domingo, 19 de agosto de 2012

The hundred thousand kingdoms - Los cien mil reinos

Yeine Darr es la eunu de su pueblo (¿dirigente?¿caudilla?¿gobernante? Interesados en saber la respuesta llamar a N. K. Jemisin, gracias) cuando recibe la orden del Emperador (su abuelo) de presentarse en la ciudad de Sky (la capital imperial). Los motivos de la llamada quedan claros desde el primer momento, va a ser nombrada heredera y, por tanto, se convertirá en una de las tres personas que pueden suceder al emperador en el trono. Lo que no está claro es el por qué.

Ella también la desconoce. No conoce a su abuerlo, Dekarta, más que por el hecho de que es el emperador. No ha tratado con él ni con nadie de su familia desde su nacimiento pues su madre, antaño única heredera al trono, renunció a ese derecho para fugarse con el hombre del que se había enamorado, un bárbaro de las tribus del Alto Norte.

Yeine sabe que no va a ser bien recibida y que en la Corte no está "su" lugar, pero no le queda más remedio que acudir y esperar que la instrucción previa que su madre le procuró le haya preparado para  desenvolverse entre los arameri, esa extraña raza gobernante, de la que ella, a pesar de tener el 50% de sus genes, no posee ninguno de los rasgos físicos (ni emocionales) característicos.

Éste es el punto de partida de la primera novela de la trilogía escrita por N. K . Jemisin, "Los cien mil reinos" (nombre con que se ha publicado en España respetando (¡¡aleluya!!) el título original). Para el lector avezado en esto de la fantasía, sobre todo épica, este comienzo no supondrá ninguna novedad ni aportará ningún elemento adicional que atraiga su atención pues es, posiblemente, uno de las formas más típicas de comenzar una narración de éste género. Si lo es, sin embargo,  su desarrollo, que se sale bastante de lo habitual, adentrándose en un territorio poco (nada) explorado hasta la fecha, con apenas acción pero con mucha tensión pues casi toda la novela es una lucha de poder donde múltiples intereses, casi siempre contrapuestos, tienen cabida.

Así, Dekarta, el emperador, pretende que su nieta se convierta en el sacrificio "humano" necesario para llevar a cabo la ceremonia de sucesión. Espera, de esta manera,  matar dos pájaros de un tiro: llevar el proceso de sucesión a buen término (máxime ahora que se está muriendo) y consumar su propia venganza. Pero, ¿por qué? y quizá lo más importante, ¿contra quién?

Scimina y Relad eran los grandes favoritos a acceder al trono imperial, al menos hasta que Yeine (su prima lejana) aparece en escena. ¿Qué ha movido al emperador a convocar al vástago de su única hija a palacio precisamente ahoras? Relad es taciturno, apagado y pasa sus días subyugado por los efectos del alcohol mientras Scimina es ambiciosa y no conoce límites a su poder, que, por si fuera poco, no teme utilizar cuando es necesario (y en otras tantas ocasiones en que no lo es). Sin ataduras, sin vínculos emocionales, sin escrúpulos, ¿quién quiere granjearse el amor y respeto cuando puede conseguir lo mismo a través del miedo?

Viraine, el médico y sumo sacerdote del dios Itempas en la ciudad de Sky, es el encargado de velar por la salud y bienestar del emperador pero también de "traer" el poder divino a la realidad cuando es necesario. En un mundo donde son pocos los que pueden llevar a cabo actuaciones mágicas, su poder es inmenso, máxime si se tiene en cuenta que es uno de los pocos  capaces de controlar (y castigar) a los mismismos dioses. Entonces ¿qué interés tiene en la joven Yeine?

Nahadoth (y Sieh, Kurue, Zhakkarn entre otros) son los "dioses cáidos" (si se me permite utilizar ese término). Los cien mil reinos creados por N. K. Jemisin eran politeistas, al menos hasta que el Gran dios Itempas mató a Enefa y derrotó a Nahadoth. Una trágedia donde el amor (y su más perversa manifestación, los celos) jugó un papel determinante. A partir de ese preciso momento, Nahadoth, el dios de la oscuridad, el del cambio, el incorformista, acabó confinado a un cuerpo humano y sólo por la noche recupera una ínfima parte de su poder. No fue el único en caer en desgracia, también lo hizo la progenie de Enefa, los otros díoses (¿convendría llamarlos "pequeños"?). Todos ellos entregados al emperador y su familia, condenados a obedecer las órdenes que estos impartan, a cumplir sus deseos, sean los que sean. En apenas un instante de sus vidas pasaron de dioses a armas, mero instrumentos de la voluntad de los siempre "finitos" mortales. Al menos hasta ahora, la ceremonia de sucesión se aproxima y con ella parece renacer su esperanza pero, ¿por qué?¿qué papel juega Yeine en todo esto?

Y por último, pero no la menos importante, la joven Yeine. Curtida en unas cuantas batallas pero lejos de estar preparada para las intrigas del palacio arameri. Mientras todos buscan poder o estatus ella busca conocimiento y, a través de él, la verdad. Dos son las preguntas que busca responder:  llegar a saber cómo era su madre (y que la llevó a marcharse del palacio) y descubrir quién estaba detrás de su asesinato. Aunque quizás lo más importante sea ver si está dispuesta a pagar el precio que se le va a exigir para conseguir esas respuestas y, aún más importante, si está preparada para aceptar las que obtenga.

Cuando leí la crítica a la novela ( en realidad cuando vi la puntuación que le daba el crítico) apunté raudo y veloz su título en mi lista y, en cuanto pude, la compré en inglés, apenas dudé, pues era muuuucho más barato. Afortunadamente se lee y se sigue muy bien y el inglés, para variar, no supone un problema. Ni términos poco frecuentes ni de nuevo cuño. Las cosas, en general, son bastante similares a lo que hay por aquí o a las que podríamos esperar en un mundo de fantasía corriente. Ni nuevas especies, ni criaturas asombrosas, ni situaciones fuera de lo común. Quizás sea eso, su normalidad, lo que resta parte del interés al conjunto cuando uno trata de explicarlo.

 A pesar de todos los nombres extraños de los personajes, de las diferencias entre las dos razas (arameri y darr, las únicas que aparecen en toda la novela) o de la presencia de componentes mágicos, casi toda la historia me ha recordado a los mitos griegos clásicos, con dioses humanizados campando por las tierras y palacios, enfrentamiento entre estos "seres superiores" y los humanos convertidos en piezas de una gran partida "cósmica". ¡¡Hasta la raza Darr guarda cierta similitud con las amazonas griegas. Además, como sucedía con el teatro de la época, las grandes pasiones/emociones (amor, odio, traición, celos) marcan los comportamientos de los personajes (una vez más, como allí, los dioses tampoco son ajenos a ellas) y uno no puede quitarse de encima el ligero aroma a tragedia que imprenga toda la novela. 

También hay "algo" (aunque un tanto remoto) que recuerda ligeramente al manga japones, en concreto a a uno que leí hace años (aunque no completo), llamado "Bastard", aunque la carga erótica de este último era mayor, mucho mayor, que la de esta novela (aún cuando en ésta también el erotismo ocupe un pequeño lugar). La idea está ahí pero soy incapaaz de darle forma en mi cabeza (¡sorry!)..

Difícil de clasificar, fuera de lo convencional y, sobre todo, de lo que esperaba cuando la elegí, esta primera entrega (dicen que relativamente independendiente de la siguiente) me ha sorprendido gratamente. Hasta cierto punto ligera, sin salidas de tono pero siempre con un componente de "tensión" (en múltiples manifestaciones: erótica, emocional o psicológica, dependiendo del momento) que capta nuestra atención, aunque quizá a algún seguidor más acérrimo de la fantasía clásica (Tolkieniana o Howardiana) le defraude un poco.

La segunda entrega de la serie "The broken kingdoms" promete bastante y parte de una premisa totalmente distinta a la anterior aun cuando algunos personajes vuelven a hacer acto de presencia. Estoy seguro de que la compraré y, si todo va bien, en unos meses aparecerá por aquí aunque esta vez no será la que elija cuando esté buscando un poco de acción y entretenimiento vanal.

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