miércoles, 25 de octubre de 2017

La brisca de cinco - Bar Lume, vol. 1




Si tuviese que definirme creo que por desgracia una de las cosas que tendría que afirmar es que soy (me gustaría decir que he sido pero creo que hay momentos en que aún es así) una persona demasiado "firme" en sus ideas, una auténtica mosca cojonera en una discursión, hasta el punto de que alguna de las peloteras domésticas entre mi padre y yo sobre cuestiones de leyes (y otras muchos temas) han debido adquirir dimensiones casi parricidas, si no cómicas.

De él admiro su fé increbrantable en que todo debe ser discutible, no hay elementos ciertos al 100% y, como norma, uno debe ser capaz de cuestionar el proceder de los demás o al menos asumir que todos debemos ser objeto de escrutinio. 

Su caballo de batalla a ultranza es la ley y la forma en que entiende e interpreta la misma no suele coincidir en muchos casos la de jueces, juristas o la mayor parte de la sociedad (hijo incluido).

Mi visión mucho más reducida, sobre todo en la adolescencia (y todo el camino hasta los treinta), defendía que ciertos juicios de valor no merecen consideración por no tener en cuenta todo el conjunto de doctrinas, interpretaciones, valoraciones, y conocimientos leguleyos que el estudio de la carrera y la práctica legal te da.

La defensa (a veces "ciega") del respeto a las Instituciones y de la presunción de proceder inmaculado de las mismas siempre ha chocado con la de un hombre que cree que las instituciones las forman personas y que estás, por definición, no siempre obran de la forma más correcta (sea por mala fé, desconocimiento, ignorancia o error).

La vida demuestra que cosas seguras hay pocas y que los años tienden a dotar de una sabiduría y un "conocimiento" a quienes consiguen sobrellevarlos que los más jóvenes aún no han alcanzado.

Por todo eso, cuando leí el siguiente fragmento en "La Brisca de cinco" no pude más que sonreír.

- Sin duda - intervino Aldo -. En comisaría se realiza la investigación, es verdad, pero aquí se somete a examen de la sociedad civil la actuación de las fuerzas del orden que, en un país democrático, el ciudadano tiene el deber moral de valorar. Esto con el fin de no caer en una indecorosa aceptación servil que, como comprenderá...

Pensé en mi padre (que espero que siga ahí discutiendo y rebatiéndo mucho tiempo aunque no estemos de acuerdo muchas veces), en lo mucho que me habría irritado hace una década esta aseveración y lo poco que hoy me afecta y que hay una parte de mí, cada vez más grande, que asiente ante una aseveración semejante. Todo es objeto de cambio, nos guste o no.

Sigo sin creer que los "enjuicimientos populares" sea algo que se deba a hacer a la ligera (uno de los errores de la sociedad actual es confundir pareceres con fundamentos y el rumor y el corre-ve-y-dile con información veráz) pero creo, como en la frase, que en una democracia real el hecho de poder ser cuestionado y tener que dar información de los cómos y porqués ayuda, no sólo a preservar una buena praxis sino también a entender la forma en que han sucedido las cosas.

Así que a Marco Malvaldi le debo, de entrada, un pequeño viaje retrospectivo y una autocrítica dura en los días posteriores a su lectura, una pequeña reflexión sobre mis defectos y carencias y un reconocimiento tácito a la suerte que he tenido de crecer en el ambiente y con la familia que lo he hecho.

Y, además, me ha hecho sonreír. 

No mucho, porque es ligera y amena pero no tiene ese punto canalla/hilarante que puede tener Julio Muñóz Gijón o ese aire imaginativo/genial que acompaña a Matt Wallace en sus historias, pero lo justo.

Es costumbrista hasta cierto punto. Limitada a un ecosistema muy reducido como es en el fondo un bar, con su barra y las 4 mesas que posee y un grupo de personas mayores jugando a las cartas y dialogando con el camarero/barman/dueño del establecimiento.

Sin sangre, sin violencia, un poco Miss Marple pero sin la tensión que puede poner un efecto sonoro, por eso la denominación de "Cozy Mistery", unido a un toque ingenuo en el punto de partida y una crítica social bastante real tanto al sistema como a "sus salvadores de sobremesa", pero sin conseguir (o logrando evitar) convertirse en una obra más seria de lo que sería deseable, siempre, eso sí, manteniento su honestidad.

Está construida para ser atemporal, a fin de cuentas la gente habla, los rumores y las habladurías forman parte de nuestro día a día, todos tenemos amigos que conocen a alguien al que le dijeron que Fulano el otro día vió como... donde la tecnología, los móviles y los distintos avances no han llegado, no se los espera y aún no son bienvenidos.

De diálogo constante, muy fluida, con una lectura de un par de horas (puede que tres si haces una leve pausa para merendar) pero con un toque amable/agradable que te hace disfrutar de ese ratito lejos de tu cotidianidad pero envuelto por ella, con un protagonista incapaz de poner un café a media tarde porque no es el momento de hacerlo y de discutir con la autoridad porque lo que ve y piensa no casa con la forma en que están construyendo el puzzle de un asesinato.

Con las cartas de fondo (sin tanta presencia como podría deducirse del título pero con un halo inspirador que justifica su uso) y esas tertulias y ratos compartidos mientras se juega con amigos que nos hace retrotraernos a momentos de la infancia, al menos de la mía (con amigos que no siempre siguen formando parte de tu vida, en un momento en que pensabas que todo iba a ser mucho más fácil, con un parque de fondo que perteneció a gente que ya no está porque la vida tiene esas cosas y a todos nos llega nuestro momento).

De Malvaldi (casi mejor, "A Malvaldi") le debo tres horas de recuerdo y nostalgia, con sonrisas que me ha generado leer su obra aúnque no tan sólo lo que leía, con un personaje agradable, entendible y hasta asumible (quizás reflejo de alguien que no me importaría haber sido pero que sé que nunca seré), de diálogos punzantes, con el equilibrio justo de crítica y honestidad, con cierto amor familiar y algo de humor, con personas mayores que se comportan como tal aunque quizás lo que el autor escriba no siempre sea "lo correcto" y relaciones laborales bastante sanas, donde la resuesta ácida y ciertos diálogos hacen envidiar que la ficción no siempre sea "lo real". 

Creo que "La brisca de cinco" es, como mínimo un "está bien" para cualquiera, amena, ligera, inócua, inocente pero con un puntito ácido que se agradece, inteligente si eres honesto con lo que lees y posiblemente infravalorada en según que momentos, pero reconozco que es posible que para amantes de otros autores italianos como Carofiglio, Camilleri o incluso Donna Leon, le falte algo.

Para mí es un "Me gusta" porque me ha dado algo que no esperaba y que atesoro, en una lectura subjetiva que entiendo que no tiene porque ser así para los demás. 

Soy consciente de que no es un novelón y asumo que no es una lectura que haré por volver a tener en mis manos pero sí que leeré otras de la serie, simplemente para disfrutar del placer de un pequeño remanso de tranquilidad y una lectura agradable, aunque no logre alcanzar ese puntito interior al que ha llegado la primera entrega.

Valoración: me ha gustado.

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