domingo, 17 de junio de 2012

Roma vincit!

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No hace mucho leí en la edición digital de un periódico un artículo sobre una estudiante universitaria americana que había dedicado su tésis doctoral el daño que las películas románticas (principalmente las comedias) habían causado al público en general y al femenino en particular al crear unas expectativas irreales sobre las relaciones amorosas y la existencia de príncipes azules.

No es mi intención entrar a valorar el sentido de la tesis porque, de entrada, soy uno de esos que disfruta con una buena película romántica y, además, formo parte de ese grupo de “panolis” que ha creído, cree y seguramente creerá en la redención, en las segundas oportunidades y en que “el que la sigue la consigue”, por muy tonto que eso pueda resultar.

No he comenzado este post así para crear un debate sobre las películas románticas o una discursión sobre si soy un iluso tontorrón (aunque estoy seguro de que daría muuucho juego), sino para, aprovechando la segunda novela protagonizada por Quinto Licinio Cato, hablar sobre imágenes proyectadas y la forma en que pueden llegar a distorsionar la percepción del lector/espectador, .

Siempre se ha dicho que la historia la escriben los vencedores. Posiblemente no haya frase más cierta, basta con centrar la mirada en un mundo tan particular como el del deporte, lleno de mitos, historias y batallas  (y con tan poca memoria), para darse cuenta de que al final lo que queda es quién ganó y no tanto el como ganó o lo que pasó al final.

Si repasamos lo que sabemos de historia (sea mucho o poco) nos daremos cuenta de que, en general, quienes han prevalecido han quedado como buenos y quienes han “caído” han sido vilipendiados. Adoramos al Cid y cantamos sus gestas (permítaseme aquí cierta exageración ejemplificadora, por favor) y nos reímos de los caudillos moros. Alabamos los tiempos de conquista, en los que España disponía de un imperio en el que nunca se ponía el Sol y obviamos las masacres, matanzas y demás tropelías que se llevaron a cabo para conseguirlo. Aunque realmente no es necesario echar la mirada atrás, hoy miramos las noticias y vemos lo que algunos miembros de las tropas occidentales han hecho en Irak o en Afganistán durante la última década y nos llevamos las manos a la cabeza, pero dentro de apenas cuatro o cinco años todo eso habrá quedado en el olvido y ensalzaremos la (necesaria¿?) labor desarrollada allí obviando  todos los actos bandálicos que han tenido lugar allí.

La humanidad, necesitada siempre de mitos y leyendas, idealiza a los vencedores, los mitifica y sitúa en lo más alto del pedestal, obviando el alto coste de todas esas “victorias”, quizás por eso una novela como “Roma vincit!”, es (era y será siempre) tan necesaria.

Simon Scarrow nos lleva al comienzo de la conquista de Britania por parte del imperio romano (en el punto donde dejó la primera novela de la serie) y nos muestra la enorme dificultad que supuso para las tropas romanas, unas veces por merito de las tribus locales y otras por demérito propio ganar aquella guerra.

Llena de acción, aventura y entretenimiento, la novela no obvia ningún tema: el duro destino de los soldados incapacitados durante la batalla, los problemas de aprovisionamiento, los celos y disputas internas dentro del propio ejército (unas veces para conseguir reconocimiento, otras para salvar el pellejo), las luchas por el poder y la siempre presente corrupción institucional. Todo tiene su pequeño momento dentro de la historia pero quizás lo más destacable es que todas las posturas y opiniones tienen cabida, permitiendo al lector una visión más global, completa y compleja de una época siempre idealizada.

Nadie discute muchos de los avances logrados por el Imperio romano: el desarrollo de una red de comunicaciones, la creación de monumentos, la “pacificación” de los pueblos, una mayor culturización de toda Europa… pero casi nadie habla de las renuncias que todo esto conllevó, ya no sólo el elevado coste en vidas personales, también la gran pérdida cultural de cada una de las civilizaciones, la imposición del pensamiento único y unívoco, la pérdida de raíces…De la mano de Niso, un cartagines incorporado a la legión como cirujano,  conocemos de primera mano los peros nunca señalados de la sumisión al imperio romano y el resentimiento que, generación tras generación, se fue implantando en los “pueblos conquistados”.

¿Imperio o República? ¿no son acaso dos extremos igualmente viciosos? Y es que tampoco la forma de gobierno romana se libra de los comentarios y opiniones en esta novela. Por un lado tenemos al emperador Claudio, capaz de paralizar una guerra y perder toda la ventaja lograda hasta la fecha sólo para conseguir fama y  reconocimiento, obviando las repercusiones (coste en vidas, recursos, medios e incluso la posibilidad de perder la guerra) que sus acciones pueden acarrear. Pero , ¿justifica esto que personas como Tiberio, ansiosas por alcanzar el poder estén dispuestos a traicionar a miles de soldados sólo para conseguir destruir a Claudio? ¿Es la República la solución? Si el Imperio (que suele confundir el miedo con el respeto) tiende a acabar en dictadura y  en el caso de los romanos la búsqueda (asunción) de  la divinidad del emperador, la República y su “libertad-pluralidad” parece ir de la mano de la corrupción en todos los escalas y niveles.

Scarrow no toma partido, se limita a mostrar lo que está pasando dejando al lector la toma de sus propias decisiones una vez conocidas las distintas variantes y corrientes de pensamiento posibles

Si en “El águila del Imperio” el protagonismo era tripartito (Vespasiano, Macro y Cato) en “Roma Vincit!” es en el binomio Vespasiano-Cato en el que recae todo el peso de la novela. Con el primero asistimos a las luchas de poder dentro de la legión y, quizás lo más importante, escrutamos la realidad política romana en un periodo especialmente convulso: por un lado un Claudio caótico, incompetente y limitado, capaz de poner a toda Roma en un compromiso por alcanzar mayor reconocimiento social pero ¿cuál es la alternativa? “Los Libertadores”, el grupo en la sombra que intenta volver a la República parece dispuesto a sacrificar al ejército romano (abasteciendo de armas a las tribus locales) con tal de lograr su objetivo.  El otro frente, el que representa Tiberio, busca la caída del emperador pero sólo para conseguir mejorar su propia situación personal, sin importar qué y a quién haya que sacrificar por el camino. Entre todo este barullo institucional/social parece que el todavía Legado Vespasiano comienza a abrir los ojos y asimila entender que ante sus ojos se está disputando una partida en la que está en juego el futuro de Roma y él debe de ser parte. Una toma de contacto con la realidad que le lleva a contemplar las tres alternativas como algo pernicioso y a empezar a sopesar nuevas alternativas, convertido en un autentico empieza a ser un animal político.
En un nivel mucho más bajo, a ras de calle, las figuras de Niso y Macro. El primero, como “vencido”, representa la crítica al imperio romana, la visión negativa de la conquista. El segundo es la opinión del ciudadano de a pie que, sin cultura ni formación, adopta la propaganda del imperio como pensamiento propio, incapaz de valorar otras alternativas y posibilidades… y ahí, en medio, Cato, con un conocimiento cada vez más completo de la realidad, no es un mero ciudadano de a pie sin cultura ni formación pero vive/padece la dura realidad del frente sin tener que recurrir a la frialdad de los documentos, pero todavía es joven, ingenuo y algo inmaduro y la dura realidad a la que tiene que enfrentarse cada día puede ser demasiado para él. Eso, por supuesto, si el primer amor no acaba con él antes.

Al no tener que pararse a explicar a los personajes, esta segunda novela se puede centrar en otros aspectos hasta ahora sólo esbozados. Sus dos protagonistas cambian fruto de todos los avatares a los que se ven sometidos. Crecen como personas y conforme lo hace su conocimiento, se posicionan y desarrollan su propia visión de las cosas, su propia personalidad, con sus propias dudas, miedos y, por supuesto,  aspiraciones. Vespasiano como Cato dejan de ser polluelos, ya no están bajo el ala de su madre. Flavia y Macro, hasta entonces los paraguas bajo los que se cobijaban, que quedan relegados a un segundo plano conforme estos van creciendo. Con ellos lo hace la serie, que gana en valor histórico y cultural sin perder el tono ligero de la primera novela, su agilidad y la capacidad para entretener que, si cabe, es mayor todavía.

Scarrow no es Steven Saylor o Lindsey Davis, en sus novelas no se ve el derroche de conocimientos que poseen las anteriores y la visión de Roma es más sesgada, mucho mas difusa en parte por la lejanía de la capital pero también es más limpia que la de los otros dos pues sus protagonistas, Gordiano "El Sabueso" y Marco Didio Falco, son hombres a los que la vida les ha colocado en su sitio, ya están maleados mientras la mirada  de Cato todavía es ingenua pero asequible, quizás por eso llega más. 

Su ritmo dinámico y su lectura amena, llena de acción, traición y amor hacen de esta novela un buen complemento para los amantes de la antigua Roma que no rehuyan el ambiente castrense y busquen un acercamiento distinto a una época mucha más rica en matices y mucho mas compleja y convulsa de lo que los libros de historia siempre nos hacen creer.

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