miércoles, 21 de marzo de 2012

Los juegos del Hambre; En llamas

16 años. Una edad límite en la que la persona empieza a ser consciente de su entorno y, “obligado” por las circunstancias abandona el protector nido familiar, comienza a ser consciente de que la vida es algo más que divertirse y jugar. También se adquiere la capacidad para comenzar a comprender los distintos mecanismos que rigen en la sociedad pero no tanto como para llegar a entender ni los orígenes ni los motivos que hay detrás de cada uno de ellos. Herederos de una situación que arraiga bastantes años atrás, un pasado que no se les da a conocer y que, cuando se les da a conocer, no llegan a poder entender al carecer de las vivencias que otros sí tienen.

Una edad de descubrimiento y despertar al verse obligado a hacer frente a un conjunto confuso de sentimientos y emociones que, hasta ahora, no estaban o no recibían atención ninguna.

Un momento de fragilidad emocional que se contrarresta con un momento de esplendor físico con el organismo empieza a cambiar, adquiriendo las proporciones y formas que se mantendrán durante la mayor parte de nuestras vidas, abriendo la posibilidad de desarrollar actividades que unos meses antes parecían algo impensable.

17 años. Después de todo la explosión anterior llega el asentamiento de parte de lo que ha acontecido. El cuerpo más controlado, menos desgarbado, más a punto. La asimilación del entorno adquiere una nueva dimensión.

Lo que antes confundía ahora parece cobrar un sentido nuevo, completo, aunque muchas veces mal entendido, porque quien observa carece de los elementos necesarios para valorar las circunstancias con los datos suficientes, ocasionando más de una equivocación.. El momento en el que se egocentrismo de la infancia vuelve a cobrar fuerza y altera nuestra perfección a veces, como sucede con “En llamas” llegando a hacernos creer que somos reinas o reyes cuando realmente somos meros peones en manos de quienes dirigen nuestros caminos.

Todos estos elementos, estos condicionamientos biológicos/sociales, son los que utiliza Suzanne Collins para construir sus dos novelas, utilizando a su protagonizada (Katniss Everdeen) como hilo conductor de una historia que va más allá de su propia superviviencia. Una lectura cuyo valor y significado varía en función del lector, permitiendo el acercamiento a un público muy variado.

Los más jóvenes sufrirán en sus propias carnes las vivencias de Katniss, la angustia por su elección para los juegos, la asimilación de la proximidad de la muerte, el ansia por sobrevivir, la confusión sentimental ante las primeras manifestaciones del amor y el espíritu de rebelión y el inconformismo ante una situación injusta que no se resigna a aceptar.

Los adultos podrán leer (o no) entre líneas, atender a la historia que subyace. Valorarán los juegos como un mecanismo de opresión, el recordatorio de una guerra y un levantamiento que fracasó y por el que 74 años después los habitantes de los distintos Distritos siguen siendo castigados. Un entretenimiento cruel, violento, atroz, una lectura que los más jóvenes (posiblemente) no verán así, embriagados por los nervios y la preocupación, más pendientes de la subida de adrenalina, , que de valorar el juego de mensajes entre la intrépida protagonista y su mentor y asesor o de sentir un hondo pesar por el derroche de vidas malogradas sin sentido.

En “En llamas” el protagonismo ya no lo ostentan los juegos, tampoco quienes cargaron con el peso de “Los juegos del hambre” a sus espaldas, unos y otros instrumentalizados por la silenciosa (y silenciada) confrontación entre el sistema establecido y quienes se levantan ante la represión. El futuro (y las esperanzas que la inmensa mayoría tienen depositadas en él) condicionadas a lo que suceda en los septuagesimo quintos Juegos del Hambre.

Unos juegos que suplen la falta del elemento sorpresa (agotado con la primera novela), con una puesta en escena mucho más vibrante, más cruda, más despiadada y con personajes secundario de nuevo cuño capaz de quitar la atención de los focos de los protagonistas.

Ninguna de las dos novelas tiene la complejidad de “Alicía en el País de las Maravillas” (de la que, según he leído, se cree posible extraer hasta siete lecturas distintas) pero sí permite dos valoraciones totalmente distintas pero entretenidas por igual. Mejorables, ¿acaso no lo es casi todo en la vida?. Estoy convencido de que si la parte sentimental, el triángulo amoroso formado por Peeta, Katniss y Gale hubiese sido escrito por ejemplo por Stephenie Meyer (creadora de la saga Crepúsculo) esa parte habría sido mucho más vibrante y apasionada pero, posiblemente, habría sido a costa de alguno de los otros elementos que definen las novelas tal y como nos han sido dadas a conocer así que mejor quedarnos con los Juegos del Hambre tal y como son, cruce perfecto entre “Gran Hermano” y “Los inmortales”, actualización televisada e interactiva de los antiguos juegos romanos, y con sus jóvenes e inmaduros protagonistas.

Y de fondo una duda ¿será capaz Hollywood de mantener la esencia de la obra habiendo otorgado el papel protagonista a una actriz (cuyo talento no discuto) como Jennifer Lawrence que tenía 22 años durante el rodaje de la novela o estaremos ante una adaptación algo descafeinada de la serie?


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