sábado, 17 de septiembre de 2011

Hora cero en Phnom Penh

Pasan los días (ya son cuatro) desde que acabé "Hora cero en Phnom Penh" y todavía me pregunto cuánto del pero que le pongo al libro es culpa del autor, cuanto de la editorial y cuanto mío.

Me pasa siempre que leo una novela que en un momento dado me lleva al equívoco. Tengo la certeza de que hay una parte que no es responsabilidad mía. Es la confusión formal, la que se origina cuando dentro de la novela se pasa del punto de vista de un personaje, normalmente Vicent Calvino, a cualquier otro: Pratt, Shaw, etc... en casi todos estos saltos no hay ningún elemento que marque esa transición. Ni un espacio mayor entre párrafos, ni uno de esos característicios símbolos que incorporan algunos libros para marcar saltos espaciales o temporales. ¿Decisión del escritor? ¿error de la editorial al preparar el libro? no importa quién es el culpable, es un error, pequeño, es cierto, pero crea cierta inseguridad en el lector que, en algún momento atribuye a un personaje comportamientos que no son suyos y genera cierta inseguridad ante lo que se está leyendo.

El otro elemento que genera confusión es el propio Calvino. Un buen personaje que, tras investigar por la red muchos asocian a Hammett y Chandler pero que a mí, por momentos, me hace añorar a Fabio Montale (y eso, para mí son palabras mayores).

Triste, gris, consumido por la realidad que contempla, un mundo totalmente distinto al occidental, lleno de miseria, dejado de la mano de Dios. Un personaje que sufre incluso cuando encuentra el amor, temeroso de que el objeto de su pasión esté implicada en una red de tráfico de joyas y asesinatos. Pero por momentos un personaje poco definido, confuso, que hasta la mitad de la novela no termina de dejar claro si sabe lo que realmente está pasando. Del texto, que refleja sus pensamientos, se deduce que sí, sus acciones no lo dejan nada claro.

Una indefinición que le resta credibilidad a una novela que, de no se por eso, habría sido una muy buena novela, donde un encargo para encontrar a una persona acaba situándo a Calvino en medio de una investigación policial a gran escala que busca desmantelar una organización internacional con fuertes conexiones en distintos estamentos políticos en Asia.

Dura, crítica y realista, suple cierta inconsistencia de su trama y ese tufo  demasiado existencialista que desprenden varios de sus personajes, con una descripción de la situación que atravesó (que muy probablemente todavía atraviesa) Camboya.

Una exposición honesta y concreta de lo que sucede cuando las cámaras de televisión y los reporteros abandonan los países del tercer mundo. La narración de lo que sucede una vez que algún gran lider político sale a una rueda de prensa para señalar como la labor de las grandes democracias occidentales han terminado su labor de implantación de la democracia en un país del tercer mundo.

Mientras ellos celebran una intervención que les ha reportado infinidad de beneficios económicos y comerciales y nosotros nos sentamos en nuestros sofás con la "conciencia tranquila" de que hemos contrubuido de alguna forma a hacer de este "un mundo mejor", en esas partes del mundo a las que nadie quiere mirar, la gente de la calle se sumerge aún más en la miseria, cambiando, simplemente,  el objeto de su miedo. Ya no está Pol Pot, pero los jémeres siguen ahí y además, ahora, aparecen nuevos peligros, occidentales dispuestos a aprovechar la precaria situación de la zona y miembros de las (presuntas) fuerzas del orden que se convierten en la fuente de los abusos que estaban llamados a evitar.

Como novela negra la obra de Christopher G. Moore flojea por momentos, pero como crónica de sociedad, como crítica social, no tiene precio. Si convertimos Phnom Penh en el personaje central de la trama, dejando a Calvino de lado y centramos nuestra atención en los personajes más secundarios de la trama, descubrimos una obra que discurre entre la difusa línea que separa la novela social de la costumbrista.

A través de Thu (la avejentada prostituta vietnamita), Carole Summerhill-Jones (intrépida periodista que al mirar el mundo a través de su cámara de fotos pierde la noción de lo que está viendo en pos del reconocimiento mundial), la doctora Verónica y el sargento  de la UNTAC Shaw, podemos empezar a comprender la magnitud de la tragedia que se vive en estos países.

Me cuesta creer que ninguno de los insufribles aforismos de Calvino vayan a permanecer en mi recuerdo. Estoy seguro de que la trama, como muchos de sus personajes, caeran en el olvido, cubiertos por capas y capas de novelas e historias que tengo pendientes de lectura. Pero me gustaría creer (necesito creer) que ese poso de tristeza, esa sensación de desaliento que me ha dejado la novela, permaneceran y me llevará a cuestionarme muchas de las cosas que veo en las noticias todos los días.  Que la próxima vez no desviaré mi mirada a la realidad que no me gusta e intentaré hacer algo para cambiarlo. Tal vez así  mi indiferencia hacia lo que pasa en otros lugares será cada vez menor y la próxima vez que me queje por "lo que me falta" piense en "lo mucho que tengo".

Si algo espero recordar es esa pequeña lección que la doctora Verónica da a Vincent Calvino en el hospital, reflexionando sobre el bien, el mal y lo relativos que son ambos conceptos en función de la situación que nos ha tocado vivir a cada uno. Como bien expone Moore por boca de la doctora, es muy sencillo hablar en términos absolutos cuando uno posee todo, cuando es un privilegiado, ¿pero qué pasa cuando no es así?¿qué sentido tienen la moral, la ética y los límites morales cuando uno se muere de hambre y teme por los suyos?¿es correcto "crear" guerras por motivos económicos acosta de la infinidad de vidas humanas que se van a perder, no sólo durante el conflicto, sino también después de él?

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