lunes, 14 de octubre de 2013

Orgullo y prejuicio

Cogí “Orgullo y prejuicio” con algo de miedo. Con la sensación de que me iba a adentrar en un tiempo pretérito dominado por polvos de talco y miriñaques, lenguaje ampuloso e imposturas. Esa sensación que me acompaña cuando pienso que voy a sumergirme “en una novela de época”, en un tiempo pretérito, y el miedo se apodera de mí y hace que tema el término “clásico” que siempre acompaña algunas novelas.

Nada más lejos de la realidad.  La obra de Jane Austin es cualquier cosa menos arrogante. 

Su lenguaje es suave y coloquial, su lectura sencilla y su trama tiene gancho. Los amantes de los melodramas latinos y las telenovelas sensacionalistas pensarán que le falta gancho, que no tiene fuerza. Para mí, que no soy muy dado a esas cosas pero sí al romanticismo sencillo, es una obra interesante, sorprendente y muy entretenida tejida entre mal(y sobre)entendidos erróneos, en presunciones marcadas por los prejuicios, la lucha de clases y el miedo a que dirán.

Los personajes “de época” con las señoronas (requete)sabiondas buscando el mejor partido para su hija es algo que me revienta, igual que las cazafortunas y las “damiselas en apuros”, afortunadamente Austin debía pensar lo mismo que yo y relega todos esos personajes a un segundo plano, dejando la trama principal a Elizabeth Bennet, una chica/mujer “moderna” dentro de su época, hasta cierto punto contemporánea, activa sin caer en el feminismo recalcitrante y a un Darcy que crece con la novela, conforme sus actos contradicen sus palabras y sus acciones acaban con nuestros recelos.

“Orgullo y prejuicio” es precisamente eso, un tratado narrativo sobre lo malo y contraproducente que puede llegar a ser nuestra propia cabeza, cuando los miedos y los desvelos, nuestras inseguridades y dudas toman el control. Cuando uno deja de ver la realidad y se limita a interpretarla sin darse cuenta de que lo que está aconteciendo.

También habla de redención, de lucha, de familia, de cariño y de amor pero, lo más importante, de respeto. Del que uno se gana con su forma de proceder, no por su cuna, nacimiento o posición social. 

Odio las sociedades clasistas, los status quo y las situaciones inamovibles. A aquellos que cuando miran al prójimo ven una situación inamovible y dejan de luchar y a quienes no entienden que a veces uno tiene que enfrentarse a la situación que tiene enfrente, no resignarse. Quizás por eso Darcy y Elizabeth, me han encantado. Precisamente en ese orden aún cuando él no es el  protagonista de la novela pues toda cuanto acontece se muestra desde la perspectiva de ella. Sin embargo es él, Fitzwilliam Darcy quien desde el primer momento hace frente a una situación que le impide alcanzar sus sueños, quien decide plantar cara a una situación que no le permite ser feliz.

En los intercambios verbales entre los protagonistas (porque para que fuesen diálogos habría sido necesario que se escuchasen), en sus desencuentros, en sus luchas por dejar sentadas sus bases y sus principios he encontrado sinceridad y normalidad, incluso cotidianidad (a pesar de que la obra sea de finales del siglo XVIII) y eso me ha gustado.

No creí poder encontrar “redención” en una novela que tiene más de 200 años pero en la obra de Austin la he hallado. Por momentos arrancó mi sonrisa e incluso me hizo temer que el final no fuese a ser de mi agrado pero lo fue y, lo que es más importante, la obra lo alcanza con naturalidad, sin imposturas, sin frases hechas ni guiños recurrentes.

Estoy seguro de que hay obras mejor narradas, que hay tramas más elaboradas y autores con una mayor capacidad para plasmas ambientes y costumbres pero pocas me han llegado tanto como esta novela, sencilla en su forma y con un fondo sorprendente.

No hay comentarios: