Cogí “Orgullo y prejuicio” con
algo de miedo. Con la sensación de que me iba a adentrar en un tiempo pretérito
dominado por polvos de talco y miriñaques, lenguaje ampuloso e imposturas. Esa
sensación que me acompaña cuando pienso que voy a sumergirme “en una novela de
época”, en un tiempo pretérito, y el miedo se apodera de mí y hace que tema el
término “clásico” que siempre acompaña algunas novelas.
Nada más lejos de la realidad. La obra de Jane Austin es
cualquier cosa menos arrogante.
Su lenguaje es suave y coloquial,
su lectura sencilla y su trama tiene gancho. Los amantes de los melodramas
latinos y las telenovelas sensacionalistas pensarán que le falta gancho, que no
tiene fuerza. Para mí, que no soy muy dado a esas cosas pero sí al romanticismo
sencillo, es una obra interesante, sorprendente y muy entretenida tejida entre
mal(y sobre)entendidos erróneos, en presunciones marcadas por los prejuicios,
la lucha de clases y el miedo a que dirán.
Los personajes “de época” con las
señoronas (requete)sabiondas buscando el mejor partido para su hija es algo que
me revienta, igual que las cazafortunas y las “damiselas en apuros”,
afortunadamente Austin debía pensar lo mismo que yo y relega todos esos
personajes a un segundo plano, dejando la trama principal a Elizabeth Bennet,
una chica/mujer “moderna” dentro de su época, hasta cierto punto contemporánea, activa sin caer en el
feminismo recalcitrante y a un Darcy que crece con la novela, conforme sus
actos contradicen sus palabras y sus acciones acaban con nuestros recelos.
“Orgullo y prejuicio” es
precisamente eso, un tratado narrativo sobre lo malo y contraproducente que
puede llegar a ser nuestra propia cabeza, cuando los miedos y los desvelos,
nuestras inseguridades y dudas toman el control. Cuando uno deja de ver la
realidad y se limita a interpretarla sin darse cuenta de que lo que está aconteciendo.
También habla de redención, de
lucha, de familia, de cariño y de amor pero, lo más importante, de respeto. Del
que uno se gana con su forma de proceder, no por su cuna, nacimiento o posición
social.
Odio las sociedades clasistas,
los status quo y las situaciones inamovibles. A aquellos que cuando miran al
prójimo ven una situación inamovible y dejan de luchar y a quienes no entienden
que a veces uno tiene que enfrentarse a la situación que tiene enfrente, no
resignarse. Quizás por eso Darcy y Elizabeth, me han encantado. Precisamente en
ese orden aún cuando él no es el protagonista de la novela pues toda cuanto
acontece se muestra desde la perspectiva de ella. Sin embargo es él,
Fitzwilliam Darcy quien desde el primer momento hace frente a una situación que
le impide alcanzar sus sueños, quien decide plantar cara a una situación que no
le permite ser feliz.
En los intercambios verbales
entre los protagonistas (porque para que fuesen diálogos habría sido necesario
que se escuchasen), en sus desencuentros, en sus luchas por dejar sentadas sus
bases y sus principios he encontrado sinceridad y normalidad, incluso
cotidianidad (a pesar de que la obra sea de finales del siglo XVIII) y eso me
ha gustado.
No creí poder encontrar
“redención” en una novela que tiene más de 200 años pero en la obra de Austin
la he hallado. Por momentos arrancó mi sonrisa e incluso me hizo temer que el
final no fuese a ser de mi agrado pero lo fue y, lo que es más importante, la
obra lo alcanza con naturalidad, sin imposturas, sin frases hechas ni guiños
recurrentes.
Estoy seguro de que hay obras
mejor narradas, que hay tramas más elaboradas y autores con una mayor capacidad
para plasmas ambientes y costumbres pero pocas me han llegado tanto como esta
novela, sencilla en su forma y con un fondo sorprendente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario