domingo, 1 de julio de 2012

La palabra se hizo carne

Debo mucho a Donna Leon, Patricia Cromwell y Henning Mankell. Fue por ellos que se despertó mi interés por la novela negra. Quien hasta entonces sólo leía fantasía y ciencia-ficción se dio cuenta de que ese “otro” género que hasta entonces sólo había rozado de la mano de Dashiell Hammett o de personajes como “Ataud Johnson” y “Sepulturero Jones”, podía ofrecer mucho más de lo que había imaginado. Desde entonces son bastantes las novelas del género que he leído, variando los autores pero procurando mantenerme tan fiel a los que me gustan como las editoriales, las circunstancias y mi economía lo han permitido. 

Del tren  de Cromwell me apeé hace algún tiempo porque me tenía un poco saturado pero siempre reconoceré su mérito, fue ella quien me adentró en de las prácticas forenses y las técnicas de laboratorio. Mankell permanece sagrado aunque mis visitas se han ido espaciando conforme pasaba el tiempo porque a veces (por triste que suene) uno elige dejar de saber para poder seguir viviendo su vida sin miramientos. Su última novela protagonizada por Wallander permanece en la estantería cogiendo polvo simplemente porque, como ya he comentado en alguna otra ocasión, no me atrevo a cogerla. Es “la” despedida y sé que con ella termina una época, no sólo de Mankell también mía y quizá, sólo por eso, espero y aguardo esperando a encontrar el momento en que esté preparado.

En cuanto a Donna Leon…
Donna Leon era la única visita anual obligatoria que tenía puesto en mi calendario. Según iba terminando el año comenzaba a mirar en las páginas de distintas tiendas a la espera del anuncio de su nueva novela. Fiel a su cita, como siempre, a principios de enero aparecía la siguiente y yo acudía fiel a su encuentro. No importaba que fuese la edición normal y no la de bolsillo, a fin de cuentas era Donna Leon… al menos hasta ahora. Este año he alargado el proceso más de lo habitual. Casi medio año de aplazamiento… no podía ser buena señal.

Como pasó con las anteriores entregas he tenido la sensación de que a ésta le faltaba le faltaba punch. Ese que a otros autores parece sobrarles a espuertas estos días. Por ejemplo, un-dos-tres, responda otra vez: Gianrico Carofiglio. 

Lo fácil sería asumir que es muy difícil escribir veintiuna novelas (¡que se dicen pronto!) con un mismo personaje y mantener en todas ellas el mismo nivel pero lo cierto es que, como sucede con cualquier refresco con gas, Donna Leon ha ido perdiendo algo conforme se iban sucediendo sus novelas. 

Habrá quien tras leer esto pensará algo así como ¡*****, si es que la mujer tiene setenta años, ¿qué esperas?! Un argumento que podría ser válido si actualmente no dispusiésemos de ejemplos claros y manifiestos que desvirtúan esa opinión. Por ejemplo, Petros Markais, autor muy comentado en este blog, a pesar de ser también septuagenario ha ido ganando fuerza conforme iban avanzando sus novelas (mayor crítica social, mayor compromiso, mayor lucha…) o Camilleri que no sólo saca diez años a los dos anteriores sino que, encima, compite en volumen de obras con la autora norteamericana…

Entonces, ¿qué? la verdad, no lo sé. Supongo que puede haber explicaciones de todo tipo. Es posible que Leon vea a Brunetti como un instrumento para recaudar los fondos necesarios para llevar a cabo otros proyectos que le apasionen más, de hecho, si no recuerdo mal, en una entrevista de hace mucho  ella misma explicaba que su gran pasión era la ópera y sus librors la forma en que podía permitirse seguir adelante con ese otro proyecto personal. Otra opción, que se puede sumar a la anterior, es que la realidad actual española se asemeja ya tanto a la que ella narra en sus novelas que parte del encanto y misticismo de la mafia, la corrupción y política se han perdido. Han dejado de ser “algo curioso” para convertirse en una narración de la pesadilla cotidiana que puedo contemplar con escuchar la radio, la televisión o a mi compañero de trabajo. O, tal vez, es que con los años me estoy volviendo tan perro como todo el mundo dice y ya no me conformo con nada. Sea una cosa, sea la otra o sea un poquito de las tres, lo cierto es que la sensación global que me deja esta última novela es de estancamiento.

Y si sólo fuera eso… pero es que en el camino el lector ve como poco a poco va perdiendo a Brunneti, Vianello o Elettra. Todos han ido dejando su sitio a otros personajes con el mismo nombre, cada día más lejanos, más ajenos. Como Peter Pan (sí, el personaje creado por J. M. Barrie), los personajes de Donna Leon parecen haber perdido su sombra y con ella su esencia, lo que les hacía únicos y entrañables. Aquí, por desgracia, parece que ha sido la propia Wendy la que se ha encargado de quitársela.  

Recuerdo las 10 primeras novelas de la serie como si las hubiese leído ayer. Título, trama e incluso las sensaciones (por vagas que fueran) que en un momento dado pude experimentar durante su lectura. Brunetti me hacía sonreír, preocuparme o incluso experimentar una rabia incontenible ante la injusticia que estaba contemplando. La escenificación perfecta de ese dicho sobre la amistad que dice algo así :
“si ríes, río contigo
Alégrame tu contento,
Lo mismo que sientes siento,
¡y me llamas mal amigo!”

Con el crecía, avanzaba y maduraba. Envidiaba su relación con Paola y quería tener, un día cercano, hijos como Chiara. ¡Ojalá pudiese tener cerca a alguien como Pucetti o la signorina Elettra y no existiesen personajes  como el Vicequestore Patta en el mundo!. Leer a Donna Leon era sentir e identificarse, siempre con ganas de más. Pero ahora todo eso que le caracterizaba parece haberse ido,  ha envejecido y con ello parece haberse resignado. 

No sé cuantos de los que leen este post habrán visto Big, la famosa película ochentera en la que un crío, de la noche a la mañana, veía hecho realidad su deseo de ser adulto (reencarnándose dentro de un todavía joven Tom Hanks). La sensación de libertad que el niño atribuye siempre a la idea de “ser adulto” se va diluyendo y poco a poco, conforme llega la necesidad de afrontar las consecuencias de sus actos y la obligación de asumir sus responsabilidades, la inocencia va dando paso a la madurez.

Como si de una hipotética película llamada “Little” se tratase, da la sensación de que durante los primeros años de la serie Donna Leon disfrutó de la posibilidad de volver a sentirse joven: disfrutando los paseos, la comida, el tiempo, la familia pero también de la lucha, el compromiso y la crítica mordaz. Pero, una vez pasada la euforia inicial y los años iban transcurriendo, da la sensación de que la edad real se ha impuesto y el efecto ha sido qel envejecimiento de su personaje. Sus deseos cotidianos se han ido convirtiendo en los de Brunetti y así este parece querer tranquilidad y poder disfrutar del tiempo que tiene por delante, sin mas. Hoy Brunetti tiene las características de un hombre mucho mayor de lo que, en principio, es y ese desajuste en la pieza que hace girar toda la maquinaria convierte el resto del conjunto en algo disfuncional. Al pararse su protagonista lo hacen también quienes están a su alrededor, que poco a poco van perdiendo su chispa. 

Duele ver como ahora se limita a enunciar ciertas injusticias (por ejemplo, la violencia doméstica), en lugar de (d)enunciarlas. Pesa (y mucho) tener la sensación de que, en cierto modo, ha bajado los brazos (nuevo simil pugilístico, ¡y ya van dos! ¿Será que el deporte (Wimbledon, Eurocopa, Juegos olímpicos…) flota en el ambiente…?) y se limita a amagar y marcar los golpes esperando que al público le valga con eso. Incluso sus finales han cambiado y la amargura que siempre impregnaba esos momentos, justo cuando el sistema fallaba a la hora de perseguir al auténtico responsable, ha dejado de estar ahí. Ahora son complacientes, ligeros, timoratos, lights, y, lo más preocupante, intrascendentes.

 ¿Qué de qué me quejo si ahora al menos el malo  paga por lo que ha hecho? Pues de que no es que el sistema haya mejorado, simplemente es que ella ha dejado de luchar. Ahora la mirada se centra en la mediocridad más próxima, en lo fácil, en el cebo que siempre nos tiran para que piquemos y miremos a otro lado  y no a lo que subyace en el fondo. En “La palabra se hizo carne” hay un asesinato y un (mas que probado) delito sanitario y contra la humanidad y sólo el primero se persigue. El segundo, directamente, se relega al olvido para conseguir una condena por el primero. Cierto que antes, tras una larga investigación, “alguien” o “algo” habría detenido el proceso contra los responsables del segundo caso o, en el mejor de los casos, habría sido condenado un piltrafilla situado en la parte baja de esa particular pirámide alimenticia, pero siempre había esperanza, lucha y una clara intención por mejorar las cosas. Ahora sólo queda resignación. 

Si la literatura se nutre de la realidad, ¿quiere eso decir que lo que la autora está viendo en las calles es que todos hemos tirado la toalla?¿Acaso no hay salida?¿ ahora mismo nos conformamos con las migajas que se nos ofrece, acostumbrados a vivir los tiempos que nos ha tocado y a aguantar con todo lo que nos echen? Por si no fuese de por sí bastante malo tener la sensación de que es así, ahora ya esa realidad se empieza a reflejar en las novelas...

Dicen que el que no se consuela es porque no quiere, y a mí, particularmente, no me gusta terminar los post con una sensación negativa así que aquí va mi particular rayito de esperanza: tú no te habrás dado cuenta pero es posible que hayas leído el primero de mis post en el que una palabra que empieza por “inter” y acaba por “sante”, no haya hecho acto de presencia. ¡¡para que luego digan que los milagros no existen!!, jeje.

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