jueves, 27 de marzo de 2014

Las cuatro plumas


Desde que vi la versión protagonizada por Heath Ledger de esta obra de A. E. W. Mason, quise leerla.

Esperaba algo fabuloso, quizá fastuoso. Una gran novela de aventuras con héroe conquistador, determinado, arrojado, valiente, dispuesto a cualquier cosa con tal de redimirse ante la persona a la que amaba.

No recordaba muy bien qué le motivaba, que llevaba al personaje de Ledger (Harry Feversham) a correr semejantes peligros pero sabía que merecía la pena. 

Con el tiempo casi nada de la película permanecía en mi memoria, sólo un ligero recuerdo y esa impresión de “algo épico” que me quedó tras su primer visionado. Por eso, cuando por fin pude encontrar un hueco no dudé.

Mi primera sensación fue de desilusión. Los parajes y las imágenes de la producción cinematográfica evocan algo único, el desierto, las dunas, la lucha por la supervivencia… un conjunto de sensaciones que con un par de imágenes es posible transmitir a cualquier espectador iniciado en el tema. En papel la cosa se vuelve más fatigosa, hasta cierto punto engorrosa. Las descripciones de la novela son largas, lentas, sin demasiada descripción pero carentes de gancho. Hasta el punto de que la ubicación de la trama queda reducida a un segundo (incluso tercer plano) pero las palabras ralentizan la lectura.
La acción es casi inexistente, quedando la “valentía”, “el arrojo” y el “heroísmo” más implícito que lo que sería de desear para cualquier lector ansioso por una buena decarga de adrenalina.

“Las cuatro plumas” de Mason guarda más similitudes con “Orgullo y prejuicio” que con la serie del “Ketty Jay” escrita por Chris Wooding. Es mucho más intimista y recogida, circunscrita a emociones y luchas internas que a grandes confrontaciones  y alardes físicos. 

Las gestas de los personajes quedan reducidas a descripciones breves, casi reseñas, de momentos puntuales, lejos de las disputas épicas, los tiroteos incansables y las persecuciones trepidantes que uno podría estirar.

“Las cuatro plumas” es, más bien, una lectura intimista y recogida, que nos acerca a la figura de Harry Faversham, un joven atormentado que superado por el miedo al fracaso y a ser un cobarde acaba renunciando al ejército, sin darse que ese mismo acto le ocasionará todas las consecuencias que temía precipitar con su posible “cobardía”.

Durante la narración asistimos a su lucha por demostrar que lo acontecido no es reflejo de su yo interior sino una consecuencia inevitable del miedo al fracaso, de la falta de amor propio y de las expectativas que el joven veía depositadas sobre sus espaldas.

La narración no se detiene en él. Al no estar narrada en primera persona, su lucha y sus disputas se ven a través de los ojos de los demás personajes de la trama: Ethne (la joven con quien estaba prometido) y Jack Durrance (su gran amigo).

A pesar de que en algún momento su lectura me ha parecido algo fría, de que no ha sido la “gran novela de aventuras” que esperaba y de no que hay una parte del personaje de Jack Durrance que no termino de entender por completo, el libro me ha gustado bastante. Quizás influenciado por el momento personal que atravesaba, quizás condicionado por cierta tendencia a disfrutar con tramas de redención y encuentro personal.

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