No hace mucho leí en
la edición digital de un periódico un artículo sobre una estudiante
universitaria americana que había dedicado su tésis doctoral el daño que
las películas románticas (principalmente las comedias) habían causado al público
en general y al femenino en particular al crear unas expectativas irreales
sobre las relaciones amorosas y la existencia de príncipes azules.
No es mi intención
entrar a valorar el sentido de la tesis porque, de entrada, soy uno de esos
que disfruta con una buena película romántica y, además, formo parte de ese
grupo de “panolis” que ha creído, cree y seguramente creerá en la
redención, en las segundas oportunidades y en que “el que la sigue la consigue”, por muy tonto que eso pueda resultar.
No he comenzado este
post así para crear un debate sobre las películas románticas o una discursión sobre si soy un
iluso tontorrón (aunque estoy seguro de que daría muuucho juego), sino para, aprovechando la segunda novela protagonizada por Quinto Licinio Cato, hablar sobre imágenes proyectadas y la
forma en que pueden llegar a distorsionar la percepción del lector/espectador, .
Siempre se ha dicho
que la historia la escriben los vencedores. Posiblemente no haya frase más cierta, basta con centrar la mirada en un mundo tan particular como el del deporte, lleno de mitos, historias y batallas (y con
tan poca memoria), para darse cuenta de que al final lo que
queda es quién ganó y no tanto el como ganó o lo que pasó al final.
Si repasamos lo que
sabemos de historia (sea mucho o poco) nos daremos cuenta de que, en general,
quienes han prevalecido han quedado como buenos y quienes han “caído” han
sido vilipendiados. Adoramos al Cid y cantamos sus gestas (permítaseme
aquí cierta exageración ejemplificadora, por favor) y nos reímos de los
caudillos moros. Alabamos los tiempos de conquista, en los que España disponía
de un imperio en el que nunca se ponía el Sol y obviamos las masacres, matanzas
y demás tropelías que se llevaron a cabo para conseguirlo. Aunque realmente no es necesario echar la mirada atrás, hoy miramos las noticias y vemos lo que algunos miembros
de las tropas occidentales han hecho en Irak o en Afganistán durante la última
década y nos llevamos las manos a la cabeza, pero dentro de apenas cuatro o
cinco años todo eso habrá quedado en el olvido y ensalzaremos la (necesaria¿?) labor
desarrollada allí obviando todos los
actos bandálicos que han tenido lugar allí.
La humanidad,
necesitada siempre de mitos y leyendas, idealiza a los vencedores, los mitifica
y sitúa en lo más alto del pedestal, obviando el alto coste de todas esas “victorias”, quizás por eso una novela como “Roma vincit!”, es (era y será siempre) tan necesaria.
Simon Scarrow nos
lleva al comienzo de la conquista de Britania por parte del imperio romano
(en el punto donde dejó la primera novela de la serie) y nos muestra
la enorme dificultad que supuso para las tropas romanas, unas veces por merito
de las tribus locales y otras por demérito propio ganar aquella guerra.
Llena de acción,
aventura y entretenimiento, la novela no obvia ningún tema: el duro destino de
los soldados incapacitados durante la batalla, los problemas de
aprovisionamiento, los celos y disputas internas dentro del propio ejército
(unas veces para conseguir reconocimiento, otras para salvar el pellejo), las
luchas por el poder y la siempre presente corrupción institucional. Todo tiene
su pequeño momento dentro de la historia pero quizás lo más destacable es que
todas las posturas y opiniones tienen cabida, permitiendo al lector una visión
más global, completa y compleja de una época siempre idealizada.
Nadie discute muchos
de los avances logrados por el Imperio romano: el desarrollo de una red de
comunicaciones, la creación de monumentos, la “pacificación” de los pueblos,
una mayor culturización de toda Europa… pero casi nadie habla de las renuncias
que todo esto conllevó, ya no sólo el elevado coste en vidas personales, también la gran pérdida cultural de cada una de las civilizaciones, la imposición del
pensamiento único y unívoco, la pérdida de raíces…De la mano de Niso, un
cartagines incorporado a la legión como cirujano, conocemos de primera
mano los peros nunca señalados de la
sumisión al imperio romano y el resentimiento que, generación tras generación,
se fue implantando en los “pueblos conquistados”.
¿Imperio o República?
¿no son acaso dos extremos igualmente viciosos? Y es que tampoco la forma de
gobierno romana se libra de los comentarios y opiniones en esta novela. Por un
lado tenemos al emperador Claudio, capaz de paralizar una guerra y perder toda
la ventaja lograda hasta la fecha sólo para conseguir fama y reconocimiento, obviando las repercusiones (coste en vidas, recursos, medios e
incluso la posibilidad de perder la guerra) que sus acciones pueden acarrear. Pero
, ¿justifica esto que personas como Tiberio, ansiosas por alcanzar el poder estén
dispuestos a traicionar a miles de soldados sólo para conseguir destruir a
Claudio? ¿Es la República la solución? Si el Imperio (que suele confundir el miedo con el respeto) tiende
a acabar en dictadura y en el caso de
los romanos la búsqueda (asunción) de la
divinidad del emperador, la República y su “libertad-pluralidad” parece ir de
la mano de la corrupción en todos los escalas y niveles.
Scarrow no toma partido, se limita a mostrar lo que está pasando dejando al lector
la toma de sus propias decisiones una vez conocidas las distintas variantes y corrientes de pensamiento posibles
Si en “El águila del
Imperio” el protagonismo era tripartito (Vespasiano, Macro y Cato) en “Roma
Vincit!” es en el binomio Vespasiano-Cato en el que recae todo el peso de la
novela. Con el primero asistimos a las luchas de poder dentro de la legión y,
quizás lo más importante, escrutamos la realidad política romana en un periodo
especialmente convulso: por un lado un Claudio caótico, incompetente y
limitado, capaz de poner a toda Roma en un compromiso por alcanzar mayor
reconocimiento social pero ¿cuál es la alternativa? “Los Libertadores”, el
grupo en la sombra que intenta volver a la República parece dispuesto a
sacrificar al ejército romano (abasteciendo de armas a las tribus locales) con tal de lograr su objetivo. El otro frente, el que representa Tiberio,
busca la caída del emperador pero sólo para conseguir mejorar su propia situación
personal, sin importar qué y a quién haya que sacrificar por el camino. Entre todo este barullo institucional/social parece que
el todavía Legado Vespasiano comienza a abrir los ojos y asimila entender que ante sus ojos se está disputando una partida en la que está en juego el futuro de Roma y él debe
de ser parte. Una toma de contacto con la realidad que le lleva a contemplar las
tres alternativas como algo pernicioso y a empezar a sopesar nuevas
alternativas, convertido en un autentico empieza a ser un animal político.
En un nivel mucho más bajo, a ras de calle, las figuras de Niso y Macro. El primero,
como “vencido”, representa la crítica al imperio romana, la visión negativa de la conquista. El
segundo es la opinión del ciudadano de a pie que, sin cultura ni formación,
adopta la propaganda del imperio como pensamiento propio, incapaz de valorar
otras alternativas y posibilidades… y ahí, en medio, Cato, con un conocimiento
cada vez más completo de la realidad,
no es un mero ciudadano de a pie sin
cultura ni formación pero vive/padece la dura realidad del frente sin tener que recurrir a la frialdad de los documentos, pero todavía es joven, ingenuo y algo inmaduro y la dura
realidad a la que tiene que enfrentarse cada día puede ser demasiado para él. Eso, por supuesto, si el primer amor no acaba con él
antes.
Al no tener que
pararse a explicar a los personajes, esta segunda novela se puede centrar en
otros aspectos hasta ahora sólo esbozados. Sus dos protagonistas cambian fruto de todos los avatares a los que se ven sometidos. Crecen
como personas y conforme lo hace su conocimiento, se posicionan y desarrollan su
propia visión de las cosas, su propia personalidad, con sus propias dudas, miedos y, por supuesto, aspiraciones. Vespasiano como Cato dejan de ser polluelos, ya no están bajo el ala de su madre. Flavia y Macro, hasta entonces
los paraguas bajo los que se cobijaban, que quedan relegados a un segundo plano conforme estos van creciendo. Con ellos lo hace
la serie, que gana en valor histórico y cultural sin perder el tono ligero de la
primera novela, su agilidad y la capacidad para entretener que, si cabe, es mayor
todavía.
Scarrow no es Steven Saylor o Lindsey Davis, en sus novelas no se ve el derroche de conocimientos que poseen las anteriores y la visión de Roma es más sesgada, mucho mas difusa en parte por la lejanía de la capital pero también es más limpia que la de los otros dos pues sus protagonistas, Gordiano "El Sabueso" y Marco Didio Falco, son hombres a los que la vida les ha colocado en su sitio, ya están maleados mientras la mirada de Cato todavía es ingenua pero asequible, quizás por eso llega más.
Su ritmo dinámico y su lectura amena, llena de acción, traición y amor hacen de esta novela un buen complemento para los amantes de la antigua Roma que no rehuyan el ambiente castrense y busquen un acercamiento distinto a una época mucha más rica en matices y mucho mas compleja y convulsa de lo que los libros de historia siempre nos hacen creer.
Su ritmo dinámico y su lectura amena, llena de acción, traición y amor hacen de esta novela un buen complemento para los amantes de la antigua Roma que no rehuyan el ambiente castrense y busquen un acercamiento distinto a una época mucha más rica en matices y mucho mas compleja y convulsa de lo que los libros de historia siempre nos hacen creer.
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