jueves, 16 de febrero de 2017

El último ritual - Bora y Matthew, vol. 1


"El último ritual" es una lectura sencilla de leer pero complicada de comentar por la dificultad que, a veces, tiene explicar las cosas que no destacan por nada y que, en principio, reunen todos los ingredientes necesarios pero no llegan porque les falta algo que hace que no terminen de explotar su potencial.

Soy consciente de que ese algo tiene un elevado componente subjetivo pero creo que, por encima de todo, la lectura es eso, "gusto", puro y duro en su elemento más básico y que sin eso deja de ser un placer para convertirse en rutina.

Y sé que puede parecer que rutina es un término demasiado duro pero define esa sensación residual que me queda pasadas unas semanas de la lectura de la novela, un libro de batalla, un entretenimiento pasajero entre otras cosas con mayor relevancia, a la espera de ver hacia dónde y cómo evoluciona la serie (si es que lo hace).

Como lector, creo que lo he comentado ya en varias ocasiones, me gusta sumergirme en las narraciones (vivirlas, sentirlas, experimentarlas... en paralelo o junto a sus protagonistas) y sentir que me aportan algo y, en esta primera entrega de la serie,  hay algo  que no me ha permitido hacerlo, hasta el punto de que a día de hoy tengo la sensación de "haberla leído" no de "haberla disfrutado" o "haberme sumergido en ella".

Hay dos cosas que no me han gustado (quizás sea mejor decir que no me han terminado de llenar) y que creo que marcan el que a la hora de valorar el libro no haya llegado al "Me ha gustado".

La primera es la relación entre Bora y Matthew. Demasiado sobria, fría e indolente para ser el hilo conductor o ese vehículo que nos transporte durante la novela. 

Si digo que soy mediterráneo va a parecer que voy a hablar de testosterona, pasión, deseo, ardores, etc... así que no leáis lo anterior, pero no encuentro otra forma de definir a bote pronto la situación.

"El último ritual" tiene algo (debería tener más), de "buddy movie", esas películas de compañeros policías que no tienen muchas (o casi nada) cosas en común pero que, obligados a trabajar juntos, acaban por resolver los casos dejando algunos momentos chocantes e hilarantes fruto de la confrontación entre sus personalidades. Eso, en esta novela, no se da. 

Bora (islandesa) y Matthew (alemán) son personajes muy estóicos (algo más él que ella), hieráticos (hasta cierto punto) y más tiesos que la mojama y les falta algo de chispa para llegar al lector como debería.

Cierto que ella es algo más apasionada o, al menos, más enérgica (no hay nada como tener un témpano al lado para parecer un fuego ardiente), pero se mueve a impulsos y pseudocorazonadas que no terminan de tener un fondo real, generando sensación de inconsistencia, volatilidad y falta de peso.

Él es... ese palo que menciono arriba. Una estaca en toda regla. Pero quizás por origen y perfil es el más coherente de los dos (hasta es creíble ese punto arrogante/chulesco que adquiere al final y que puede encajar con el resto de su personalidad).

Desde un país bañado por el Mediterráneo (mejor así que antes, ¿no?. Queda menos.... y más ...) ambos son fríos y distantes y la química entre ambos  inexistente. Ver a ella quejarse de la frialdad e impasibilidad en el trato de él tiene un punto cómico visto desde aquí pero no resuelve el problema de fondo, les falta algo en su relación y su trato para, en teoría, que su creadora les pueda llevar por la senda que quiere. Ahí me falta algo, la verdad, pero asumo que puede ser un problema cultural o de concepto, que no termino de compartir porque no tenemos la misma concepción cultural/social del individuo y sus relaciones.

El segundo punto es Islandia

En la novela es un espacio físico sin más. Es Islandia como prácticamente podría haber sido Groenlancia o la Patagonia, porque no hay apenas elementos adicionales que identifiquen la región y nos transporten allí, aportando algo al lector sobre el lugar y el espacio que ocupan sus protagonistas.

Hace no mucho pasó por aquí "El caso del anillo" de Michael Ridpath (Ver post), también orientada allí. En esa novela, Islandia, que también es el lugar donde transcurre la historia, es un elemento más de la misma, casi  un personaje, con varios componentes y elementos de su cultura formando parte y aportando algo a la trama.

Como lector ni busco ni quiero tener la sensación de estar  consultando una guía de viaje pero, de alguna manera, necesito sentirme trasladado a un espacio y un entorno real que justifique y explique alguna de las situaciones de la novela y el carácter de sus personajes,  y no tener la sensación de que estoy en una representación burda y llana con personajes puestos delante de decorados vacíos, fríos e inconsistentes.

No pretendo nada más que poder entender a sus personajes. 

Ridpath fue capaz de explicar parte del modo de obrar y comportarse de los suyos (fuesen protagonistas o no) al hablar de la kreppa (la crisis económica que asoló el país unos años antes) y la dureza de su paisaje, en un entorno, además, mínimo donde habitan 100.000 habitantes. Gracias a eso no sólo pude entender y seguir su obra, también parte de un fenómeno social acaecido durante el último mundial (el orgullo nacional y el hecho de que casi todos sus habitantes acudiesen a recibir a su selección al aeropuerto) algo que, visto por televisión y leyendo en los medios de comunicación parecía una extravagancia más de unos fans irreductibles del mundo de la pelota.

Sigurdardottir no consigue eso, no transmite y acaba generando ese entorno de irrealidad que no supone otra cosa que una denegación de auxilio a sus personajes.

La novela, descartado esos dos elementos básicos, se queda en un acompañamiento, ligero y cómodo, poco más. Un tipo de narración que no termina de llenarme porque las disgresiones que salpican la trama principal no terminan de aportar nada y sí descolocan durante un momento al lector, al que le exigen un esfuerzo que luego no termina de rendir frutos.

Hay autores que trabajan ese tipo de forma de escribir/narrar. Apartan el foco de la investigación para narrar tramas paralelas, los pasos del asesino... algo. P.D. James, posiblemente, uno de los mejores ejemplos de esta forma de escribir,  es capaz de construir novelas muy complejas (no tanto por la trama como por la elaboración de entornos completos), donde cada personaje (sea protagonista o no) alcanza un desarrollo propio en un marco temporal determinado (el de la investigación). 

Sigurdardottir, en esta entrega al menos, no lo consigue, dando/generando cierta sensación de deslavazamiento y falta de unidad.

Con todo y con eso la novela no está mal, tiene un trasfondo curioso/morboso, distrae y, en cuanto a su trama principal (la investigación de una muerte) es coherente e interesante.

Por eso, valorando en su conjunto todo...

Valoración: "Está bien".

P.D: puede dar la sensación de que le he dado mucho durante la crítica. Puede ser, pero no era mi intención, sólo intento explicar por qué no lo valoro más, qué es lo que he echado en falta porque ha sido demasiado claro durante su lectura. 

En otros ámbitos...

No me está dando margen a hacer muchas cosas últimamente (hasta la lectura va un poco lenta las últimas semanas) pero quiero aprovechar para comentar que estos días he podido volver a ver "Burnt", que por aquí he visto nombrada como "Adam Jones" o "Una buena salsa".

Me sigue pareciendo una película muy interesante (me ha gustado aún más en el segundo visionado), no sólo en cuanto al mundo de la restauración  sino, por encima de todo, como reflexión sobre la vida en general y la forma en que la afrontamos.

A veces no está mal que alguien nos pare, nos siente y nos haga pensar, aunque sea a través de la caja tonta. 


miércoles, 8 de febrero de 2017

Dead Things - Eric Carter vol. 1


Llevo varios días rumiando este post. Demasiados, la verdad. Se atasca y no quiere terminar de cuajar y al final me veo abocado a volver a empezar.

¿Sera porque me gustó mucho y quiero dejarla en buena lugar?¿Quizás es que intento buscarle tres pies al gato y me complico mucho la vida?¿no séra que me gusta demasiado intentar lucirme?

Tengo la sensación de que muchas veces a las novelas les falta credibilidad, reducidas a construcciones más o menos definidas pero estancadas en el tiempo. Un mal que se va haciendo patente cuanto más de moda se pone el tema de las series y las sucesiones de novelas.

Se tiende al error (ni siquiera sé si se puede definir así) de considerar que una serie de novelas es similar a la sucesión de episodios de series de televisión como "Se ha escrito un crimen" en el que las tramas siguen un mismo desarrollo y los personajes viven anclados/circunscritos a su yo inicial con ligeros (casi ínfimos) matices que aparecen con el tiempo.

Para mí no debería ser así. 

Si en la trama van sucediendo cosas, fruto de las mismas deberían producirse cambios en los personajes (sin entrar en si es evolución, involución o mero cambio), de lo contrario se estancan y acaban por perder credibilidad, a fin de cuentas si un personaje (protagonista o secundario) vive una serie de circunstancias, éstas deberían calar en él y condicionarle de ahí en adelante, sobre todo tratándose de hechos traumáticos como son los que muchas veces se narran.

Autores como Jo Nesbo, Harry Connelly, Dennis Lehane, Jean-Claude Izzo o Lorenzo Silva, lo tienen claro y sus  personajes evolucionan y cambian (física, emocional, intelectual y moralmente), conforme lo que pasa les va dejando huella. Es parte del proceso y de la vida. 

Puede que con veinte años ese tipo de cosas no se valoran como lector pero con más años (unos cuantos más) la perspectiva cambia, quizás porque te vuelves algo más resabiado, algo más cínico, un poco más precavido y tienes unas cuantas cicatrices (emocionales y físicas) que lo acreditan y actúan como pequeños recordatorios de las cosas acaecidas que hacen que detonen los recuerdos y con ello la reflexión y la percepción del cambio.

Si yo, que veo la miseria de la sociedad de forma tangencial en el día a día,a través de esa ventana mediatizada que es la prensa, cambio de opinión y reacciono ante lo que veo, ¿cómo no le pasa, por ejemplo, al Brunneti de Donna León que lo vive en sus propias carnes?

El "no cambio", la "permeabilidad", acaba generando percepción de irrealidad, de no credibilidad, de FICCIÓN y me saca de las novelas y hace que las vea desde fuera, y no "desde dentro", que es lo que me gusta hacer (sentir, vivir, experimentar las tramas).

En el género fantastico y más concretamente en la "Urban" la cosa debería ser todavía más clara porque los personajes sufren daños inimaginables y pactan con criaturas que no se rigen por los mismos códigos y valores que los nuestros pero muchas veces da la sensación de que quienes escriben no entienden ese concepto y acaban generando criaturas impostadas, "humanos con otro aspecto", que no obran y actúan como deben

Así, se desdibuja el mal, se pierde la referencia y las novelas se convierten en una especie de Carnaval con distintas personas estrambóticos desfilando por sus hojas.

Y, para mi gusto, se pierde la esencia del género (o subgénero o...) y todo lo que podría llegar a ofrecer.

Para mí la Urban es la oportunidad de tratar con criaturas de todo tipo, con códigos morales (o ausencia de los mismos) que permiten explorar todo el espectro que va del bueno casi celestial al malo malísimo, con honestidad, alejado de la fórmula cliché tan en boga del "malo reconvertido por amor o por las circunstancias al empezar a experimentar sentimientos".

Stephen Blackmoore en "Dead things" se mueve directamente en el gris. Ninguno de sus personajes es blanco cristalino y quién podría serlo está muerto al empezar la novela. 

Todos los personajes tienen sus aristas desde el principio, sus propios códigos y su propia valoración (parcial y subjetiva) de la situación. Todas son entendibles y hasta justificables y por eso no es fácil sentir rechazo hacia ninguno, como no lo experimenta su protagonista. Y ese es un gran punto de partida, como lo es el mundo que construye para ubicar la trama, con magia negra y trasfondos ocultistas. 

Definido, oscuro, muy marcado, con un paisaje y una ambientación totalmente gris, bastante monócroma pero con matices. Diálogos con trasfondo y mensajes soterrados, combinando ritmo y profundidad. Capaz de ser ágil e intensa a la vez, un Noir clásico con aire de modernidad a partes iguales que cautiva y evita en todo momento que te separes de su lectura.

Una novela que hace buena la máxima de Nietzsche "si miras mucho tiempo al abismo, el abismo te devuelve la mirada", donde nadie se engaña y todos tienen muy claro cuál es su papel y por qué lo lleva a cabo, convencidos de sus ideas y del por qué de sus actos. Cargados de razón y con un protagonista que lo tiene más claro que nadie, aunque le duela y prefiriese que no tuviese que ser así.

Quizás por eso es tan agradable leer la novela, por eso atrapa.

Sientes empatía por Eric Carter (aunque no es tan sencillo simpatizar), entiendes su postura y que no es una posición que él haya elegido. La vida tomó la decisión por él y lo único que ha intentado desde entonces es vivir con lo que es de la mejor forma posible. Pero es coherente con sus decisiones y eso gusta. No va llorando por las esquinas por lo que no pudo ser, no vive en el pasado y afronta el presente de la mejor forma posible intentando salvar lo que (y a los que) quiere aunque no tiene claro en quién puede confiar.

Carter crece durante la novela, se asienta en quién y qué es y Blackmoore aprovecha que debe regresar al lugar donde todo comenzó, su vuelta a casa, para confrontar su pasado y su presente, lo que ha sido y lo que ha tenido que llegar a ser, tras una década fuera.

Personajes cargados de emoción y coherencia, siendo a la vez creíbles y reales, en un entorno bien definido y con un juego de poderes que apenas se atisba pero que da muchísimo juego durante toda la narración sin llegar a saber en ningún momento si se trata de un mero juego de sombras o del juego del gato y el ratón porque las posiciones nunca terminan de estar claras hasta el final, la incertidumbre crece y nadie ninguno termina de ser consciente de quién es el peón y quién el rey en una función que dura lo justo para generar ganas de más, mucho más, al alcanzar un final tremendo que, aún sospechado en algún momento,consigue alcanzar proporciones significativas.

De seguir así, si se mantiene coherente y no incumple con todo lo que propone, la serie de Eric Carter puede ser una de las mejores que haya hasta el momento en el género, fuera de muchos de los tópicos y clichés en que se encuentra inmerso en los últimos años y de ese cruce/mezcolanza (que desvirtúa el producto) cada vez más acusado que se produce entre la Urban y el Romance Sobrenatural.

Si Stephen Blackmoore cumple habrá diversión y entretenimiento para rato en una serie que se engloba dentro del sub(requete)género "dark" de la fantasía más urbana. Si no será un fiasco aún mayor de lo que fue "Game of Cages" para la serie de "Tweny palace society" y este que está por aquí se tirará de sus ya poco existentes cabellos.

Valoración: Me ha gustado mucho.

miércoles, 1 de febrero de 2017

La fuente de las Vestales - Serie de Titus Flaminius, vol. 1


Me gusta la cultura clásica, tanto griega como latina, pero no doy con una lectura que satisfaga mis espectativas y cumpla con mis deseos.

Cuando mi padre me habló de esta novela y de una crítica que había leído al respecto en donde destacaban su documentación y el conocimiento de la sociedad romana que aportaba me lancé raudo y veloz  a su consecución y posterior lectura, aunque, todo sea dicho, mis pesquisas preliminares indicaban que era una lectura de categoría "Juvenil".

Voy por partes y acabo pronto.

Es lectura juvenil. No lo digo en tono peyorativo sino para constatar un hecho...

El argumento de misterio (con dos asesinatos de por medio) es ligerito, con diálogos no muy elaborados y cierta simplicidad en la gestión de las situaciones. 

Hay precariedad en ciertas descripciones y la trama es más o menos sencilla, reduciendo todo a una posible sorpresa/giro final que no tiene tampoco mayor repercusión que saber/aceptar que el autor ha jugado con nosotros.

Titus Flaminius, como investigador, está algo verde, es demasiado inmaduro y carece de bastantes rudimentos.

Como herramienta para conocer la Roma clásica...

Me pasa lo contrario que con la valoración como novela negra.

En este caso me parece interesante porque entra en elementos y narraciones que muchos autores omiten al centrar siempre sus miras en los elementos que hicieron grande a la civilizacion (senadores, parlamento, ejército, clases acomodadas).

Nahmias escribe sobre Roma, el imperio y la ciudad (en su conjunto), mostrando "todos" los barrios y el conjunto de los mismos (no sólo los hogares de los más favorecidos), enseñando las cuestiones propias de la vida cotidiana, lo que permite conocer y ver las miserias y la diferencia de clases existentes en el seno de su cultura y mostrándolos más humanos (y mucho más actuales).

Aquí la mirada de Titus es mucho más útil porque es a través de su asombro, ruborización e ignorancia como podemos conocer todo lo anterior de primera mano, pudiendo contrastar con la imagen que siempre nos habían mostrado (y que es similar a la que el joven protagonista tenía en mente hasta el comienzo de la trama)

Su lectura, de ese modo, acaba por convertirse en algo más. Un conjunto que puede merecer la pena por mucho que en ocasiones ralentice algo la novela o se haga algo pesado.

Valoración: está bien.

No comparo la novela con las de Simon Scarrow, Lindsay Davis o Valerio Massimo Manfredri, porque no creo que estén en la misma liga. Todas ellas lecturas para un público más adulto/maduro y con una narrativa más elaborada.

Pero si reseño que a falta de leer "SPQR" de Mary Beard o las obras de Santiago Posteguillo, no conozco una lectura que aporte un conocimiento tan distinto de la sociedad, civilización y cultura romana, que hagan que hasta el mismo término "civilización" pueda ponerse en entredicho en según que momentos.