domingo, 5 de febrero de 2012

Temor frío

Desde hace unos días le doy vueltas a la definición que Ambrose Bierce dio de la palabra "paz" en su obra "The Devil's dictionary": "En política internacional, época de engaño entre dos épocas de guerra". Y cuanto más pienso en ella más me doy cuenta de que, ironía aparte, Bierce lo que hacía era señalar que, como tal, la paz no existe, convertida en un mero instrumento para acallar al pueblo.

Me pregunto si de vivir en nuestros días el vitriólico escritor americano  habría hecho algún comentario similar sobre las "víctimas" en la sociedad actual. Sobre la forma en que se ha ido produciendo la instrumentalización de todas ellas en pos de otros objetivos. Una mediatización que no sólo se observa en el ámbito político y periodístico, también en el creativo, en  la televisión y la literatura. 

Hoy vende el autor capaz de meterse en "la mente del asesino" para mostrárselo al lector, el policía "en las últimas", el forense y el técnico de laboratorio, el dato huero, frío, esteril. La víctima, si ha sobrevivido, sólo sirve para testificar y facilitar algún dato que oriente la investigación; si ha muerto el receptáculo que contenía su esencia se convierte en un objeto frío e inanimado, un mero objeto de donde extraer datos. Todo se maquilla y se adorna: el Dr. Mallard de NCIS habla con los cuerpos que depositan sobre su mesa, los humaniza (y llena esos silencios de pantalla que, de no ser por eso, podrían resultar un problema); gracias a la Dr. Temperance Brennan o la doctora Megan Hunt "leemos" en los cuerpos y desciframos las huellas que profesiones, hobbies y hábitos han dejado impresas en su organismo; y siempre, al lado de cada uno de ellos, un agente de campo rellena los huecos sobre la personalidad y circunstancias, sólo las que puedan resultar determinantes para esclarecer el caso. Pero...¿dónde queda la víctima?¿quién le da voz?¿y al que sobrevive, por qué no se le muestra más? ¿qué pasa con ellos? el dicho no deja lugar a dudas sobre el muerto,  "al hoyo", pero, ¿qué pasa con el vivo? ¿y su familia y amigos? 

Parece que esas mismas preguntas se las ha planteó en su día Karin Slaughter cuando creaba la primera novela ambientada en Gran County (pueblo/ciudad/región de su invención situado cerca de Atlanta) y coprotagonizada por tres auténticos personajes (en toda lo amplio de la acepción): un jefe de policía (Jeff Tolliver) divorciado, que se crió con un padre alcohólico y maltratador; una forense (Sara Linton), ex mujer del anterior y propietaria de una clínica pediátrica y, por último, la ex ayudante del jefe de policía, Lena Adams, alcohólica (sin ex delante) que trata de recuperarse tras sufrir una monstruosa violación y presenciar la muerte de su hermana gemela.

Con este panorama, con más pinta de película de serie B que pueblan las sobremesas del fin de semana,  "Temor frío" había sido la escogida, a conciencia, como mi víctima propiciatoria. La obra destinada a limpiar mi paladar tras "El camino blanco" de Connolly. La forma de evasión que había elegido para transitar por una semana (y un mes) en el que mi cabeza está (y estará) ocupada en otras cosas. 

Las novelas de más calado, las favoritas y las llamadas a ser apuestas ganadoras quedaban pospuestas durante unos días, dejando paso a las, a priori, novelas menores o a las apuestas más arriesgadas, las que muchas veces acaban siendo saltos sin red.

Pero no hay nada mejor que no esperar algo para que ese "algo" tenga su oportunidad, sobreponiéndose a todos los peros que pesaban  sobre él desde antes de empezar, trastocándolo todo y poniendo todo lo que pensabas o creías patas arriba. A los hechos me remito, esta semana he estado a punto de pasarme "mi" parada en, al menos, dos ocasiones. Las (siempre) odiosas conversaciones de la gente que te rodea en el autobús, las mismas de las que no siempre es posible aislarse, acabaron convertidas en una especie de ruido blanco que me permitía aislarme de lo que estaba pasando. Y, lo más extraño, yo, que tengo la (mala ya sé que muy mala) costumbre no de leer por la calle sin que nunca me haya sucedido nada, he tenido "la inmeeeensa suerte" de pisar dos "regalos dejados ahí por algún perro" (¡¡espero que fuese un perro!!) cuando hasta ahora nunca me había sucedido algo parecido. ¿Tan buena es "Temor frío"? No creo que "buena" sea lo que mejor defina esta novela. Creo que "diferente" y "necesaria" se aproximan más a la realidad.

Karin Slaughter ha optado por escribir una novela centrada en las "víctimas", por contar una historia donde casi todas los personajes que aparecen están marcados de una u otra forma por la violencia. Una violencia entendida (por mí, para este caso en concreto) como episodios concretos, puntuales o reiterados, que han marcado el devenir de quienes la han padecido o sufrido, da igual si de forma directa o indirecta.

Acostumbrado a otro tipo de "víctimas", las de la escritora americana resultan especialmente interesantes y llamativas. No son algo estático puesto sobre una mesa de operaciones, ni cuerpos que aparecen en algún lugar recóndito, ni meras fichas policiales que con cuatro datos resumen todo una vida de experiencias y relaciones. Son seres "reales" que respiran, se relacionan y sufren. Que se levantan cada mañana con el recuerdo de un momento que les robó todo lo que tenían planeado y les obligó a intentar rehacerse, a construir una nueva vida, a vivir con el recuerdo de lo que (les) había pasado. Y, como sucede en la vida, no todos, ni siquiera la gran mayoría, lo consiguen.

No pretendo engañar a nadie. "Temor frío" es una novela cruda, por su realismo, porque su creadora ha optado por hablar de todos, no sólo de los supervivientes, también de los caídos. Habla de víctimas de violación que años más tarde no son capaces de dormir tranquilamente en sus camas o que rehuyen todo contacto físico. De víctimas de maltratos que, a pesar de estar áltamente cualificadas y ser expertas en la materia, siguen con sus parejas. De personas capaces de "intentar" suicidarse para llamar la atención. Y (y sobre todo "y") de quienes rodean a todas estas personas. De los familiares, parejas y amigos de quienes sufren cualquier tipo de violencia, sin importar si es autoinfligida o causada por un tercero. De como las relaciones familiares, que se suponen los lazos más fuertes e indelebles que existen, se rompen y se alteran. Del sentimiento de frustración y futilidad que embarga a quienes ven caer a sus seres queridos y de lo costoso que resulta para todos ellos intentar levantarse. De la facilidad con la que olvidamos que una vida puede cambiar en un instante. 

Es difícil leer la novela y no experimentar distintos tipos de emociones y sentimientos. Es complicado no juzgar algunos comportamientos y no pensar si tú, en esa situación, obrarías de otra forma. Hay personajes que pueden inspirar compasión y de otros te "alegras" de su final (o al menos no lo sientes). Algunos gustan y otros generan repulsión. En ocasiones les entiendes y en otras. Pero son "reales" sufren, sienten, cambian y nos muestran una realidad que no estamos (o al menos yo no estoy) acostumbrado a contemplar.

Todo durante la investigación de una agresión acontecida mientras la policía, a escasa distancia, estudia el lugar donde ha sido hallado un suicida. Un viaje que en ocasiones lleva a los protagonistas a situaciones pretéritas que creían superadas y que otras les enfrenta a una generación (la formada por los nuevos universitarios) que no podría distar más de la suya, aunque apenas medie una década entre ellos.

Protagonistas que calan, incluso los más complejos (como puede ser Lena Adams) dejan huella. Un planteamiento distinto que se sale un poco de lo que se lleva últimamente. Una buena lectura.

Me gustaría terminar con una petición, muy pequeña: si un día ves que por la calle va caminando alguien (da igual si es hombre o mujer) leyendo y crees que no ha visto ese "regalo"  que, quieto en el suelo, espera a ser pisado por el/la incaut@, por favor, no te quedes mirando a ver qué pasa, avísa al pobre lector. Gracias.

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