Desde que vi la versión
protagonizada por Heath Ledger de esta obra de A. E. W. Mason, quise leerla.
Esperaba algo fabuloso, quizá
fastuoso. Una gran novela de aventuras con héroe conquistador, determinado,
arrojado, valiente, dispuesto a cualquier cosa con tal de redimirse ante la
persona a la que amaba.
No recordaba muy bien qué le
motivaba, que llevaba al personaje de Ledger (Harry Feversham) a correr
semejantes peligros pero sabía que merecía la pena.
Con el tiempo casi nada de la película
permanecía en mi memoria, sólo un ligero recuerdo y esa impresión de “algo épico”
que me quedó tras su primer visionado. Por eso, cuando por fin pude encontrar
un hueco no dudé.
Mi primera sensación fue de
desilusión. Los parajes y las imágenes de la producción cinematográfica evocan
algo único, el desierto, las dunas, la lucha por la supervivencia… un conjunto
de sensaciones que con un par de imágenes es posible transmitir a cualquier
espectador iniciado en el tema. En papel la cosa se vuelve más fatigosa, hasta
cierto punto engorrosa. Las descripciones de la novela son largas, lentas, sin
demasiada descripción pero carentes de gancho. Hasta el punto de que la ubicación
de la trama queda reducida a un segundo (incluso tercer plano) pero las
palabras ralentizan la lectura.
La acción es casi inexistente,
quedando la “valentía”, “el arrojo” y el “heroísmo” más implícito que lo que
sería de desear para cualquier lector ansioso por una buena decarga de
adrenalina.
“Las cuatro plumas” de Mason
guarda más similitudes con “Orgullo y prejuicio” que con la serie del “Ketty
Jay” escrita por Chris Wooding. Es mucho más intimista y recogida, circunscrita
a emociones y luchas internas que a grandes confrontaciones y alardes físicos.
Las gestas de los personajes quedan reducidas a descripciones breves,
casi reseñas, de momentos puntuales, lejos de las disputas épicas, los tiroteos
incansables y las persecuciones trepidantes que uno podría estirar.
“Las cuatro plumas” es, más bien,
una lectura intimista y recogida, que nos acerca a la figura de Harry Faversham,
un joven atormentado que superado por el miedo al fracaso y a ser un cobarde
acaba renunciando al ejército, sin darse que ese mismo acto le ocasionará todas
las consecuencias que temía precipitar con su posible “cobardía”.
Durante la narración asistimos a
su lucha por demostrar que lo acontecido no es reflejo de su yo interior sino
una consecuencia inevitable del miedo al fracaso, de la falta de amor propio y
de las expectativas que el joven veía depositadas sobre sus espaldas.
La narración no se detiene en él.
Al no estar narrada en primera persona, su lucha y sus disputas se ven a través
de los ojos de los demás personajes de la trama: Ethne (la joven con quien
estaba prometido) y Jack Durrance (su gran amigo).
A pesar de que en algún momento
su lectura me ha parecido algo fría, de que no ha sido la “gran novela de
aventuras” que esperaba y de no que hay una parte del personaje de Jack
Durrance que no termino de entender por completo, el libro me ha gustado
bastante. Quizás influenciado por el momento personal que atravesaba, quizás
condicionado por cierta tendencia a disfrutar con tramas de redención y
encuentro personal.
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