sábado, 28 de julio de 2012

Muerte en la universidad

"Muerte en la universidad" es una novela de consumo rápido, de las que coges cuando buscas distraerte un rato sin exigir mucho al cerebro. No tiene recovecos ni giros inesperados y, además, no te obliga a leer grandes cantidades de páginas del tirón porque si no pierdes el hilo. Es el típico libro para playa o piscina, ese que lees aprovechando los ratos libres de los que vas pudiendo disponer, aunque sean 5 minutos sueltos. Despierta el suficiente interés para querer saber como acaba pero no te cautiva lo suficiente como para abstraerte del resto de posibles estímulos externos. No creo que ningún sibarita se vaya a volver loco con ella pero a mí me ha servido para estar distraído unos días (no de vacaciones) y aprovechar para cargar pilas para cosas "de mayor enjundia".


Quizás el problema más grave de la serie sea que cuando se busca por internet se la asocia con nombres como  "El nombre de la rosa" (que son palabras mayores) y  de Peter Ellis y su Cadfael. Aunque no he leído nada de él, en mi familia (que si ha seguido su obra), siempre lo han relacionado con Peter Tremaine y, como durante la lectura de esta novela ha habido bastantes ocasiones en que el recuerdo de  "Sor Fidelma" ha acudido a mi mente, es posible que éste segundo paralelismo sea  mucho más acertado que el anterior. 

Las dos series (la de Fidelma y la de Bartholomew), por lo que he leído hasta la fecha (más de la primera, evidentemente) me parecen similares. Ambas procuran entretenimiento y cierta emoción pero sin llegar a estimular al lector todo lo que sería deseable. Sin embargo la serie protagonizada por la dalaigh irlandesa cuenta con dos puntos muy claros a su favor: la presencia del hermado Eadulf, con quien tiene una química que le da un toque distinto a toda la novela y su ambientación histórica (más concretamente, el momento elegido para situarla).


El primer elemento elevado a su máximo exponente, el amor, hace acto de presencia en esta novela pero aquí sin a carga o el significado que podría haber llegado a tener. Entre Phillipa Abigny y Matthew Bartholomew hay algo pero, aún siendo más posible que se consume, no mueve al lector de la misma manera que lo hace la relación entre los dos religiosos de Tremaine. Por otro lado, a pesar de estar las dos obras ambientadas en la Edad Media, la época por la que transita Fidelma me llama más la atención, quizá por su "cercanía" temporal (por relativa que pueda ser)  al "imperio romano" o quizá porque la sociedad que describe Gregory la siento más próxima y, por tanto, más real (lo que en este caso y para mi sorpresa parece haber contado en negativo).


Si las comparaciones normalmente son odiosas aquí son mortales. Aislada, sin confrontaciones literarias con personajes tan simbólicos (y carismáticos) como Guillermo de Baskervill o con otras medianías populares, la novela de Susanna Gregory no saldría tan mal parada, aunque quizás más considerada como novela histórica o de época que como novela negra. Al situar las muertes (posibles asesinatos) de diversos miembros del profesorado del college universitario de Michaelhouse casi en la mitad del siglo XIV, se nos ofrece la posibilidad de asistir a las luchas intestinas de las dos grandes universidades británicas (Oxford y Cambridge) en su afán por conseguir la hegemonía académica, mientras, en la misma sociedad, se producen los primeros levantamientos del pueblo "llano" contra esos "intelectuales" universitarios, representantes de las clases más ricas y poderosas. Mientras llega la peste negra a tierras británicas, lo que da a la novela una nueva dimensión,  al alterar por completo el panorama social. Ante esta nueva amenaza la gente cambia, de un día para otro ya no hay médicos, sacerdotes, mercaderes o mendigos, todos quedan reducidos a meras personas, obligadas  a enfrentarse a su propia (y probable) mortalidad, a sus miedos, inquietudes y limitaciones.

Para ser una buena novela negra le falte algo de tensión y como novela histórica quizá algo más de detalle pero el conjunto es aceptable y se revaloriza conforme va avanzando. Cierto que a Bartholomew le falta un hervor, a su romance algo de pasión y a sus intrigas algo de misterio, pero sí posee un número reducido pero interesante de pequeños personajes secundarios (como Cynric) que le dan, sin gran ostentación, un pequeño plus, mientras comenzamos a entender los orígenes, complejidad y antigüedad de la enquistada rivalidad entre Oxford y Cambridge

Sinceramente no voy a cambiarme de ropa ahora mismo para ir corriendo a la librería más próxima a buscar la siguiente novela, pero tampoco descarto que si un día la veo ante mis ojos la compre (dado su , razonable precio) o la saque de la biblioteca. De momento dejaré que corra entre mis familiares y amigos, que seguro que encuentran un ratito que matar y, para eso, esta es una buena novela.

Y, por si hay dudas, sí a mi también me gustan los grandes novelones, esos hitos históricos que sabes que están ahí y a los que quieres hincar el diente pero esas mismas, las que te encandilan y te vuelven loco, también plantean problemas, al menos a mí que en más de una ocasión me he descubierto incapaz de meterlas en una maleta para evitar que se deteriorasen o que he postergado su lectura a la espera de "el" momento oportuno (que nunca llega) para poder leerlas. Es ahí donde estás otras pobres parías, las de la serie B, les ganan la partida. Es ahí donde "Muerte en la universidad" puede tener su oportunidad.

domingo, 22 de julio de 2012

Los jardines de la luna

Tenía pensado realizar este post como una especie de "descripción en negativo", una de esas en donde dices todo lo que no vas a encontrar leyendo esa novela y como, a pesar de todo, es una gran novela. Pero reconozco que no me gusta ese planteamiento quizás porque Jorge Bucay, muy a mi pesar, ha acabado colándose en mi dura mollera y me ha inculcado que las cosas que no son, no pueden ser. Sin más. 

Lo cierto es que "Los jardines de la luna" no se parece a prácticamente nada que haya leído hasta la fecha dentro de lo que es la fantasía. Si acaso alguna pequeña reminiscencia, alguna lejana similitud con, por ejemplo, George R. R. Martin, pero tan lejana que no merece ser reseñada.

Como diría Sherlock Holmes: "descartado lo imposible, lo improbable, por difícil que parezca, debe ser la solución". Así que, comencemos: "Los jardines de la luna son..."

- Una novela de fantasía épica sin castillos ni princesas.

- Donde no existe un único y gran protagonista. Aquí no hay un Tanis, el Semielfo o un John Nieve que atraigan toda la atención. Los focos se reparten entre un número bastante elevado de personajes que ocupan, en dosis más o menos reducidas, su lugar dentro de la trama. Sólo "la suerte" parece llamada a presidir la mesa, pues es ella (con su presencia o su ausencia) quien determina qué planes llegarán a buen puerto. Y, por si fuera poco, uno de los personajes que más me ha llamado la atención sale a menos de diez páginas del final de la novela y sólo interviene en dos párrafos mal contados.

- Sin buenos ni malos. Aquí todos juegan sus bazas y nosotros presenciamos su actuación para, poco después,  formamos nuestra propia opinión. Algunos personajes nos caerán más simpáticos que otros pero todos obran movidos por motivos dispares, a veces contrapuestos: honor, venganza, conquista superviviencia, amor... todo tiene su lugar y su momento dentro de esta novela.

- Razas por doquier: no sólo de humanos se alimenta la imaginación. También de los tiste andii, los moranthianos, los t'lan imass y otras muchas criaturas que habitan sus hojas. Pero tranquilos, el peso de la trama recae en los humanos. ¿alguien duda de que no necesitamos a nadie más para conseguir destruirlo todo?

- El terreno de juego: Darujhistan, la ciudad que la emperatriz Laseen quiere anexionar a su imperio. El lugar donde confluyen intereses tan dispares como los de las tropas imperiales, los propios residentes del lugar, alguna figura en la sombra y la larga figura de Anomander Rake, máximo exponente de la raza tiste andii.

- Si toda historia tiene un comienzo y un final, está no se enteró pues su comienzo llega cuando las posiciones de las partes están ya definidas y se acaba dando pie a un nuevo comienzo.

- Todas las armas tienen cabida: lanzas, garras, espadas, estoques, virotes, colmillos, venenos, puñales o magia... aunque el instrumento favorito de todos parece ser "otro ser humano". Trampas, ardides, engaños, pactos y coacciones, lo que haga falta para conseguir el resultado.

- Magia para aburrir. Sin grandes ambages ni elaboradas pociones pero con un elenco de brujos, hechiceros, alquimistas, magos guerreros y sacerdotes que ya los quisieran en otros mundos fantásticos.

- Reptiles también hay: fundamentalmente dragones pero también alguna que otra lagarta.

- Todos los niveles, clases y castas que se te puedan ocurrir: emperatrices, consejeros, capitanes, sargentos, magos supremos, líderes de asesinos, ladrones, pescadores e incluso dioses, que se divierten revolviéndolo todo. Todos tienen su momento y su ocasión.

- Intrigas por doquier y espías hasta debajo de las piedras: desde prostitutas que espían a espias que se prostituyen, sin dejar de lado a algún profesional del engaño capaz de sorprender a más de uno.

- Asesinos en una misión de honor y caballeros deshonrados que se dan a la bebida, un ladrón enamorado que se dedica a ir devolviendo a su legítima propietaria el resultado de su último latrocinio, un espía que se pasa el día soñando,  un jugador de cartas que se inventa las reglas conforme transcurre la partida y un cuerpo de zapadores que se dedican a socavar al gobierno local para facilitar la caída de la ciudad.

- Al menos 5 grandes tramas que se entrecruzan (y solapan) y otras mucho más discretas que permiten que, además, ayudan a que las anteriores se vayan conectando.

- Todo tipos de disputas: desde grandes batallas campales a pequeños duelos de salón "salpican" la narración. "salpican" quiere decir que no son muchas las ocasiones donde la acción entra a formar parte de la trama y que cuando hacen acto de aparición son más bien breves, pero están bien llevadas y parecen mucho más reales que esos grandes duelos en los que tras 20 páginas de intercambio de estocadas y heridas uno comete el error más básico del mundo antes de caer muerto.

- E intriga. La del lector ansioso por conocer un desenlace que no puede anticipar y la de los distintos personajes que elaboran sus planes en el más completo silencio a la espera de poder llevarlos a cabo. Un juego de espionaje y planificación entre distintas fuerzas que habría hecho las delicias de cualquier lector de Grisham o Tom Clancy que hubiese tenido a bien dejarse caer por el mundo de la fantasía.

- Personajes complejos y bien llevados. Muchos de ellos trileros profesionales aunque ninguno lo reconozca.  Prácticamente todos con algo que callar.

Por supuesto no es oro todo lo que reluce y en esta ocasión no iba a ser menos. La primera novela de "Las gestas de Malas" es  compleja y difícil de asimilar. Sobre todo al principio, donde los intereses de las distinas partes apenas se esbozan y el lector se siente perdido y desubicado... Ciento cuarenta páginas me costó empezar a situarme y entender un poco qué tenía entre mis manos. A partir de entonces la cosa no podía más que mejorar y así lo hizo. Cierto que es imposible adelantarse a los acontecimientos porque el punto cumbre de muchos planes no se conoce hasta casi el final y que cada dos por tres aparece algún personaje nuevo o se produce algún tipo de giro pero es que esta novela  está escrita para ser "leída" no para ser "adivinada". Es un ejercicio de paciencia y atención, nada más. Te sientas, la lees y la disfrutas mientras contemplas como, poco a poco, las distintas piezas más encontrando su sitio dentro del cuadro general. Lo importante es que el resultado es armónico.
Además es una novela muy exigente para el lector, que no posee todos los datos y debe dejar fluir su imaginación y armarse de paciencia para recrear el universo creado por Steve Erikson, pues, aunque parezca mentira, casi no hay descripciones en las seiscientas treinta páginas de la obra. Sólo lo básico que no siempre resulta suficiente para una mente hambrienta de información.
Y, por si no ha quedado claro, enormemente difícil de comentar. 

Una buena novela (si la releyese ahora que estoy mucho mejor "preparado" para comprenderla, seguramente podría llevar el "muy" delante)  que, para más inri, cuenta con dos grandes factores a su favor: por un lado la opinión generalizada de la crítica que la considera la más floja de la serie (¡¡madre mía lo que puede estar por llegar!!) y, lo más importante dada mi experiencia reciente con varios autores del género, todas las novelas de la serie han sido publicadas ya en original, por lo que no hay más tiempo de espera que el que marque la editorial en España (¡¡¡aleluya, hermaaaaanooooooossss!!!). Ahora a cruzar los dedos y a esperar que tenga mucho éxito y no la dejen "colgada" en nuestras estanterías.

domingo, 15 de julio de 2012

Sábado de Gloria

Justo antes de comenzar a escribir este post he descubierto que, ya para empezar,  partía de un error. David Serafin no es español. A pesar de que me he pasado toda la semana pensando en el como "devid" y no como "david" no se me había pasado por la cabeza esta posibilidad hasta que he hecho una mera comprobación de rutina.  De entrada me obliga a pedir una nueva disculpa, pues por muy grande que fuese mi entusiasmo al incluirlo en el post de la semana pasada, está no es una novela escrita en español, originalmente fue escrita en inglés y se tradujo un par de años más tarde.  Así que, por segunda vez consecutiva en otros tantos post, mis disculpas.

Nada de lo escrito en el párrafo anterior desmerece la obra en cuestión, más bien al contrario, me facilita establecer cierto paralelismo literario con otra autora que ya he tratado en este blog, Donna Leon. Tanto uno como otro son angloparlantes (uno inglés, la otra americana) que en sus novelas han retratado (en el caso de Leon, todavía lo hacen) la realidad de la sociedad mediterránea.

Quizás ahí resida la gran diferencia existente entre estos dos autores y otros que escriben sobre esa misma realidad, como Lorenzo Silva y Gianrico Carofiglio. Con cualquiera de estos últimos tengo una gran afinidad, no sólo por las situaciones personales que en algunos momentos pueden experimentar sus personajes, también (y sobre todo) porque entiendo sus puntos de vistas y su manera de ver la vida. Hay "algo" que los acerca a mí, algo que los diferencia de "los" Brunetti  y Luis Bernal (de Leon y  Serafin), un intangible que me impide un mayor acercamiento a estos últimos cuando leo sobre ellos, pues, de algún modo, los siento ajenos.

Siguiendo con la comparación los dos autores autóctonos tienden (quizás por su origen) a ser más "intimistas", centrando las tramas no sólo en la investigación, también en la situación personal (en constante cambio) de sus protagonistas, mientras los dos foráneos centran más la mirada en la realidad cotidiana y el entorno, en la sociedad que describen, quizá porque es nuestra cotidianidad lo que más llama su atención, lo que necesitan plasmar.

Aunque conforme va pasando el tiempo la posibilidad de leer algo de Bevilacqua o Guido Guerrieri se impone a cualquier otra opción,  lo cierto es que (hasta la fecha) me valen cualquiera de las dos alternativas y Donna León siempre acaba encontrando su momento a lo largo del año. A la pregunta que subyace en mi silencio (¿lo tendrá también David Serafin?), la respuesta es "posiblemente sí" pero de otra forma.

Antes de analizar lo que es la novela en sí me gustaría evitar posibles errores interpretativos. Luís Bernal no es un "Guido Brunetti" a la española, nada más lejos de la realidad. Es mucho más seco, más frío y menos "asible" (si se me permite utilizar el término). Al menos en esta primera novela el rol de los demás personajes es totalmente secundario y su entorno familiar y personal dista mucho de tener una presencia significativa. Sintetizando, donde el comisario veneciano cuenta con colaboradores y el calor del hogar familiar, el español encuentra subordinados (en el más estricto de sus significados) y la ausencia de apoyos familiares, con una familia disgregada en donde el adulterio también tiene ocupa su pequeño lugar.

Como se puede deducir "Sábado de Gloria" no me ha llegado, ni mucho menos, como lo hicieron en su día las primeras novelas de la autora americana. El llamémoslo "efecto Brunetti" no aparece en la obra de Serafin y eso marca mucho la novela. Luis Bernal (que por cierto es un nombre muchísimo más sencillo y fácil de recordar) me ha producido cierta indiferencia, quizás por el salto generacional que hay entre nosotros, no sólo porque el tiene cincuenta y ocho y yo...muchos menos, sino porque vivimos en dos épocas muy distintas a pesar de su proximidad temporal.

Por mucho que Bernal sea "progresista" frente a muchos otros protagonistas de la novela (con especial mención a su esposa Eugenia) no deja de ser una persona de su tiempo en una España que comenzaba la transición tras el periodo franquista. Durante casi toda la novela la imagen/recuerdo de mi abuelo no me ha abandonado en ningún momento, como tampoco lo han hecho algunas de los recuerdos y batallas que mi padre ha tenido a bien compartir y que me han llevado siempre a pensar en ciertas zonas de la ciudad como algo "de otro mundo". 

Treinta y cinco años, la distancia que hay entre la Semana Santa de 1977 (momento en que suceden los hechos de la novela) y la actualidad son muchos, maxime si se tiene en cuenta el cambio radical que (al menos sobre el papel) se ha producido en la sociedad española. Un cambio que las generaciones posteriores (como la mía), por esa misma cercanía, no han sido capaces de apreciar (ni valorar). Sólo leyendo novelas como esta consigo acercarme a una época que nunca termino de conseguir entender pues los valores y principios que servían de cimiento a la sociedad no tienen nada que ver con los actuales. Puedo saber que la ley del divorcio de 1981 supuso un importante cambio a nivel social, pero hasta la lectura de esta novela no era más que algo sobre el papel. Nunca me había planteado que hace tan poco tiempo  a la mujer adúltera se la condenaba a la carcel. Son esos pequeños detalles los que enriquecen esta novela y los que la convierten en algo reseñable, posiblemente más para quienes habitamos en la sociedad española que para quienes no pueden llegar a contrastar las diferencias entre el pasado y el presente.

 El distanciamiento temporal tiene también un papel relevante a la hora de juzgar la novela. Yo no la definiría como un thriller, ni he experimentado la tensión (o la desazón) que parece implícita en ciertos momentos de la trama, porque hay un bagaje previo que no poseo, pero estoy seguro de que cuando alguno de mis padres lea esta novela (que, por supuesto, les pienso dejar) sí serán capaces de extrapolar sus propias vivencias y rellenar esos "huecos" que, en el momento en que se escribió, no eran tales pero que, hoy, están muy presentes. Quizás incluso alguno de los dos llegue a utilizar la palabra "thriller" (aunque rebajada con el apellido "político") para definirla, algo que a mí nunca se me pasaría por la cabeza.

Lo que sí que puedo hacer, lo que me ha hecho disfrutar de la novela, es poder jugar con  la ciudad de Madrid. Situarme en sus calles, recorrerlas siguiendo los pasos de Luís Bernal y su tropa. Bordear el Retiro, bajar a la Cibeles o visitar la calle Alfonso XII. Durante su lectura he "jugado" con mi conocimiento de la ciudad: he ido cambiando los nombres de algunas calles que ya no se llaman así, me he visto obligado a borrar algún cartel de publicidad o alguna obra pública que es imposible que formasen parte del paisaje de entonces y me he reído decidiendo si David Serafin habría incluido a los africanos que venden costo en algunas entradas del parque de haber escrito la novela hoy. Quien sabe, incluso es posible que algún día me lance a la aventura y mire a ver si "la tapa esa" que está tomando el protagonista la siguen sirviendo a día de hoy y si, de pasar por allí algún día, podré saborear esos mismos sabores.

"Sábado de Gloria" es ua novela para nostálgicos, no del antiguo régimen, sino de "otra" ciudad, otra forma de entender las cosas, otro tiempo. Una forma de acersarse a otra parte de nuestra historia que ya no está ahí a pesar de que sea pasado reciente.

Con esto me despido pues tengo por ahí un artículo sobre la Semana Negra de Gijón que quiero leer, siempre dispuesto a encontrar algo nuevo "que llevarme a la boca" durante los próximos meses.

domingo, 8 de julio de 2012

La mujer que arañaba las paredes

De entrada una sentida disculpa para todo aquel que se haya conectado esperando encontrar un  comentario sobre "El noveno círculo de hielo" y se haya encontrado con esto. Sólo puedo decir que realmente tenía la intención de ponerme con ella pero la de Adler-Olsen se cruzó inesperadamente en mi camino y trastocó mis planes.

Aunque posiblemente haya sido para bien. Esta novela puede abrir un nuevo frente y aumentar las posibilidades de elección de cualquier lector, dada mi experiencia reciente (que bien podría calificarse como catastrófica) con la segunda entrega de la Comisaria Weber-Tejedor (de Rosa Ribas), creo que me limitaré a decir que "La mujer que arañaba las paredes" permite mantener la ilusión de haber dado con una nueva veta, una serie con potencial, un híbrido "negro" curioso.

Hacía ya algún tiempo que esta novela había entrado en mi punto de mira, pero lo que me llevó aleerla fueron un par de comentarios leídos en distintos sitios web en los que se reseñaba que "no era la típica novela nórdica". Un comentario posiblemente nímio que, sin embargo, hizo que no demorase más su lectura buscando un cambio de aires y dejar de lado tanto cliché.

Salvo por la presencia de esa dureza (que en ocasiones se convierte en crudeza) que deriva del realismo que es parte intrínseca de las novelas (al menos de este género) facturadas en el  norte de Europa, el resto de la obra es una amalgama homogénea y coherente de la novela negra y las buddy movies (esas películas donde dos tipos un tanto antagónicos forman una singular pareja de detectives) americanas o el tandem detectivesco con la (típica) relación mentor-alumno que tan de moda se pusieron de moda tras la aparición del Holmes de Conan Doyle; todo ello sin dejar de lado cierta sensación de deja vú con la televisiva "Caso abierto" (Cold case), salpicado, eso sí,  con algún retazo de la sociedad danesa aunque lejos, eso sí,  de convertir la novela en una obra de corte social. 

La climatología y las demás condiciones extremas que se han podido ver en las novelas de  James Thompson y Camilla Lackberg aquí no hacen aparición y lo único que marca el curso de la investigación son las propias limitaciones de nuestro protagonista, reincorporado al cuerpo tras un incidente que le costó la vida a uno de sus colaboradores y la capacidad de moverse a otro. Carl Morck, que así es como se llama el personaje (en todo amplio espectro de la palabra) tiene poco que ver con otros duros literarios como Harry Bosch o Harry Hole. Mientras éstos, como el 99,9% de los protagonistas del género parecen moverse por venganza,la  búsqueda de la verdad, afán de superación, redención o justicia,  Morck, la verdad sea dicha, no se mueve. Punto.

Hastiado, apático, abúlico y revenido. Da igual que palabra se ponga, está cansado y desmotivado, siendo su única aspiración que los días vayan transcurriendo sin paz ni gloria. Se sienta y o bien echa una cabezada o se dedica a jugar solitarios en el ordenador. No tiene ningún interés por (ni intención de) cambiar su situación y sólo se plantea ir a una psicóloga porque intenta acostarse con ella. 

Es un cara, excéptico y peleón, que sólo busca incordiar y polemizar. Dentro del cuerpo es alguien marginal, un tipo raro y muy mal visto que allí por donde pasa va haciendo amigos, aunque, eso sí,  cuenta con un guna extraordinaria capacidad para interpretar los distintos cambios que se van produciendo dentro de una investigación. Que no tenga el más mínimo interés en utilizar esa capacidad y que las contadas ocasiones en que se implica tampoco sirva para que la gente quiera trabajar con él es harina de otro costal.

Ante este panorama al Jefe de Homicidios, Marcus Jacobsen, sólo se le ocurre una solución, ponerle al frente del Departamento Q, un grupo de reciente creación que se dedicará a la investigación de casos "sin resolver". Una alternativa práctica con la que intenta matar tres pájaros de un tiro: quitarse de en medio el problema que supone Morck dentro de la oficina; acabar con la presión política buscando un golpe de efecto popular y efectista y aprovechar la dotación presupuestaria del nuevo departamento para dotar mejor al resto de unidades. Algo que parece cuadrar más con la picaresca (y estoy siendo muy blandito) mediterránea que con la frialdad, honradez y sentido práctico que siempre se atribuye a las sociedades nórdicas. Aunque claro, si esta fuese una novela mediterránea el dinero "salvado" acabaría siendo utilizado para mejorar las condiciones económicas de algún jefe interpuesto (y sin funciones), mientras que aquí se utiliza para mejorar el conjunto del servicio.

Como no podía ser menos, Morck descubrirá el ardiz e intentará sacar algún provecho propio, cuando menos, lograr un coche propio y un ayudante. Los tiras y aflojas entre Jacobsen y el protagonista en sus  intentos por llevarse el gato al agua acaban por convertirse en una constante negociación en el que nunca está claro quien se lleva realmente el gato al agua. Es en estos pulsos donde reside parte del humor (y del encanto) de una novela que, sin embargo, tiene su punto fuerte en la singular relación que se va forjando entre nuestro Carl y el particular ayudante que le asignan, un asilado de origen sirio y misterioso pasado, mas interesado en las labores policiales que en la limpieza y que rápidamente pasa de ser un mero hombre de la limpieza y chofer (kamikaze) ocasional a chico-para-todo.

La novela en sí es más que aceptable, bastante dinámica y al alternar la narracion presente (la investigación en curso) y los hechos (ya pasados) del caso en cuestión consigue aligerar gran parte de la obra,  evitando además un (más que probable) saciamiento de Morck y permitiendo conocer algo más de la desaparecida (y posiblemente difunta) diputada Merete Lynggaard (si he repetido o falta alguna letra, mil disculpas). Como casi siempre hay un pequeño precio a pagar, en este caso el lector, al disponer de más información, ata los cabos bastante rápido y siempre va por delante .

De amenizar el conjunto se encargan dos investigaciones paralelas (la del tiroteo que poco tiempo antes marcó la vida del protagonista y un caso de asesinato de un camello en un parque) y un reducido (pero singular) elenco de secundarios (la atractiva psicóloga, una exmujer que es toda una cruz, dos "inquilinos" (el hijo de la exmujer y un amante de los playmobil) y el excompañero tetrapléjico.

En resumen, un comienzo de serie muy legíble que, si hay suerte y cumple con lo que promete, permitirá disfrutar de algún que otro rato distinto cuando se esté cansado de obras "de mayor calado". 

Con esto me despido pero antes un aviso porque no me gustaría que nadie se llevase a andanas...¡¡no, a día de hoy "El noveno círculo de hielo" no será mi próximo post tampoco!!. No tengo nada contra la novela en cuestión es que en estos momentos ya estoy enfrascado con otra y aspiro a terminarla a lo largo de la semana. Y no, tampoco pienso poner el título de "esta otra", no vaya a ser que sobre la marcha cambie algo y me toque volver a disculparme. Sólo puedo dejar dos pistas: es novela negra en español y no es Lorenzo Silva.

domingo, 1 de julio de 2012

La palabra se hizo carne

Debo mucho a Donna Leon, Patricia Cromwell y Henning Mankell. Fue por ellos que se despertó mi interés por la novela negra. Quien hasta entonces sólo leía fantasía y ciencia-ficción se dio cuenta de que ese “otro” género que hasta entonces sólo había rozado de la mano de Dashiell Hammett o de personajes como “Ataud Johnson” y “Sepulturero Jones”, podía ofrecer mucho más de lo que había imaginado. Desde entonces son bastantes las novelas del género que he leído, variando los autores pero procurando mantenerme tan fiel a los que me gustan como las editoriales, las circunstancias y mi economía lo han permitido. 

Del tren  de Cromwell me apeé hace algún tiempo porque me tenía un poco saturado pero siempre reconoceré su mérito, fue ella quien me adentró en de las prácticas forenses y las técnicas de laboratorio. Mankell permanece sagrado aunque mis visitas se han ido espaciando conforme pasaba el tiempo porque a veces (por triste que suene) uno elige dejar de saber para poder seguir viviendo su vida sin miramientos. Su última novela protagonizada por Wallander permanece en la estantería cogiendo polvo simplemente porque, como ya he comentado en alguna otra ocasión, no me atrevo a cogerla. Es “la” despedida y sé que con ella termina una época, no sólo de Mankell también mía y quizá, sólo por eso, espero y aguardo esperando a encontrar el momento en que esté preparado.

En cuanto a Donna Leon…
Donna Leon era la única visita anual obligatoria que tenía puesto en mi calendario. Según iba terminando el año comenzaba a mirar en las páginas de distintas tiendas a la espera del anuncio de su nueva novela. Fiel a su cita, como siempre, a principios de enero aparecía la siguiente y yo acudía fiel a su encuentro. No importaba que fuese la edición normal y no la de bolsillo, a fin de cuentas era Donna Leon… al menos hasta ahora. Este año he alargado el proceso más de lo habitual. Casi medio año de aplazamiento… no podía ser buena señal.

Como pasó con las anteriores entregas he tenido la sensación de que a ésta le faltaba le faltaba punch. Ese que a otros autores parece sobrarles a espuertas estos días. Por ejemplo, un-dos-tres, responda otra vez: Gianrico Carofiglio. 

Lo fácil sería asumir que es muy difícil escribir veintiuna novelas (¡que se dicen pronto!) con un mismo personaje y mantener en todas ellas el mismo nivel pero lo cierto es que, como sucede con cualquier refresco con gas, Donna Leon ha ido perdiendo algo conforme se iban sucediendo sus novelas. 

Habrá quien tras leer esto pensará algo así como ¡*****, si es que la mujer tiene setenta años, ¿qué esperas?! Un argumento que podría ser válido si actualmente no dispusiésemos de ejemplos claros y manifiestos que desvirtúan esa opinión. Por ejemplo, Petros Markais, autor muy comentado en este blog, a pesar de ser también septuagenario ha ido ganando fuerza conforme iban avanzando sus novelas (mayor crítica social, mayor compromiso, mayor lucha…) o Camilleri que no sólo saca diez años a los dos anteriores sino que, encima, compite en volumen de obras con la autora norteamericana…

Entonces, ¿qué? la verdad, no lo sé. Supongo que puede haber explicaciones de todo tipo. Es posible que Leon vea a Brunetti como un instrumento para recaudar los fondos necesarios para llevar a cabo otros proyectos que le apasionen más, de hecho, si no recuerdo mal, en una entrevista de hace mucho  ella misma explicaba que su gran pasión era la ópera y sus librors la forma en que podía permitirse seguir adelante con ese otro proyecto personal. Otra opción, que se puede sumar a la anterior, es que la realidad actual española se asemeja ya tanto a la que ella narra en sus novelas que parte del encanto y misticismo de la mafia, la corrupción y política se han perdido. Han dejado de ser “algo curioso” para convertirse en una narración de la pesadilla cotidiana que puedo contemplar con escuchar la radio, la televisión o a mi compañero de trabajo. O, tal vez, es que con los años me estoy volviendo tan perro como todo el mundo dice y ya no me conformo con nada. Sea una cosa, sea la otra o sea un poquito de las tres, lo cierto es que la sensación global que me deja esta última novela es de estancamiento.

Y si sólo fuera eso… pero es que en el camino el lector ve como poco a poco va perdiendo a Brunneti, Vianello o Elettra. Todos han ido dejando su sitio a otros personajes con el mismo nombre, cada día más lejanos, más ajenos. Como Peter Pan (sí, el personaje creado por J. M. Barrie), los personajes de Donna Leon parecen haber perdido su sombra y con ella su esencia, lo que les hacía únicos y entrañables. Aquí, por desgracia, parece que ha sido la propia Wendy la que se ha encargado de quitársela.  

Recuerdo las 10 primeras novelas de la serie como si las hubiese leído ayer. Título, trama e incluso las sensaciones (por vagas que fueran) que en un momento dado pude experimentar durante su lectura. Brunetti me hacía sonreír, preocuparme o incluso experimentar una rabia incontenible ante la injusticia que estaba contemplando. La escenificación perfecta de ese dicho sobre la amistad que dice algo así :
“si ríes, río contigo
Alégrame tu contento,
Lo mismo que sientes siento,
¡y me llamas mal amigo!”

Con el crecía, avanzaba y maduraba. Envidiaba su relación con Paola y quería tener, un día cercano, hijos como Chiara. ¡Ojalá pudiese tener cerca a alguien como Pucetti o la signorina Elettra y no existiesen personajes  como el Vicequestore Patta en el mundo!. Leer a Donna Leon era sentir e identificarse, siempre con ganas de más. Pero ahora todo eso que le caracterizaba parece haberse ido,  ha envejecido y con ello parece haberse resignado. 

No sé cuantos de los que leen este post habrán visto Big, la famosa película ochentera en la que un crío, de la noche a la mañana, veía hecho realidad su deseo de ser adulto (reencarnándose dentro de un todavía joven Tom Hanks). La sensación de libertad que el niño atribuye siempre a la idea de “ser adulto” se va diluyendo y poco a poco, conforme llega la necesidad de afrontar las consecuencias de sus actos y la obligación de asumir sus responsabilidades, la inocencia va dando paso a la madurez.

Como si de una hipotética película llamada “Little” se tratase, da la sensación de que durante los primeros años de la serie Donna Leon disfrutó de la posibilidad de volver a sentirse joven: disfrutando los paseos, la comida, el tiempo, la familia pero también de la lucha, el compromiso y la crítica mordaz. Pero, una vez pasada la euforia inicial y los años iban transcurriendo, da la sensación de que la edad real se ha impuesto y el efecto ha sido qel envejecimiento de su personaje. Sus deseos cotidianos se han ido convirtiendo en los de Brunetti y así este parece querer tranquilidad y poder disfrutar del tiempo que tiene por delante, sin mas. Hoy Brunetti tiene las características de un hombre mucho mayor de lo que, en principio, es y ese desajuste en la pieza que hace girar toda la maquinaria convierte el resto del conjunto en algo disfuncional. Al pararse su protagonista lo hacen también quienes están a su alrededor, que poco a poco van perdiendo su chispa. 

Duele ver como ahora se limita a enunciar ciertas injusticias (por ejemplo, la violencia doméstica), en lugar de (d)enunciarlas. Pesa (y mucho) tener la sensación de que, en cierto modo, ha bajado los brazos (nuevo simil pugilístico, ¡y ya van dos! ¿Será que el deporte (Wimbledon, Eurocopa, Juegos olímpicos…) flota en el ambiente…?) y se limita a amagar y marcar los golpes esperando que al público le valga con eso. Incluso sus finales han cambiado y la amargura que siempre impregnaba esos momentos, justo cuando el sistema fallaba a la hora de perseguir al auténtico responsable, ha dejado de estar ahí. Ahora son complacientes, ligeros, timoratos, lights, y, lo más preocupante, intrascendentes.

 ¿Qué de qué me quejo si ahora al menos el malo  paga por lo que ha hecho? Pues de que no es que el sistema haya mejorado, simplemente es que ella ha dejado de luchar. Ahora la mirada se centra en la mediocridad más próxima, en lo fácil, en el cebo que siempre nos tiran para que piquemos y miremos a otro lado  y no a lo que subyace en el fondo. En “La palabra se hizo carne” hay un asesinato y un (mas que probado) delito sanitario y contra la humanidad y sólo el primero se persigue. El segundo, directamente, se relega al olvido para conseguir una condena por el primero. Cierto que antes, tras una larga investigación, “alguien” o “algo” habría detenido el proceso contra los responsables del segundo caso o, en el mejor de los casos, habría sido condenado un piltrafilla situado en la parte baja de esa particular pirámide alimenticia, pero siempre había esperanza, lucha y una clara intención por mejorar las cosas. Ahora sólo queda resignación. 

Si la literatura se nutre de la realidad, ¿quiere eso decir que lo que la autora está viendo en las calles es que todos hemos tirado la toalla?¿Acaso no hay salida?¿ ahora mismo nos conformamos con las migajas que se nos ofrece, acostumbrados a vivir los tiempos que nos ha tocado y a aguantar con todo lo que nos echen? Por si no fuese de por sí bastante malo tener la sensación de que es así, ahora ya esa realidad se empieza a reflejar en las novelas...

Dicen que el que no se consuela es porque no quiere, y a mí, particularmente, no me gusta terminar los post con una sensación negativa así que aquí va mi particular rayito de esperanza: tú no te habrás dado cuenta pero es posible que hayas leído el primero de mis post en el que una palabra que empieza por “inter” y acaba por “sante”, no haya hecho acto de presencia. ¡¡para que luego digan que los milagros no existen!!, jeje.