Voy a escribir este post porque
se me acumulan los libros que tengo que comentar y el tiempo pasa sin saber muy
bien cuál tratar primero y cómo hacerlo.
“Sangre dorada” es la tercera
novela de la serie sobre los “violetas” creada por Stephen Woodworth. Una serie
que va de más a menos, o al menos esa es mi sensación.
La pérdida de intensidad en la
serie sucede también en las novelas, con una puesta en escena siempre vibrante
y una apuesta inicial interesante que luego el autor no termina de rematar como
debe. No porque la historia pierda consistencia o porque deje flecos sino
porque el desarrollo en sí parece liviano, hasta cierto punto precipitado.
No es la primera vez que al leer
en la novela anterior el primer capítulo de la siguiente se desatan mis ganas
por leerla porque si algo tiene Woodworth es que sus tramas no se repiten. Dentro
de las posibilidades que ofrece “el universo violeta” siempre parece encontrar
una variante para llevar a cabo una nueva novela distinta a las anteriores. Y
eso tiene mucho mérito.
Pero conforme avanza la trama te
das cuenta de que la novela se va enfriando,
que lo que podría haber sido nunca llega a realizarse y que todo se queda
siempre a medias.
Pasa con sus personajes, que
siempre se quedan a medio esbozar y pasa con su protagonista, que sigue con los
mismos quebraderos de siempre.
En las ocasiones en las que me he
parado a pensar un poco en el tema siempre llego a la conclusión de que la
complejidad de las premisas de las que parte la serie condicionan mucho el
desarrollo de la novela y dificultan un desarrollo elaborado por las posibles
incongruencias e inconsistencias que pueden resultar. Sin embargo, como lector,
eso no me sirve de excusa, al menos no a la hora de valorar la novela.
Una premisa, por original que
pueda ser (y en este caso lo es) no sirve para encumbrar una obra si no es bien
desarrollada, si no explota todo su potencial y Woodworth no suele hacerlo. Infinidad
de variantes sin explorar, personajes poco desarrollados y, hasta cierto punto,
una trama simplificada para minimizar los fallos no me permiten considerar esta
novela como algo notable.
Sí que es una novela cómoda, de
lectura sencilla y sin grandes compromisos que procura una buena distracción. Eso
sí, sin la tensión y la emoción que había en las novelas anteriores, más en la
primera que en la segunda (todo sea dicho).
Natalie Lindstrom sigue pasando
ante nuestros ojos sin dejar mucho rastro, es más la curiosidad por todo lo que
queda por mostrar de “su universo” que lo curiosidad que ella pueda despertar. Y
eso que ella es la única protagonista real de la novela.
El resto de personajes se quedan
en “agua de borrajas” estereotipos circunscritos a roles muy definidos con muy
poca sorpresa en el camino.
Una pena porque era una de esas
novelas que esperaba con ganas, convencido de que esta vez iba a ser todo un
pelotazo.
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