Me gusta Myron Bolitar y
la serie que protagoniza. Posiblemente sea su polaridad, esa capacidad de
mostrar dos caras totalmente distintas en apenas 20 páginas, el profesional
preparado y frío, capaz de manejar las situaciones más complejas, siempre con un
réplica ingeniosa en la punta de la lengua y el treintañero frágil, inseguro y
herido en pleno proceso de maduración.
Frente a otros
protagonistas de la novela actual, con una marcada “misión” en la
vida, Bolitar es un personaje perdido, en reconstrucción, capaz de lo mejor y
de lo peor. Toda la capacidad de la que hace gala como representante de
jugadores o investigador privado queda relegada al olvido cuando se trata de
hacer frente a conflictos personales.
Es en ese contexto en el
que cobran importancia sus dos ángeles de la guarda, Windsor Horne Lockwood III
y Esperanza Díaz. El primero, tiburón de las finanzas, dandy y asesino
profesional, la segunda una exluchadora de wrestling, lesbiana y estudiante de
derecho, que se abre paso en un mundo eminentemente machista.
Si la guardia pretoriana
de los emperadores romanos velaba por su seguridad actuando también como
elemento de control (amenaza), susurrando en su oído la ya celebre “Recuerda,
César, que eres mortal”, los dos colaboradores de Myron Bolitar no son sólo
compañeros de fatigas, también son los encargados de mantenerle “con los
pies en el suelo” y de levantarle (sin un sólo "te lo dije") cuando cae.
Las oportunidades
desaprovechadas y los “regrets” (esa mezcolanza entre la melancolía
por lo perdido y la decepción por el fracaso) son una parte importante del carácter
del protagonista, anclado en un pasado que en ocasiones le alcanza.
Si en “Motivo de
ruptura” era Jessica Culven, el gran amor de su vida, quién irrumpía en escena
poniendo patas arriba su mundo, en “Tiempo muerto” es la
oportunidad de regresar a la liga de baloncesto profesional lo que altera el
frágil equilibrio de su vida.
Para los nostálgicos de
los tiempos pasados, que nos aferramos a los recuerdos buenos, dejando
los malos en un segundo plano, soñando despiertos hasta el punto de alterar por
completo la realidad de lo que “alguna-vez-fue”, ver al pobre Myron
enfrentado a la dura realidad puede ser lo más parecido que encontremos a una catarsis
personal.
Dicen que “cuando los dioses nos quieren castigar, nos conceden nuestros deseos”, ¿será verdad?
Dicen que “cuando los dioses nos quieren castigar, nos conceden nuestros deseos”, ¿será verdad?
Frente a los auténticos
thrillers, con una estructura más clásica, capaces de llevar al lector a un
estado de tensión/espectación que se mantiene durante toda la novela, la obra
de Coben adolece de cierta simpleza y distanciamiento, con tramas
secundarias cuya resolución tiende a agilizar (¿simplificar?) en demasía en pos de un
mayor dinamismo.
Tampoco son propiamente
novelas sociales, por mucho que su autor afirme lo contrario, pues aún cuando muestra algo del submundo que se alimenta de todo lo que mueve el deporte en
Estados Unidos, lo hace de una forma sesgada, carente de la
profundidad que habría sido deseable.
Si un día un autor como
Don Winslow decide realizar un retrato detallista del mundo de las apuestas
ilegales, la mafia y los representantes deportivos, estaremos ante una de las
mejores obras que se hayan escrito (el tema lo merece), pero seguramente acabará
dirigido a un público que busque algo distinto, más próximo al ensayo o al
documental que a la novela al uso.
Las obras de Bolitar
adolecen de muchas cosas, pero son entretenidas, dinámicas y divertidas. Pocos
personajes son tan humanos como el creado por Harlan Coben y prácticamente
ninguno padece la incontinencia verbal y la chulería que caracterizan a este personaje
que habita en la ciudad de Nueva York. Si a eso unimos unas discursiones que van más allá de lo meramente teoríco en materia de legalidad, justicia y moralidad, es normal que sus novelas ocupen una buena posición dentro de ese espacio clasista en que se está convirtiendo mi estantería.