viernes, 16 de marzo de 2012

Con anuncio

Mi entusiasmo y las espectativas creadas con “Entre dos aguas” se fueron diluyendo conforme avanzaba la lectura de esta segunda entrega. Esperaba más. ¿Puede resumirse sólo con dos palabras la insatisfacción que me ha causado la segunda novela de la serie?. Espero que sí...


"Con anuncio", como su predecesora, no es una novela clásica "de las de antes", ni una de esas cuyo protagonismo lo tienen los técnicos de laboratorio, es (o debería haber sido) una novela negra con tintes sociales. Por desgracia no funciona bien.

Depende con quién se esté hablando el término "social" con que se bautiza a ciertas novelas negras puede sufrir alguna matización. Yo me refiero a una obra que refleja la situación de una sociedad (o una cultura) en un momento determinado. Puede ser una descripción muy general o centrarse en temas más específicos pero siempre nos muestra algo de esa sociedad. ¿Basta con eso? para mí, no. Busco conocer los "cómos" y los "porques" no sólo los "qués", porque es la suma de todos ellos los que me permiten contextualizar y acercarme al pensamiento de una zona concreta.

Da igual si es a través de la mirada del protagonista o si es fruto de lo que va aflorando a través de la investigación, lo que me interesa es ver convertida la ciudad (o el entorno) en un elemento más de la novela, en un personaje (por pasivo que sea). Ejemplos de esto los hay a raudales: el primero que yo recuerdo es el de Henning Mankell en “Asesinos sin rostro”, donde el autor sueco explicaba los problemas de convivencia y las dificultades de integración que se habían producido en Suecia con la apertura de fronteras de principios de los noventa. Petros Markaris ha escrito diversas novelas en los últimos años que vinculan el cáracter griego (tal vez mediterráneo) con la crisis económica y social por la que atraviesa ahora mismo la nación helena. James Thompson utilizó los contrastes entre dos culturas tan distintas como la americana y la finesa para intentar explicar los motivos de la idiosincracia social tan “particular” de los países nórdicos.

Por desgracia Rosa Ribas no ha elegido seguir ese camino. “Su” Franckfurt tiene más de atrezzo que de “ente viviente propio”. Por mucho que a lo largo de la novela se habla de su “liberalismo” o de la presencia de elementos xenófobos y nacionalistas, nunca queda claro si lo que se está exponiendo refleja un sentir colectivo o es algo meramente individual.

Podría haber sido distinto si la segunda investigación de la novela hubiese tenido mucho más protagonismo y no hubiese terminado por tener un carácter accesorio. La utilización de una investigación policial como forma de asentar el “poder” y “control” dentro de los “bajos fondos” de la ciudad suponía un elemento nuevo, una visión totalmente diferente a lo que hasta ahora había visto en el mundo literario. Más sórdida, más oscura, más negra pero también distinta e interesante. Habría podido tener éxito, como demostró Franck Thilliez con “El ángel rojo.

Puede que esté siendo muy crítico. Cada uno lo podrá juzgar cuando la lea pero de alguna forma debo dar voz a la frustración que me ha causado el encontrarme con una novela que se aferra con uñas y dientes al mismo esquema marcado por su predecesora, con un buen primer capítulo (incluso "muy", si se quiere), un desarrollo posterior muy lineal, salpicado por un par de situaciones personales reseñables y aderezado por un momento gracioso (en el primer libro con el forense, en el segundo con el experto técnico de laboratorio) en el que se muestra el “malévolo” influjo que la televisión ha tenido en los “pobres” espectadores (y criminales) para terminar, finalmente, con una resolución acelerada, brusca e insuficiente, lejos de ser considerada el culmen de nada.

Imagínate (y perdona que te tutee) que acudes a un espectáculo de magia. Seguramente podría servir cualquier tipo de espectáculo de este tipo pero prefiero que pienses en un número de magia con cartas. Cuando el telón se sube aparece ante tus ojos el mago y, mientras te divierte y entretiene con una historia ingeniosa que ameniza el show, corta, baraja, vuelve a cortar y te engatusa. Al final sales del show sonriente, has presenciado un acto de "magia" que no has logrado desentrañar y te han amenizado la hora o las dos horas con una charla singular y graciosa, pero ¿qué sucedería si al volver a ir a ver al mismo mago un año o dos más tarde vieses que los pases, el barajeo y, en esencia, el truco es el mismo que el de la última vez?. Lo único que ha cambiado son datos insignificantes de la historia(el color de una capa, el nombre de un protagonista, etc...) pero el ritmo, la cadencia, las gracias, "el fondo" siguen siendo los mismos pero tú has pagado dos veces, ¿te enfadas?

¿Que ha cambiado entre "Entre dos aguas" y "Con anuncio" para que mi opinión haya variado tanto? Nada. Y quizás eso lo explique todo. Cornelia Weber-Tejedor se ha quedado estancada en una situación personal que no le basta pero que no hace nada para cambiar. Ha pasado de ser un personaje nuevo (con la "bula" que se concede a todos cuando los conoces por primera vez) a ser un personaje predecible (que no conocido) que convierte su inmovilismo a la hora de reaccionar ante los acontecimientos en todo un arte. Una frialdad y un distanciamiento altamente contagiosos que acaban impregnandolo todo.

La novela, casi convertida en una monografía sobre la comisaria, relega a un segundo plano a personajes interesantes y simpáticos como Leopold Müller o Reiner, a los que se les impide terminar de explotar, meros comparsas de la protagonista. Su otro gran valor, el comisario Juncker, antítesis de la protagonista, se va desdibujando conforme avanza la novela, reducido a ser un moñigote casi caricaturesco, que se desacredita por sí mismo, cada vez más lejos de otros grandes antagonistas literarios como el Teniente Scarpa de Donna Leon, cuya presencia, siempre breve, siempre se hace notar, aunque sea para general rechazo en el lector (o, al menos, en este lector).

2 novelas después y casi 700 páginas los personajes apenas han experimentado cambio y cuando lo hacen es por medio de saltos desmedidos, fuera de contexto, irreales, fruto de la represión anterior y no de lo que un cambio natural. Una rigidez, una falta de fluidez que resta interés a una lectura que (¡encima!) se alarga más de lo que sería deseable, en un final que no justifica semejante dispendio del tiempo ajeno.

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