domingo, 16 de febrero de 2014

El detective moribundo

Comienzo este post convencido de que no voy a hacer justicia a la novela con mis comentarios. Que lo que diga (y las comparaciones que haga) llevará a más de uno a error. Así que este post posiblemente aleje a a lectores potenciales de su novela, por lo que pido perdón al Sr. Persson. Pues a mí su novela me ha gustado mucho.

El problema de "El detective moribundo" es que es muy difícil de etiquetar. Es novela sueca, muy nórdica, por su sobriedad, por la forma en que está escrita y por su temática (pederastia, abusos de menores, etc...) pero no por otros factores (climatología, carácter de la población, etc...) porque realmente apenas se observa el comportamiento social, sólo el de un grupo muy reducido de personas.

Es novela negra pero casi más de las escritas por Arthur Conan Doyle que por la de los autores mas modernos. Es una obra de conversaciones, de pequeños interrogatorios, de revisión de documentos y archivos, de sensaciones e intuiciones y no tanto de procedimiento policial. Ni laboratorios, ni técnicas raras, ni...

No hay acción. Al menos no a nivel físico. Pero sí a nivel interno porque lo que si podemos ver es cómo cambia la vida de todos los personajes que intervienen en función de la evolución de los hechos. Tanto en lo que respecta al estado de salud del protagonista (Lars Martín Johansson) como el de la investigación de violación y asesinato de una niña.

No es una novela sensiblona pero sí mueve algo dentro de quien la lee. Al menos sí lo ha hecho dentro de mí. Porque el maltrato y los abusos (de todo tipo) a los menores tiene un peso muy importante dentro de la novela y el panorama que pinta (prácticamente a nivel mundial) es muy desagradable, porque casi todos los personajes que intervienen se mueven condicionados por hechos con los que cualquiera puede identificarse y porque, sin quererlo, uno acaba cogiendo cariño al ex-Jefe Johansson, a pesar de todas sus manías, refunfuños y comportamientos.

No es una novela estática, a pesar de lo poco que se puede mover su protagonista, casi siempre dispuesto en una cama o en un sofá. Durante la narración visitamos el sudeste asiático, parte de las antigua URSS y distintas zonas de Suecia.

Pero al decir esto último algún lector (a mí al menos me ha venido a la cabeza) puede pensar en Lincoln Rhyme, el tetraplégico que protagoniza las novelas de Jeffery Deaver. Sería un error. Las novelas de este último son procedimentales, dinámicas y, por qué no decirlo también, tramposas. En la de Persson nada de eso sucede. Aquí el protagonismo único lo tiene Johansson, frente a la serie de Deaver donde la presencia de  Amelia Sachs permite muchísimo movimiento, similar a las de cualquier otra novela.

Es una novela fría y dura. Por la temática, por el planteamiento y porque son pocos los sentimientos que afloran de sus páginas y, los que lo hacen, son más bien de la zona más oscura (venganza, vergüenza, pesar, pena). 

No hay apenas romanticismo, al menos no el ñoño al que estamos acostumbrados habitualmente y sí mucho realismo (lo efímero de la vida, la dureza de la vida de muchas personas, la crudeza de las relaciones personales, la costumbre como elemento rector de nuestras vidas...).

Y casi no hay tensión. Esto no es un thriller.

¿Entonces?

Esa es la pregunta.

Para mí es una novel intimista, dura y sincera que explora algunas de las rincones más ocultos de la naturaleza humana. Nos pone en la piel de distintas personas que han sufrido distintas clases de violencia y miedo y nos permite explorar sus comportamientos y los distintos elementos que los justifican. Todo enmarcado en una de las sociedades más democráticas del mundo.

Para mí hay tres temas fundamentales, dos de ellos enraizados entre sí.

El primero y más evidente, la vida. Su brevedad y la forma en que elegimos vivirla. Si con plenitud, intentando hacer lo que nos gusta y nos hace felices (aunque con eso la acortemos) o con pausa y sosiego, midiendo cada paso y calibrando posibles consecuencias para nuestra salud y para la de quienes nos quieren.

La segunda cuestión es la aprobación en Suecia de una normativa que fija la prescripción de los delitos de sangre anteriores a una fecha determinada. Una medida que crea una desigualdad evidente entre el asesinato de Olof Palmer y el de, por ejemplo, una niña que ocurrió apenas unas semanas antes del de el Primer Ministro.

Y, como consecuencia de esta segunda cuestión, la tercera. Si a la sociedad le privamos del derecho a obtener una satisfacción en forma de castigo sobre un delincuente, si a una víctima le quitamos la posibilidad de ver como se castiga al criminal, ¿cómo se va a comportar?¿qué le queda a quien sabe/descubre que otra persona fue la responsable de una muerte atroz?¿qué le queda a la familia de la victima?¿qué es lo que buscan?¿seremos capaces de condenar y castigar cualquier comportamiento posterior que las víctimas lleven a cabo contra el "agresor"?

Sobre el papel, la respuesta a casi todas estas preguntas resulta sencilla. Todos tenemos opiniones, las damos por seguras y apenas dedicamos tiempo a reflexionar sobre ellas "cargados de razón" pero, ¿realmente son posturas tan inamovibles?¿está todo tan claro?

Yo no lo tengo claro. La verdad y eso que hace unos años habría dicho que sí sin dudar. Imagino que parte de ese cambio se lo debo a la vida y a ir haciéndome mayor (con la consiguiente acumulación de experiencias personales) pero creo que otra parte de "culpa", y bastante importante,  la tiene Leif. G. W. Persson y la forma en que está escrita esta novela.


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