miércoles, 29 de junio de 2011

Testamento mortal

Busco en la wikipedia y descubro, con gran pesar, que Andrea Camilleri tiene casi 87 años y que Donna Leon roza los 72. Son malas noticias para la novela negra mediterránea que perderá a dos de sus grandes representantes, pero es una noticia todavía peor para los lectores a los que les guste pensar.

Camilleri es uno de los artistas con mayor ironía y capacidad para la sátira que yo haya conocido, sobre todo, porque tras ese humor se esconde uno de las lenguas más afiladas del mundo literario, capaz de rasgar cualquier superficie para mostrar lo que se oculta debajo. Posiblemente nadie sea capaz de contar en un espacio tan reducido y sin llamar las cosas por su nombre cuanto acontece en su país.

Donna Leon, por su parte, posiblemente sea una de las prosas más sencillas y bellas que  existe en el momento actual. Su obra, sin embargo, es cualquier cosa menos simple, pues tras esa apariencia de liviandad se esconde una de las mejores retratistas de la sociedad mediterránea contemporánea.

Con trazos firmes y amplios, sin necesidad de concretar en el detalle ni señalar con el dedo, es capaz de bosquejar la realidad italiana como ningún otro autor lo ha logrado a día de hoy.

Nadie parece comprender la idiosincracia del mediterráneo como la autora norteamericana que convierte los desplazamientos y los cafés de Brunetti en un gusto y un placer para los sentidos. Quien lee sus novelas se olvida del duro invierno que azota fuera de su casa para disfrutar junto al Comisario del primer rayo de sol del verano o de la llegada de los primeros chubascos que presagian la llegada del Aqua Alta.

Si la ciudad se convierte en un elemento fundamental de la trama, en un integrante más del elenco protagonista, que decir de la realidad del ciudadano de a pie, que con resignación, desamparado ante la corrupción y decadencia de las instituciones de su país, opta por guardar silencio.

La lectura de la obra de Donna Leon es uno de los ejercicios de masoquismo más placenteros que nadie pueda disfrutar. No hay ninguna novela de la serie que no haya dejado un poso de tristeza en mi interior, fruto del retrato de la realidad cotidiana, donde no todo el que comete un acto ilegal acaba recibiendo su castigo, quien recibe el castigo no siempre recibe lo que se merece y quien actúa legalmente para conseguir castigar a quien  se lo merece tiende a salir mal parado.

A veces, para mostrar lo dura que es la vida basta con mostrar como, en ocasiones, la gente obra mal sin necesidad de que detrás haya una mano negra  que la dirija. "Testimonio mortal" es una reflexión sobre como  pedimos justicias y el cumplimiento de la legalidad para quienes actúa fuera de los márgenes fijados por la ley pero como, a la hora de la verdad, al conocer los motivos que han movido al malhechor, somos capaces de  justificar su conducta y levantarnos pidiendo  la falta de castigo para aquel que se guió por fin que consideramos noble.

Si en mis dos reseñas sobre Dennis Lehane he comentado siempre lo mucho que me "duele" la capacidad que tiene para ponerme en situaciones en que justifico conductas y comportamientos ilegales, cómo no voy a ensalzar la asombrosa facilidad con la que Donna Leon consigue acallar mi sed de justicia cuando sitúa ante mí a un pobre miserable que se ha pasado la vida amando a quien no le corresponde.

Si hace unos cuantos años,  al terminar "Muerte en la Fenice", alguien me hubiese preguntado por Brunetti, seguramente habría contestado indignado que no entendía como un representante de la ley podía no respetar la legalidad.

Hoy, que ha caído la venda que la inocencia y la ingenuidad sujetaba frente a mis ojos,  que contemplo una realidad en España que no dista mucho de la que refleja Donna Leon en sus novelas, hasta el punto de que  el excepticismo se ha adueñado de mí y he perdido mi fé en las instituciones y en la mayor parte de los seres humanos, antes de resignarme definitivamente, recurro a él buscando que siga siendo ese rayo de esperanza en que se ha convertido para mí en los últimos años.

P.D: hay una errata que se repite en el libro, el Conde Orazio no es el cuñado, sino el suegro de Brunetti.

lunes, 27 de junio de 2011

El bailarín de la muerte

Durante los últimos años había oído hablar muy bien de "El coleccionista de huesos" de Jeffery Deaver pero, dadas mis malas experiencias anteriores con la lectura de novelas cuya adaptación al cine ya había visto, dejé pasar la oportunidad de leerla.

Descubrir (¡¡gracias una vez más querida Wikipedia!!) que el detective tetrapléjico al que había dado vida Denzel Washington protagonizaba toda una serie de novelas fue el factor decisivo que me decidió a comenzar la lectura de "El coleccionista de huesos". 

Una lectura que me sorprendió gratamente. A la química existente entre los dos personajes y su carisma,  se suma a una trama trepidante, intensa y cautivadora, en la que Deaver consigue la contraponer la sensación de movimiento constante y el carácter estático de su protagonista y cofrontar el carácter vital, temerario e intrépido de Sachs, con el resabiado y, hasta cierto punto, resignado de Rhyme. Pero, por encima de todo, crea un libro marcado por la lucha contra el reloj en el que dos personas que trabajan juntas lo hacen por motivos totalmente distintos, mientras una intentaba poner fin a las andanzas de un peligroso asesino, el otro , en el fondo, quiere terminar cuanto antes para poder dar fin a su vida.

Tras la lectura de "El coleccionista..." decidí seguir con el siguiente título de la serie, pero una manifiesta incapacidad para conseguir dar con él y un intento infructuoso de encargarlo por medio de una gran superficie comercial en plenas navidades, dieron al traste con mis intenciones. Afortunadamente existe internet y, con un poco de maña y algo de suerte, localicé en una tiendecita de segunda mano tanto "El bailarín de la muerte" como "La silla vacía", la segunda y tercera novela de la serie. 

El resultado de la lectura de esta segunda novela no ha sido exáctamente el esperado, no sé si el recuerdo de la primera novela disparó mis espectativas, si ha sido lo mucho que me ha costado conseguir el libro lo que me ha hecho esperar más de lo normal o si, simplemente, el autor ha sido incapaz de mantener el pulso en esta segunda novela, pro mucho que siga contando con muchos de las elementos que encumbraron a su predecesora. 

La relación entre los protagonistas, que en "El coleccionista..." contribuía a dar dinamismo y humanidad a la trama, aquí resulta mucho más forzada, condicionada por la aparición  de los miedos e inseguridades propios de quienes descubren su atracción por el otro. 

También influye el cambio en la forma narrativa de la historia, que si en la primera novela estaba centrada exclusivamente en los cazadores (Rhyme y Sachs) y la presa, ahora amplia el abanico, introduciendo varios capítulos centrados en Percy Rachel Clay, una de las testigos que deben evitar que sea asesinada, lo que restar agilidad a la trama y desvia la atención hacia detalles insignificantes y secundarios.

Pero sobretodo es ese regusto a "han jugado conmigo" que queda cuando uno llega a las tres cuartas partes de la novela, lo que estropea la novela. Que estemos ante una trampa o ante un giro magistral es algo que debe decidir cada uno. Yo, cuanto más lo pienso, más engañado me siento, impotente ante la ausencia de cualquier dato que justifique lo que pasa en ese momento, un apaño, que, por mucho que llegue a justificarse, se sobra el precio en nuestro Ciceron particular, un Lincoln Rhyme cuya capacidad para racionalizar y analizar fríamente cualquier situación situación, fiándose tan sólo de las pruebas, queda totalmente aniquilada y con ella la mayor parte del interés por una serie que se basa precisamente en la figura del especialista.

Aprendiendo de Anaxágoras, que hizo célebre la frase: "Si me engañas una vez, la culpa es tuya. Si me engañas dos, la culpa es mía", de momento, dejo "La Silla vacía" tranquilita en su sitio a la espera de encontrar la determinación para afrontar un posible "tú te lo has buscado" si Jeffery Deaver vuelve a las andadas en la tercera novela de la serie.

sábado, 25 de junio de 2011

Hollywood Station

El ser humano tiende a encumbrar.. a levantar altares y situar en lo más alto a alguien/algo a lo que reverenciar. 

Por desgracia es una situación finita. Nadie puede estar en la cima eternamente, después dicen que llega la caída, y cuanto más alto, más dura es la caída. Uno de los ejemplos más claros ha sido el Departamento de Policía de Los Ángeles.

Durante mucho tiempo el L.A.P.D (Los Angeles Police Department) fue objeto del respeto de sus ciudadanos y de la admiración de toda la nación. Hasta que en 1981 vio la luz el caso de Rodney King que cuestionó el uso de la violencia  y la objetividad y legalidad de las actuaciones policiales en la ciudad. Así comenzó el declive de un cuerpo que en 1992 volvió a ser objeto de la ira popular cuando durante el juicio contra O. J. Simpson se plantearon serias dudas sobre el procedimiento seguido y la validez de las pruebas encontradas. El descrédito más absoluto llegó en 2001 con el escándalo Rampart y la implicación de toda la unidad CRASH en actividades y comportamientos delictivos que iban desde la extorsión al asesinato.

El clima de crispación, que en algún caso llegó a desencadenar revueltas raciales en las calles de Los Ángeles, provocó la creación del F.I.D, un Departamento encargado del control del uso de la fuerza por los agentes de la ley en la ciudad de Los Ángeles.


En uno de los (muchos) relatos que pueblan "Hollywood Station" se explica con detalle (contraponiendo la versión oficial y la personal de una investigadora de policía) la precaria situación en que se encuentra, a nivel social, el L.A.P.D y como quienes lo conforman actúan limitados y condicionados ante una sociedad que mira con lupa cada una de sus actuaciones.

Wambaugh, que fue policía, muestra en su novela lo difícil que resulta realizar el trabajo policial a día de hoy. Para eso recurrre a numerosos ejemplos que tratan de hacernos entender por lo que deben pasar los agentes en su día a día y como con frecuencia se dan situaciones que podrían sacar de sus cabales a cualquiera. Nada como la sobriedad a la hora de narrar dos incidentes tan dispares como la agresión a una policía encubierta y el caso de un hombre que hace cuanto está en su mano para que los agentes le maten, pues él no tiene el valor para hacerlo.

Fuera de los fines propagandísticos y de su intención divulgativa, la novela carece de interés,  pues el único protagonista de la narración es el trabajo policial, convierte a los distintos  pesonajes  a meros esbozos, pequeños clichés que no llegan a alcanzar todo su  desarrollo, impidiendo al lector llegar a establecer cualquier tipo de relación con ellos. Esto, unido a los constantes cambios de personajes y la sucesión (en ocasiones interminable) de historias, puede llevar a "Hollywood Station" a volver a la mesilla de noche, relegada a caer en el olvido, cuando la realidad es que pocas novelas muestran con tanta claridad como la labor policial es mucho más que intentar desentrañar grandes misterios, es sobrevivir al día a día y a la dura realidad que se presenta ante sus ojos. Gracias a su entrega los demás podemos seguir viviendo una utopía,  ignorantes de cuanto acontece en las calles.

miércoles, 15 de junio de 2011

Lo que es sagrado

Durante 3 días soy Patrick Kenzie, podría ser Angie pero Dennis Lehane no ha querido que sea así. Respiro, me enamoro, lloro, como y duermo cuando él lo hace. Da igual donde esté mi cuerpo,  puede estar sentado  en el autobus o andar por las calles de Madrid con un libro en la mano,  yo realmente estoy en Boston...o en Florida, pues en esta ocasión salgo de la ciudad. Atrás quedan Guido Brunnetti, Harry Dresden, Ruben Bevilacqua...ellos son personajes, Patrick Kenzie.. Patrick Kenzie soy yo.

Mi ética y mi moral se han ido al garete. La legalidad... creo que fue lo primero que dejé atrás. Años de estudio, de formación y de discursiones sobre si el fin justifica los medios, para acabar así. 

Todo por (culpa de/gracias a) un libro, ni siquiera de los más largos. 361 páginas bastan para poner en entredicho parte de lo que creía que era como persona... apenas había comenzado la historia y ya estaba dando ánimos a un psicópata que amenazaba con un soplete a dos tipos (¡¡unos bichejos!! diría en mi descargo, pero eso no lo justifica). Si en las primeras 80 páginas ya he dejado muy lejos la línea de la legalidad y de lo que está bien... ¿qué no queda por llegar cuando aún tengo por delante casi tres cuartas partes de libro?

Y encima creyéndome duro. ¿Cínico? Eso lo serás tú, yo.. realista, eso es.. realista, te lo puede decir cualquiera. Claro, hasta que llega Lehane y me pone patas arriba con su novela. Me muestra un mundo de grises en donde prácticamente en todos predomina el negro.. ¿realmente hay lugar para el blanco en este mundo? ¿eso no son los corderitos a los que los lobos se comen de aperitivo? 

Menos de 400 páginas para demostrar como todos tenemos un punto débil, algo que nos guía y en lo que depositamos nuestras esperanzas para el futuro, el paraguas bajo el que nos cobijamos cuando las cosas vienen mal dadas, lo que es  "sagrado" para nosotros, lo que nos determina como personas. Puede ser la religión, el honor, la familia, el amor o el dinero... todos necesitamos esperanza y ahí fuera hay alguien dispuesto a utilizarlo para  obtener de nosotros lo que buscan, para convertirnos en sus marionetas.

¡¡Jo´er, qué mierda!! pensarán algunos, con lo agusto que vivía yo con mi mundo bajo control. ¡Eh, bienvenido al club! La culpa la tiene el Señor (título bien ganado) Dennis Lehane, quien, aparte de traer una buena novela bajo el brazo, termina su obra con uno de los discursos más lapidarios que haya leído en mucho tiempo, para más inri, en boca de uno de los personajes más detestables que me haya topado.

Y encima con un final que ya habría querido Descartes para ejemplificar su "Homo homine lupus est". Yo, de momento, voy a decidir si me deshago de "El Príncipe" de Maquiavelo y pongo "Lo que es sagrado" en su lugar... De alguna forma tengo que hacer hueco para cuando vaya mañana a la librería a por el siguiente volumen de la serie.....¿Masoquista?¡Si, y a mucha honra!

jueves, 9 de junio de 2011

Lennox

Craig Russell es un autor que me gusta aunque no figura en mi lista de favoritos.

Mentiría si no dijese que es un buen escritor, su novela "Muerte en Hamburgo" ha sido una de las que más me ha gustado en los últimos años, pero es un escritor muy irregular. 

La diferencia entre la primera novela de la serie protagonizada por el Erster Kriminalhauptkommissar Jan Fabel, y las dos siguientes, mucho más planas y predecibles, es significativa. Afortunadamente, en la cuarta, "El Señor del Carnaval", Russell retoma su pulso narrativo y muestra algunas de sus mejores virtudes, como la capacidad para presentar personajes trabajados (incluso los secundarios) y la capacidad para despertar el interés del espectador por la trama.

Como parece que para leer "The Valkyrie song", la quinta novela de la serie, tendré que esperar algún tiempo más, he aprovechado para comenzar con la lectura de su nueva serie,   protagonizada por Lennox, un investigador privado canadiense que vive exiliado en Glasgow.

La primera de ellas, que lleva el nombre de su protagonista, es una novela negra clásica, género del que no soy especialmente amante. Prefiero a Sherlock Holmes, al Dupin de Allan Poe o "El misterio del cuarto amarillo" de Leroux a "El candor del padre Brown" de Chesterton o las investigaciones de "Ataud" Johnson y "Sepulturero" Jones, por mucho que en mi casa las novelas de Chester Himes o Dashiell Hammett  siempre han tenido más predicamento que las de Conan Doyle.

Así que no creo que nadie se extrañe cuando comente que nada más comenzar con "Lennox", en pleno vuelo, me llevase las manos a la cabeza. ¿Qué iba a hacer ahora? De haber estado en casa posiblemente me habría levantado, habria dejado la novela de Russell (con mucho cariño) en una balda y habría cogido alguna otra, pero parafraseando (parcialmente)  y sacando de contesto al celebérrimo Sherlock Holmes: "una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca...", así que..seguí leyendo.

Y lo leí.. en apenas 3 días. Quién me lo iba a decir, acabé ensimismado, olvidando hasta el miedo que me causa volar...¡¡Un milagro!!. Y eso que reune muchos (si no todos) de los elementos del género: un tipo duro, unas cuantas palizas (algunas dadas y otras muchas recibidas), femmes fatales, mafiosos, policías corruptos,  matones y asesinos a sueldo.

Lejos quedan Chicago y los "famosos" años 20 pero, la verdad es que el hecho de que la trama discurria en Glasgow en los años 50 no sólo no resta ningún apice de interés,  sino que, por el contrario,  permite al autor explicar como afrontó la sociedad escocesa el periodo de postguerra y la forma en que cambió el entramado social de la época.

Analizar con detalle toda la novela lo único que haría sería restarle  interés, así que dejaré mis comentarios sobre la capacidad de Russell para mostrar la confrontación religiosa e ideológica que se da en Escocia ,ara otra ocasión (posiblemente cuando me haga con la segunda novela de la serie).

No me gustaría terminar el post sin destacar cuatro momentos que, para mí,  por distintos motivos distinguen esta novela del resto de obras del género:  el viaje de regreso en tren, la confrontación dialéctica entre dos de los tres Reyes mafiosos (Sneddon y Murphy), la resolución del caso que sorprende sin hacer trampas y, por supuesto, el final.

miércoles, 1 de junio de 2011

El vuelo del ángel

Cuando no vas a la librería con una idea clara de qué comprar siempre existen apuestas seguras, escritores que cubren las necesidades de un espectro muy amplio de lectores del género elegido. Dentro del policiaco Michael Connelly es uno de los más solventes, consiguiendo compatibilizar la calidad del producto con una producción bastante cuantiosa.

Mas allá de la sobriedad de su propuesta y lo cuidado de su escritura, lo mejor de su obra es la capacidad para crear productos distintos, evitando caer en repeticiones. Es cierto que todos sus protagonistas tienen profesiones relacionadas con el mundo de la delincuencia pero afrontan la situación desde perspectivas y problemáticas tan distintas como la que puede ofrecer un periodista (James McAvoy), un abogado defensor (Michael Haller) y un detective (Harry Bosch).

Ese distinto enfoque me llevó a pensar durante mucho tiempo que mi gusto por la obra de Connelly dependía mucho de la temática a tratar. Me encantaban las novelas protagonizadas por Michael Haller pero las de Harry Bosch, con excepción de la primera “El eco negro”, siempre me parecían más predecibles, más relacionadas con la novela negra clásica de autores como Raymond Chandler... Y así fue hasta “Pasaje al paraíso”.

Si, como hizo Dan Abnett con la serie fantástica de “Los fantasmas de Gaunt”, dividiésemos la serie protagonizada por Bosch, las cuatro primeras novelas de la serie (“El Eco negro”, “El hielo negro”, “La rubia de Hormigón” y “El último coyote”) podrían perfectamente formar un primer bloque en donde podríamos ver al Bosch solitario, independiente, rebelde, problemático, con una misión en la vida y una clara tendencia a saltarse la legalidad si su valoración personal de la situación le llevaba a hacerlo.

Tras estas cuatro primeras obras llegaba “Pasaje al paraíso”, donde se marca un cambio, sobre todo en el escritor. Lo cierto es que entre “El último coyote” y “Pasaje al paraíso”, Connelly publicó “El poeta”, la primera novela protagonizada por alguien distinto a Bosch y da la sensación de que algo cambió en la forma de plantear las novelas porque desde entonces se volvieron más sociales, mostrando algo más que el interior de su atormentado protagonista.

En “El último coyote” se cerraba una de las heridas abiertas en el pasado de Bosch y parecía que alcanzaba algo de paz interior, que obtenía algunas de las respuestas que necesitaba para seguir adelante. A partir de ese momento parecía aceptar mejor el contacto personal, se comenzaba a integrar dentro de la nueva división a la que era trasladado. Atrás quedaba el lobo solitario, dando paso a un hombre más maduro, pero también cansado y desgastado, con un gran sentimiento de soledad.

Pero no sólo ha cambiado él, también lo ha hecho la sociedad en la que habita, lo que ha acabado condicionando la forma en que debe proceder en las investigaciones. Uno de los cambios más evidentes es el de la introducción de la informática y los demás avances tecnológicos en el curso de las investigaciones, algo para lo que Bosch no está preparado y para lo que necesita colaboración. Esto ha permitido la aparición del personaje de Kizmin Rider quien ha pasado, junto a Edgar (el antiguo compañero de Bosch), a formar parte de un trío investigador. Ella es la encargada de mostrar como la informática se ha convertido, no sólo en una forma de perpetrar delitos, sino también un punto de reunión para quienes vulneran la legalidad.

Sin embargo el cambio más significativo es el que se ha producido en la sociedad a raíz de los casos de Rodney King y O. J. Simpson, tras los que se ha empezado a cuestionar la labor policial y a polarizar la sociedad entre dos colores, el “azul policial” y el “negro”.“El vuelo del ángel” es el instrumento del que se sirve Connelly para contar la forma extrema en que se ha llevado este asunto, mostrándolo en toda su extensión:

Por un lado, la parte policial, donde cuestiona las distintas figuras intermedias de control que se han ido interponiendo por los distintos políticos, no para evitar que se produzcan abusos, sino para restar trasparencia al proceso, ocultar información y esconder cuanto pueda acontecer.

Por otro, todos aquellos que se han aprovechado de este clima de tensión, persiguiendo un mayor reconocimiento social, fama o riqueza. Desde el reverendo de congregación que arenga y enardece a las masas en pos de una revolución social, hasta el periodista de turno que buscando titulares no duda en aumentar el caos que reina en ese momento. Sin olvidar a “la víctima” que gracias a su labor altruista se había lucrado a costa de la sociedad.

Por último las víctimas reales, quienes realmente pierden: la sociedad; la segunda víctima del asesino, de la que nadie se preocupa y a quien nadie hace referencia; y aquellos que ven como su labor está supeditada a la política, ya no importa la verdad, sólo dar lo que la gente pide para evitar problemas.

Todo en una novela completa y compleja que muestra todo lo que los políticos esconden bajo su "alfombra" y como cobijados en el anonimato de un colectivo sale a salir lo peor de los seres humanos. 

Sólo un pero a la que para mí es la mejor obra de Connelly que he leído hasta la fecha, la reflexion final de Harry Bosch, en la última página, que era innecesaria.