domingo, 19 de febrero de 2012

Más oscuro que la noche

Los spin-off y los crossover, que tanta vida han dado al mundo del cómic y que ahora empiezan a tener bastante peso específico en el mundo de la televisión no parecen haber encontrado todavía su sitio dentro del mundo literario. 
 
Spin-off (literalmente "salpicadura" o "derivado") se utiliza para las nuevas colecciones/series basadas en (o con un protagonista que surge de) otra. Una escisión de la serie madre que permite seguir con ésta y crear, a partir de ese otro elemento escindido, una serie nueva.

Crossover se utiliza en el mundo de la televisión (sé que en baloncesto, por ejemplo, significa algo totalmente distinto) para referirse a la intervención de uno o varios personajes de una serie en otra.

Es muy difícil encontrar algún ejemplo de ambas figuras en la novela actual. "Por la boca muere el pez" (del que hablé la semana pasada) es, a bote pronto, el único ejemplo que se me ocurre. Hablo de crossover, no de colaboraciones, como las que asiduamente lleva a cabo Clive Cussler a la hora de realizar sus novelas, ni de las ideas y proyectos elaborados por algún escritor famoso (Dan Abnett o Tom Clancy) cuyas secuelas y desarrollos paralelos son llevados a cabo por terceros autores, en uno de los pocos casos de spin off que conozco.

Ajeno a todo esto, o por contra, muy consciente de la problemática que supone el andar intercalando personajes ajenos en las historias propias, Michael Connely parece haber optado por la creación de un universo propio, donde un número significativo de personajes, a priori independientes, en cuanto se  presenta la oportunidad campan a sus anchas por las páginas de las novelas de sus "hermanos" literarios. 

De entre toda la retahíla de sus personajes parece más que evidente que Michael Haller, Terry McCalleb, Jack McEvoy, Rachel Welling y Harry Bosch son los cinco "grandes" protagonistas con los que el prolífico autor norteamericano cuenta como norma fundamental. Bosch, como primogénito que es, parece el destinado a cargar sobre sus hombros con el peso del linaje pero los demás, conforme van pasando los años, van cogiendo un peso y una independencia más que reseñables. Basta con mirar por ejemplo el caso de Michael Haller, hermanastro de Bosch, convertido en figura catódica hace menos de un año con el rostro de Matthew McCounaughey (me reservo el derecho a opinar hasta que haya visto la adaptación de "The lincoln lawyer", "El inocente". Un visionado que, hasta ahora, he postergado).

Estos cinco personajes tan distintos sirven a Connelly para hacerse eco de todo cuanto rodea al mundo del crimen, desde la ardua labor policial del día a día a la altamente cualificada labor del profiler del FBI, pasando, por supuesto, por la presencia constante de los medios de comunicación y, como no, la sempiterna aparición de los abogados. Quizás la única ausencia realmente destacable sea  la práctica forense, por mucho que Teresa Corazón siempre haga acto de aparición cuando de la serie de Bosch se trata.

Imagino que como cualquier otro lector tengo mis favoritos (en mi caso, "mi" favorito), por supuesto. Me encanta Michael Haller y creo (y "Más oscuro que la noche no ha hecho más que ratificar mi opinión) que el entorno donde mejor se mueve (y más me gusta) Connelly es el del "thriller legal", donde la moralidad y la legalidad se confunden y donde los límites se desdibujan. Aunque reconozco, como ya lo hice en un post anterior, que con los años Bosch va cogiendo más peso en mi elección de libros y su camino y el mío se entrecruzan cada vez con mayor frecuencia.

Si hasta ahora las intervenciones de los "invitados" se circunscribían a apariciones puntuales (como suelen ser las del incisivo McEvoy) en "Más oscuro que la noche" nos encontramos con la primera "invasión" en toda regla de un "protagonista invitado" a una novela "hermana", pues aquí, sin grandes alardes pero mucha efectividad, Terry McCalleb, el ex-profiler del FBI, roba el protagonismo a un Harry Bosch inmerso en pleno proceso judicial. Cerca del 65% del peso de la novela recae sobre este brillante ex-agente, ahora retirado y felizmente casado. Mientras Bosch intenta conseguir llevar a buen puerto un juicio de gran repercusión mediática donde se procesa a un importante productor de cine por el asesinato de una joven actriz, McCalleb sale de su retiro para colaborar extraoficialmente con una ayudante del Sheriff de Los Ángeles en su intento por encontrar a un asesino (posiblemente en serie) que mató a un hombre que, seis años atrás, fue sospechoso del asesinato de una prostituta.

"El vuelo del ángel" sirvió a Connelly para mostrar la facilidad con que una persona puede sucumbir a la corrupción, al dinero y al ansia de poder y para hablar de las sospechas de corrupción y abuso de poder  que penden sobre  el cuerpo de policía de Los Ángeles desde que los medios de comunicación locales fueron capaces de sacar a la luz diversas situaciones de abuso que se han ido sucediendo en las últimas tres décadas. En esta nueva entrega nuestras miradas son dirigidas, precisamente, al otro supuesto (igual de extremo y de peligroso), el que se produce cuando quienes deben protegernos, desbordados por el panorama que contemplan cada día, alcanzan tal grado de saturación e impotencia que acaban por erigirse en autoproclamados vengadores de la sociedad,  impartiendo su propia justicia.

Es precisamente el límite entre lo que es legal y válido y lo que no lo es (por mucho que el resultado perseguido sea "algo bueno") sobre lo que trata toda la novela. Terry McCalleb debe averiguar si, como parecen indicar todas las pruebas recogidas hasta la fecha, Bosch ha abandonado los límites fijados por la ley, los mismos que siempre ha respetado aunque cada vez parecen estar más desdibujados. Un tête á tête narrativo entre los que posiblemente sean (junto al ya citado Haller) los dos personajes más carismáticos y atrayentes del universo Connelly. Dos amigos que un caso unió y que ahora, con uno ejerciendo de "juez" y el otro cuestionado como posible "verdugo", pueden ver como sus caminos se separan de forma definitiva.

Sólo un pero, la sensación que me deja la novela de que a partir de un momento muy concreto (cerca de las ultimas 50 páginas) la novela se precipita demasiado rápido hacia su final. Y es que no termino de tener claro si los acontecimientos se fuerzan un poco, por mucho que la explicación final parezca (y es un parezca muy condicionado) valer como justificación para el desarrollo final. 

Lo demás, que es mucho, forma parte de una obra notable, cautivadora y muy entretenida que cuenta con el plus de haber despertado mi curiosidad por la obra de "El Bosco", en concreto su "El jardín de las delicias", que ya he contemplado en un par de ocasiones por internet a la caza de cuantas lechuzas pueda avistar mientras valoraba la obra a través de la  interpretación que se da de su obra en la novela.

Ahora sólo me queda encontrar la oportunidad para acercarme al Museo Nacional del Prado de Madrid para verla en primera persona. Mientras me conformaré con buscar la librería más cercana que tenga un ejemplar de "Deuda de sangre", la novela que sirvió como presentación de Terry McCalleb y que hasta la fecha, cada vez que la he buscado estaba descatalogada.

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