“Child of fire” fue una promesa, por
desgracia una que no se ha llegado a materializar. Todo lo que destacó en ella
sigue ahí en esta segunda entrega pero sin la novedad del debut y sin algo
realmente nuevo que llevarse a la boca, lo que entonces fue notable ahora
apenas llega al suficiente.
Ray Lilly, el paria callejero que
debutaba en las páginas de aquella sigue siendo el mismo en esta segunda
entrega. Algo que, en principio, debería ser bueno porque si entonces
funcionaba lo normal es que ahora también lo hiciese pero la realidad es que,
de repente, por momentos, deja de ser creíble.
Tras todo lo ocurrido en la
primera novela su blandura moral debería haber cambiado en algo. Resulta difícil
creer que alguien que ha pasado por todo lo que ha pasado él se pueda permitir
el lujo de seguir siendo tan naive,
tan inocentón. Que un personaje no cambie ante los sucesos acaecidos durante
una narración que sucede en muy poco tiempo es creíble. Sin margen para
reflexionar uno sigue los mismos principios e ideales que siempre le han
marcado pero, pasados unos meses, asimilada la experiencia y habiendo
confrontado la situación (sobre todo cuando se supone que te ha dejado muy
marcado) lo normal es que “algo”, por pequeño que sea, haya cambiado. El
problema es que para él (para su autor) no ha sido así. Ante las mismas
situaciones, las mismas reacciones. ¿creíble?¿suficiente?
La situación de su protagonista
se traslada a los demás ámbitos de la novela.
Cambia el paisaje (cambiamos un pueblo por otro, una región inhóspita
por otra más rural, gente taciturna con muchos secretos a sus espaldas por
otros sociables y temerosos de lo que está sucediendo, pero los comportamientos
y las situaciones, salvo contadas ocasiones, permanecen.
Sí, hay algo más de información
sobre la sociedad “Twenty Palace”, sobre los “predators” y sobre la magia… pero
no mucho más y metido un poco con calzador. Seguimos sin tener claro las reglas
del juego, qué mueve a cada uno y lo único que se atisban son sombras un poco
más definidas que antes, pero sombras, al fin y al cabo. Como en las últimas
series de televisión con J.J. Abrams como productor (dicese Alcatraz) donde
todo son nuevas preguntas y las respuestas brillan por su ausencia.
Magia nueva casi no hay.
Misterios resueltos, tampoco. Ni siquiera algo nuevo sobre el “ghost knive” que
tanto apunta y del que nada se concreta. Y Annalise también brilla por su
ausencia.
Un comienzo interesante que poco
a poco va perdiendo fuerza hasta retomar un poco el ritmo y la senda de la
predecesora y sólo un pequeño repunte al final, tampoco nada del otro mundo,
que permite a Harry Connolly salvar un poco los muebles y dejar alguna
esperanza intacta para la tercera novela. Diría que no cuento más para no
reventar la novela pero lo cierto es que hay poco mas.
Un poco escaso para las
esperanzas que despertó la primera entrega y, lo que es peor, la sensación de
que estamos ante uno de esos temidos “he dado lo que he podido en la primera
entrega y ahora ya no sé cómo seguir” o “si esto funciona porqué me voy a complicar
mucho la vida. De momento sigo con lo mismo y luego ya veremos…”.
Yo me quedo con la misma cara que
el niño que tiene un globo de colores
bonito e interesante en su mano y que de repente ve como el ******** de turno
viene y se lo pincha. Una pena.
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