domingo, 18 de noviembre de 2012

Ojo de drágon

Tenía previsto empezar este post hablando de Ícaro, el hijo de Dédalo, que si no me falla la memoria fue el constructor del laberinto del minotauro  para ejemplificar/comparar con lo que me había sucedido leyendo "Ojo de dragón" pero anoche, justo cuando me acostaba, me di cuenta de que la historia de Ícaro habla, fundamentalmente, de la soberbia del ser humano y de lo rápido que pasamos de un extremo a otro olvidando nuestro pasado y ese no es el mensaje que quería transmitir en este post.

Justo entonces pensé en algo mucho más sencillo, un dicho popular que siempre intento recordar para que actúe como cortapisa a mi (aparentemente insaciable) curiosidad, pues es a ella a quien debo un alto porcentaje de mis quebraderos de cabeza cotidianos. 

Fue la curiosidad y el hambre por aprender la que me llevó a comprar una novela negra que estuviese centrada en China, país del que desconozco practicamente todo y cuya sombra está resultando ser muchísmo más alargada que aquella de los cipreses sobre la que escribió Miguel Delibes.

Malacostumbrado por la  televisión y esa sucesión de programas que muestran a conciudadanos viviendo en distintas regiones del mundo, normalmente felices, satisfechos y enormemente contentos, mi cerebro tiende a olvidar que el mundo es un sitio inhóspito donde sólo un reducido porcentaje de personas viven en condiciones óptimas (y por óptimas lease "humanas") y que "ahí fuera" lejos de las fronteras del (así proclamado) Primer Mundo, existe un sin fin de miseria y de pobreza, de desesperación y miedo, que saca (en muchas más ocasiones de las que sería recomendable) lo peor del ser humano.

Las imágenes y sonidos que puntualmente golpean nuestra conciencia cuando vemos el telediario o vamos a una exposición fotográfica que denuncia la situación por la que atraviesa (o mejor, en la que vive, porque para "atravesar" debe haber algo al otro lado a lo que se pueda llegar) gente en otras regiones del mundo, tiende a quedar reducidas a fogonazos puntuales, burdos flashes que nuestro cerebro ( o nuestra mala conciencia) tiende a borrar con la rapidez con la que una nueva y dulce imagen surge para ocupar su lugar.

No soy Eduard Punset, así que no voy a teorizar sobre los motivos y las causas que explican por qué nuestro organismo se comporta de esa manera, sólo soy una persona que, de vez en cuando, lee un libro en un intento por darse cuenta, por intentar aprehender (y aprender), lo que realmente está sucediendo en otros lugares y cuales son las posibles causas que lo originan.

"El chino" de Henning Mankell, "El poder del perro" de Don Winslow o "El corazón del cazador" de Deon Meyer, son tres claros ejemplos de novelas que instruyen (y denuncian) mientras entretienen, alertando de lo que está sucediendo en distintos lugares de planeta, dirigiendo la atención del lector a dramas personales que a corto, medio o largo plazo desencadenarán en dramas globales. Ninguna de ellas es una novela "fácil" de leer a pesar de estar muy bien escritas (y traducidas) en los tres casos y difícilmente se convertirán (por grandes que sean las ventas de algunas de ellas) en "la novela de la que hablas con tu vecino en el ascensor". Hay algo en este tipo de literatura, como en cierto tipo de cine, que lleva al recogimiento y a la interiorización de lo que has visto, a la introspección.

"Ojo de dragón" es una de esas novelas. De las que es imposible que dejen indiferente a quien las lee, de las que puede llegar a costar acabar porque lo que estás leyendo no te gusta, porque lo que "ves" no te deja en buen lugar (ni a ti, ni a mí, ni a la inmensa mayoría). A fin de cuentas muchas de las cosas "que suceden" lo hacen amparadas en nuestra indiferencia y, a la vez,  en nuestro apetito insaciable.

La novela de Andy Oakes transcurre en China. "Transcurre" porque no sólo está situada en ella, forma parte de ella y sólo tendría cabida en ella. La República Popular es un organismo viviente y Oakes el patólogo que nos describe algunos de las afeccciones que la aquejan, algunos de sus achaques son internos (como ese sistema de castas, ahora llamado Administración, que sirve como elemento de segregación, de estratificación social. Quienes tienen siempre tendrán y se les proveerá, mientras que quienes están abajo sólo tienen acceso a lo mínimo (y allí lo mínimo es mucho menos que en otros muchos países) y otros externos (la mirada cínica americana con su doble moral donde hoy castigo y repruebo un comportamiento para, el día de mañana, poder utilizar ese mismo asunto en mi propio beneficio).

"Ojo de dragón" no es un tratado filosófico, tampoco un estudio político, es, simple y llanamente, una novela negra donde un investigador chino (mestizo, para más datos) intenta resolver el asesinato de ocho personas de las que nadie quiere saber nada y, en paralelo y entrecruzados, los intentos de una madre (representante del gobierno americano) por descubrir por qué su hijo se convirtió en una de esos ocho muertos.

La tensión la pone la siempre acechante sombra del poder, los vecinos que observan a través de los resquicios de sus persianas, los "buenos samaritanos" siempre dispuestos a hacer lo que haga falta por el Partido (así, con mayúsculas) y la muerte de cuantos guardan alguna relación con el caso. Sin aspavientos, sin grandes persecuciones, sin detalles especialmente sangrientos (aunque con omisiones igualmente impactantes), Andy Oakes consigue provocar una inquietante sensación de desamparo, de desesperación y de aislamiento. Sun Paio, su protagonista, está prácticamente sólo ante el peligro, es un hombre desgraciado que sabe que su mayor enemigo en la investigación es la misma sociedad a la que intenta proteger, un conjunto de personas adoctrinadas, educadas para vivir bajo el condicionamiento de unas ideas que las esclavizan y las conducen a la más absoluta de las miserias, siempre con el convencimiento (y la falsa ilusión) de que un día las tornas cambiarán y serán ellos quienes estén "arriba" viviendo la vida, aprovechándose de los demás.

"Ojo de dragón" es esa novela que todo el mundo debería leer aunque posiblemente a muchos no les gustarán. No es una novela fácil, no se lee especialmente rápido (y eso que está construida casi sin subordinación (curioso que lo que sobra en la novela falte en la forma), que siempre permite un mayor detalle pero que resulta  proclive a ralentizar la lectura/comprensión de la obra) y está llamada a remover alguna conciencia (tampoco muchas, que nadie se asuste) pero no será la novela que la gente debata en ninguna sobremesa y como habla de China (y no de alguno de los países de la Unión) tampoco hará sonar las alarmas (¿Habría tenido el mismo éxito la trilogía de Millenium de haberse ambientado en un país asiático?¿habría llamado tanto la atención si las estadísticas que allí aparecían hubiesen hecho referencia a la situación de alguno de los países africanos?)

En la película "The vow" ("Todos los días de mi vida" en España), Leo, el personaje que interpreta Channing Tatum, habla de "momentos de impacto", esos que ponen tu vida patas arriba impidiendo que siga el mismo cauce que llevaba hasta entonces. Un cambio forzado que unas veces resulta ser para bien y otras, las mas,  para peo). "Ojos de dragón" está llamada a convertirse en la representación física de uno de esos momentos en mi vida, sea porque convencido como estoy de que lo que ahí se narra (y otras muchísimas cosas que no se cuentan) no deben seguir sucediendo e intente hacer algo para vitarlo o para mal (porque en ese pugna entre mi alma y mi cerebro (con el señor Punset como árbitro) sea este último el que se haga con el control y me resetee, y, por tanto, me convierta en una de esas personas que en lugar de intentar hacer algo decide agachar la cabeza o mirar hacia otro lado). El tiempo lo dirá, de momento me consolaré pensando que tal vez (¡ojalá sea así!) este post sea un primer paso en la buena dirección.

P.D: No creo que sea la primera vez que alguien nos da un toque de atención sobre todo lo que está sucediendo en el mundo mientras miramos hacia otro lado o porque, aun sabiéndolo,  hacemos bueno eso de "mejor ellos que yo". Sólo por eso, por esos fugaces instantes (ojalá sólo fuesen fugaces) en los que pensamos que todo vale con tal de nuestra propia supervivencia, haciendo bueno eso de "ojos que no ven corazón que no siente", somos merecedores del premio "hoguera de las maldades" a los personajes mas malvado del año. 

Como la economía no está para muchas alardes simplificaré esta idea con la nominación del Doctor Charles Haven, ese monstruo creado por la sociedad actual,   para el premio, como máxima representación de todo aquello contra lo que habría que luchar.

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