sábado, 31 de marzo de 2012

La estatua de bronce


Hace unos años (que nadie pregunte cuantos porque la noción del paso del tiempo es una de las cosas que, por desgracia, he ido perdiendo sin darme cuenta) hubo un anuncio de una conocida marca de refrescos en la que se exaltaba su capacidad para satisfacer a todo tipo de personas con una simple frase: “Para los…”.

No tengo ningún interés en homenajear a la bebida (por mucho que me guste) pero sí pretendo crear un post distinto, quizás más ligero y espero que mucho más alegre. He aquí mi particular anuncio sobre “La estatua de bronce” de Lindsey Davis:

Para los amantes de la Historia o, en su defecto, de la novela histórica con tintes realistas: que encontrarán aquí una buena narración sobre el comienzo del gobierno de Vespasiano como emperador romano tras el asesinato de Tiberio.

Para quienes disfrutan de las intrigas palaciegas, para los que siempre se preguntan  cómo se hace “política” y para quienes piensan que una de las mayores tragedias televisivas de las últimas dos décadas es que alguien pusiese punto final a “El ala oeste de la Casa Blanca”.

Para quienes disfrutan leyendo un libro junto a un plano de una región para seguir los pasos de su protagonista y de paso aprender algo de la orografía y costumbres de distintas regiones del mundo.

Para las seguidoras de las novelas de Jane Austin, que disfrutan con los amores y las luchas entre distintos estamentos sociales, con las mujeres inconformistas con su rol social y con los protagonistas varones abiertos al cambio, eso sí (por suerte) sin polisones, trajes con volantes y demás atavíos superfluos.

Para quienes estén dispuestos a aceptar la realidad de la Roma clásica, cuna de la civilización pero lejos de ser el modelo ejemplarizante que siempre se ha supuesto. Idealistas que no quieran ver caer sus mitos, abstenerse.

Para los que disfrutan de los “negritos” de pastelería, esa especie de merengue cubierto de una capa solidificada de chocolate amargo que  por dentro sorprende por su blandura y ligero toque dulzón, nunca empalagoso.

Para los apasionados de los personajes cinematográficos interpretados por Humphrey Bogart (desde el Sam Spade de “El Halcón Maltés” al Rick Blane de “Casablanca” sin olvidarse de "su" Linus Larrabee en “Sabrina”) o el Porter de  Mel Gibson en “Payback”.

Para quienes han leído alguna de las novelas centradas en el mundo romano escritas por Simon Scarrow y quieren saber algo más de lo que fue del, por entonces, Senador Vespasiano o han disfrutado con la serie de novelas protagonizadas por Sor Fidelma, el emblemático personaje creado por Peter Tremayne, y quieren algo parecido...o mejor.

Para los que entienden que por muy seria que pueda ser una obra siempre debería ser posible intercalar algún comentario o momento gracioso que ayude a disipar la tensión sin sacar al lector de la trama. ¡Ojo, con el buey Nerón y su gran pasión: los burros!

Para los que disfrutan con los romances agresivos, los mismos que Spencer Tracy y Katharine Hepburn pusieron de moda en el cine o los que alguna han querido encontrar a "su" Marion (Karen Allen) creyéndose Indiana Jones en “En busca del arca perdida”.

Para los que entienden que las series deben ser vistas en el orden en el que autor las ha escrito y que eso de “novelas de lectura independiente” es una mamarrachada que alguien inventó para justificar que sus personajes nunca cambiaban.

Para los escépticos que crean que no es posible aunar todo lo anterior en una sola novela.

Para los que confían en mis recomendaciones (aunque en ocasiones no den el resultado satisfactorio que se pretendía al hacerlas)

Y… para mí, aprovechando que la vida da segundas, terceras y en ocasiones hasta cuartas oportunidades (¡¡uno que se hace el duro!!), porque he dado largas a esta serie durante 15 años en incontables veces y siempre ha vuelto para ofrecerme una nueva oportunidad para redimirme.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Los juegos del Hambre; En llamas

16 años. Una edad límite en la que la persona empieza a ser consciente de su entorno y, “obligado” por las circunstancias abandona el protector nido familiar, comienza a ser consciente de que la vida es algo más que divertirse y jugar. También se adquiere la capacidad para comenzar a comprender los distintos mecanismos que rigen en la sociedad pero no tanto como para llegar a entender ni los orígenes ni los motivos que hay detrás de cada uno de ellos. Herederos de una situación que arraiga bastantes años atrás, un pasado que no se les da a conocer y que, cuando se les da a conocer, no llegan a poder entender al carecer de las vivencias que otros sí tienen.

Una edad de descubrimiento y despertar al verse obligado a hacer frente a un conjunto confuso de sentimientos y emociones que, hasta ahora, no estaban o no recibían atención ninguna.

Un momento de fragilidad emocional que se contrarresta con un momento de esplendor físico con el organismo empieza a cambiar, adquiriendo las proporciones y formas que se mantendrán durante la mayor parte de nuestras vidas, abriendo la posibilidad de desarrollar actividades que unos meses antes parecían algo impensable.

17 años. Después de todo la explosión anterior llega el asentamiento de parte de lo que ha acontecido. El cuerpo más controlado, menos desgarbado, más a punto. La asimilación del entorno adquiere una nueva dimensión.

Lo que antes confundía ahora parece cobrar un sentido nuevo, completo, aunque muchas veces mal entendido, porque quien observa carece de los elementos necesarios para valorar las circunstancias con los datos suficientes, ocasionando más de una equivocación.. El momento en el que se egocentrismo de la infancia vuelve a cobrar fuerza y altera nuestra perfección a veces, como sucede con “En llamas” llegando a hacernos creer que somos reinas o reyes cuando realmente somos meros peones en manos de quienes dirigen nuestros caminos.

Todos estos elementos, estos condicionamientos biológicos/sociales, son los que utiliza Suzanne Collins para construir sus dos novelas, utilizando a su protagonizada (Katniss Everdeen) como hilo conductor de una historia que va más allá de su propia superviviencia. Una lectura cuyo valor y significado varía en función del lector, permitiendo el acercamiento a un público muy variado.

Los más jóvenes sufrirán en sus propias carnes las vivencias de Katniss, la angustia por su elección para los juegos, la asimilación de la proximidad de la muerte, el ansia por sobrevivir, la confusión sentimental ante las primeras manifestaciones del amor y el espíritu de rebelión y el inconformismo ante una situación injusta que no se resigna a aceptar.

Los adultos podrán leer (o no) entre líneas, atender a la historia que subyace. Valorarán los juegos como un mecanismo de opresión, el recordatorio de una guerra y un levantamiento que fracasó y por el que 74 años después los habitantes de los distintos Distritos siguen siendo castigados. Un entretenimiento cruel, violento, atroz, una lectura que los más jóvenes (posiblemente) no verán así, embriagados por los nervios y la preocupación, más pendientes de la subida de adrenalina, , que de valorar el juego de mensajes entre la intrépida protagonista y su mentor y asesor o de sentir un hondo pesar por el derroche de vidas malogradas sin sentido.

En “En llamas” el protagonismo ya no lo ostentan los juegos, tampoco quienes cargaron con el peso de “Los juegos del hambre” a sus espaldas, unos y otros instrumentalizados por la silenciosa (y silenciada) confrontación entre el sistema establecido y quienes se levantan ante la represión. El futuro (y las esperanzas que la inmensa mayoría tienen depositadas en él) condicionadas a lo que suceda en los septuagesimo quintos Juegos del Hambre.

Unos juegos que suplen la falta del elemento sorpresa (agotado con la primera novela), con una puesta en escena mucho más vibrante, más cruda, más despiadada y con personajes secundario de nuevo cuño capaz de quitar la atención de los focos de los protagonistas.

Ninguna de las dos novelas tiene la complejidad de “Alicía en el País de las Maravillas” (de la que, según he leído, se cree posible extraer hasta siete lecturas distintas) pero sí permite dos valoraciones totalmente distintas pero entretenidas por igual. Mejorables, ¿acaso no lo es casi todo en la vida?. Estoy convencido de que si la parte sentimental, el triángulo amoroso formado por Peeta, Katniss y Gale hubiese sido escrito por ejemplo por Stephenie Meyer (creadora de la saga Crepúsculo) esa parte habría sido mucho más vibrante y apasionada pero, posiblemente, habría sido a costa de alguno de los otros elementos que definen las novelas tal y como nos han sido dadas a conocer así que mejor quedarnos con los Juegos del Hambre tal y como son, cruce perfecto entre “Gran Hermano” y “Los inmortales”, actualización televisada e interactiva de los antiguos juegos romanos, y con sus jóvenes e inmaduros protagonistas.

Y de fondo una duda ¿será capaz Hollywood de mantener la esencia de la obra habiendo otorgado el papel protagonista a una actriz (cuyo talento no discuto) como Jennifer Lawrence que tenía 22 años durante el rodaje de la novela o estaremos ante una adaptación algo descafeinada de la serie?


viernes, 16 de marzo de 2012

Con anuncio

Mi entusiasmo y las espectativas creadas con “Entre dos aguas” se fueron diluyendo conforme avanzaba la lectura de esta segunda entrega. Esperaba más. ¿Puede resumirse sólo con dos palabras la insatisfacción que me ha causado la segunda novela de la serie?. Espero que sí...


"Con anuncio", como su predecesora, no es una novela clásica "de las de antes", ni una de esas cuyo protagonismo lo tienen los técnicos de laboratorio, es (o debería haber sido) una novela negra con tintes sociales. Por desgracia no funciona bien.

Depende con quién se esté hablando el término "social" con que se bautiza a ciertas novelas negras puede sufrir alguna matización. Yo me refiero a una obra que refleja la situación de una sociedad (o una cultura) en un momento determinado. Puede ser una descripción muy general o centrarse en temas más específicos pero siempre nos muestra algo de esa sociedad. ¿Basta con eso? para mí, no. Busco conocer los "cómos" y los "porques" no sólo los "qués", porque es la suma de todos ellos los que me permiten contextualizar y acercarme al pensamiento de una zona concreta.

Da igual si es a través de la mirada del protagonista o si es fruto de lo que va aflorando a través de la investigación, lo que me interesa es ver convertida la ciudad (o el entorno) en un elemento más de la novela, en un personaje (por pasivo que sea). Ejemplos de esto los hay a raudales: el primero que yo recuerdo es el de Henning Mankell en “Asesinos sin rostro”, donde el autor sueco explicaba los problemas de convivencia y las dificultades de integración que se habían producido en Suecia con la apertura de fronteras de principios de los noventa. Petros Markaris ha escrito diversas novelas en los últimos años que vinculan el cáracter griego (tal vez mediterráneo) con la crisis económica y social por la que atraviesa ahora mismo la nación helena. James Thompson utilizó los contrastes entre dos culturas tan distintas como la americana y la finesa para intentar explicar los motivos de la idiosincracia social tan “particular” de los países nórdicos.

Por desgracia Rosa Ribas no ha elegido seguir ese camino. “Su” Franckfurt tiene más de atrezzo que de “ente viviente propio”. Por mucho que a lo largo de la novela se habla de su “liberalismo” o de la presencia de elementos xenófobos y nacionalistas, nunca queda claro si lo que se está exponiendo refleja un sentir colectivo o es algo meramente individual.

Podría haber sido distinto si la segunda investigación de la novela hubiese tenido mucho más protagonismo y no hubiese terminado por tener un carácter accesorio. La utilización de una investigación policial como forma de asentar el “poder” y “control” dentro de los “bajos fondos” de la ciudad suponía un elemento nuevo, una visión totalmente diferente a lo que hasta ahora había visto en el mundo literario. Más sórdida, más oscura, más negra pero también distinta e interesante. Habría podido tener éxito, como demostró Franck Thilliez con “El ángel rojo.

Puede que esté siendo muy crítico. Cada uno lo podrá juzgar cuando la lea pero de alguna forma debo dar voz a la frustración que me ha causado el encontrarme con una novela que se aferra con uñas y dientes al mismo esquema marcado por su predecesora, con un buen primer capítulo (incluso "muy", si se quiere), un desarrollo posterior muy lineal, salpicado por un par de situaciones personales reseñables y aderezado por un momento gracioso (en el primer libro con el forense, en el segundo con el experto técnico de laboratorio) en el que se muestra el “malévolo” influjo que la televisión ha tenido en los “pobres” espectadores (y criminales) para terminar, finalmente, con una resolución acelerada, brusca e insuficiente, lejos de ser considerada el culmen de nada.

Imagínate (y perdona que te tutee) que acudes a un espectáculo de magia. Seguramente podría servir cualquier tipo de espectáculo de este tipo pero prefiero que pienses en un número de magia con cartas. Cuando el telón se sube aparece ante tus ojos el mago y, mientras te divierte y entretiene con una historia ingeniosa que ameniza el show, corta, baraja, vuelve a cortar y te engatusa. Al final sales del show sonriente, has presenciado un acto de "magia" que no has logrado desentrañar y te han amenizado la hora o las dos horas con una charla singular y graciosa, pero ¿qué sucedería si al volver a ir a ver al mismo mago un año o dos más tarde vieses que los pases, el barajeo y, en esencia, el truco es el mismo que el de la última vez?. Lo único que ha cambiado son datos insignificantes de la historia(el color de una capa, el nombre de un protagonista, etc...) pero el ritmo, la cadencia, las gracias, "el fondo" siguen siendo los mismos pero tú has pagado dos veces, ¿te enfadas?

¿Que ha cambiado entre "Entre dos aguas" y "Con anuncio" para que mi opinión haya variado tanto? Nada. Y quizás eso lo explique todo. Cornelia Weber-Tejedor se ha quedado estancada en una situación personal que no le basta pero que no hace nada para cambiar. Ha pasado de ser un personaje nuevo (con la "bula" que se concede a todos cuando los conoces por primera vez) a ser un personaje predecible (que no conocido) que convierte su inmovilismo a la hora de reaccionar ante los acontecimientos en todo un arte. Una frialdad y un distanciamiento altamente contagiosos que acaban impregnandolo todo.

La novela, casi convertida en una monografía sobre la comisaria, relega a un segundo plano a personajes interesantes y simpáticos como Leopold Müller o Reiner, a los que se les impide terminar de explotar, meros comparsas de la protagonista. Su otro gran valor, el comisario Juncker, antítesis de la protagonista, se va desdibujando conforme avanza la novela, reducido a ser un moñigote casi caricaturesco, que se desacredita por sí mismo, cada vez más lejos de otros grandes antagonistas literarios como el Teniente Scarpa de Donna Leon, cuya presencia, siempre breve, siempre se hace notar, aunque sea para general rechazo en el lector (o, al menos, en este lector).

2 novelas después y casi 700 páginas los personajes apenas han experimentado cambio y cuando lo hacen es por medio de saltos desmedidos, fuera de contexto, irreales, fruto de la represión anterior y no de lo que un cambio natural. Una rigidez, una falta de fluidez que resta interés a una lectura que (¡encima!) se alarga más de lo que sería deseable, en un final que no justifica semejante dispendio del tiempo ajeno.