mujer del anterior y propietaria de una clínica pediátrica y, por último, la ex ayudante del jefe de policía, Lena Adams, alcohólica (sin ex delante) que trata de recuperarse tras sufrir una monstruosa violación y presenciar la muerte de su hermana gemela.

Con este panorama, con más pinta de película de serie B que pueblan las sobremesas del fin de semana,  "Temor frío" había sido la escogida, a conciencia, como mi víctima propiciatoria. La obra destinada a limpiar mi paladar tras "El camino blanco" de Connolly. La forma de evasión que había elegido para transitar por una semana (y un mes) en el que mi cabeza está (y estará) ocupada en otras cosas. 

Las novelas de más calado, las favoritas y las llamadas a ser apuestas ganadoras quedaban pospuestas durante unos días, dejando paso a las, a priori, novelas menores o a las apuestas más arriesgadas, las que muchas veces acaban siendo saltos sin red.

Pero no hay nada mejor que no esperar algo para que ese "algo" tenga su oportunidad, sobreponiéndose a todos los peros que pesaban  sobre él desde antes de empezar, trastocándolo todo y poniendo todo lo que pensabas o creías patas arriba. A los hechos me remito, esta semana he estado a punto de pasarme "mi" parada en, al menos, dos ocasiones. Las (siempre) odiosas conversaciones de la gente que te rodea en el autobús, las mismas de las que no siempre es posible aislarse, acabaron convertidas en una especie de ruido blanco que me permitía aislarme de lo que estaba pasando. Y, lo más extraño, yo, que tengo la (mala ya sé que muy mala) costumbre no de leer por la calle sin que nunca me haya sucedido nada, he tenido "la inmeeeensa suerte" de pisar dos "regalos dejados ahí por algún perro" (¡¡espero que fuese un perro!!) cuando hasta ahora nunca me había sucedido algo parecido. ¿Tan buena es "Temor frío"? No creo que "buena" sea lo que mejor defina esta novela. Creo que "diferente" y "necesaria" se aproximan más a la realidad.

Karin Slaughter ha optado por escribir una novela centrada en las "víctimas", por contar una historia donde casi todas los personajes que aparecen están marcados de una u otra forma por la violencia. Una violencia entendida (por mí, para este caso en concreto) como episodios concretos, puntuales o reiterados, que han marcado el devenir de quienes la han padecido o sufrido, da igual si de forma directa o indirecta.

Acostumbrado a otro tipo de "víctimas", las de la escritora americana resultan especialmente interesantes y llamativas. No son algo estático puesto sobre una mesa de operaciones, ni cuerpos que aparecen en algún lugar recóndito, ni meras fichas policiales que con cuatro datos resumen todo una vida de experiencias y relaciones. Son seres "reales" que respiran, se relacionan y sufren. Que se levantan cada mañana con el recuerdo de un momento que les robó todo lo que tenían planeado y les obligó a intentar rehacerse, a construir una nueva vida, a vivir con el recuerdo de lo que (les) había pasado. Y, como sucede en la vida, no todos, ni siquiera la gran mayoría, lo consiguen.

No pretendo engañar a nadie. "Temor frío" es una novela cruda, por su realismo, porque su creadora ha optado por hablar de todos, no sólo de los supervivientes, también de los caídos. Habla de víctimas de violación que años más tarde no son capaces de dormir tranquilamente en sus camas o que rehuyen todo contacto físico. De víctimas de maltratos que, a pesar de estar áltamente cualificadas y ser expertas en la materia, siguen con sus parejas. De personas capaces de "intentar" suicidarse para llamar la atención. Y (y sobre todo "y") de quienes rodean a todas estas personas. De los familiares, parejas y amigos de quienes sufren cualquier tipo de violencia, sin importar si es autoinfligida o causada por un tercero. De como las relaciones familiares, que se suponen los lazos más fuertes e indelebles que existen, se rompen y se alteran. Del sentimiento de frustración y futilidad que embarga a quienes ven caer a sus seres queridos y de lo costoso que resulta para todos ellos intentar levantarse. De la facilidad con la que olvidamos que una vida puede cambiar en un instante. 

Es difícil leer la novela y no experimentar distintos tipos de emociones y sentimientos. Es complicado no juzgar algunos comportamientos y no pensar si tú, en esa situación, obrarías de otra forma. Hay personajes que pueden inspirar compasión y de otros te "alegras" de su final (o al menos no lo sientes). Algunos gustan y otros generan repulsión. En ocasiones les entiendes y en otras. Pero son "reales" sufren, sienten, cambian y nos muestran una realidad que no estamos (o al menos yo no estoy) acostumbrado a contemplar.

Todo durante la investigación de una agresión acontecida mientras la policía, a escasa distancia, estudia el lugar donde ha sido hallado un suicida. Un viaje que en ocasiones lleva a los protagonistas a situaciones pretéritas que creían superadas y que otras les enfrenta a una generación (la formada por los nuevos universitarios) que no podría distar más de la suya, aunque apenas medie una década entre ellos.

Protagonistas que calan, incluso los más complejos (como puede ser Lena Adams) dejan huella. Un planteamiento distinto que se sale un poco de lo que se lleva últimamente. Una buena lectura.

Me gustaría terminar con una petición, muy pequeña: si un día ves que por la calle va caminando alguien (da igual si es hombre o mujer) leyendo y crees que no ha visto ese "regalo"  que, quieto en el suelo, espera a ser pisado por el/la incaut@, por favor, no te quedes mirando a ver qué pasa, avísa al pobre lector. Gracias.