domingo, 15 de enero de 2012

El déspota adolescente

No hace mucho, en un artículo en el que listaba los que para él han sido las mejores series del año pasado, el blogger Alberto Rey reflexionaba sobre el distinto propósito y finalidad que tenían formatos, en principio tan similares, como el de película y el de la miniserie de televisión.

Entonces, mientras elucubraba sobre si "aquella reflexión sobre formatos mediaticos" era extrapolable al mundo literario y si, en mi caso, prefería historias contadas en una sola novela o aquellas otras narradas a lo largo de una serie, llegué a una extraña conclusión...no sé si prefiero los unos o los otros pero lo que sé seguro es que el relato corto no es un formato que me guste. ¡¡Ojo!!, que me refiero a historias cortas y no a novelas cortas. No es lo mismo "El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde" de Stevenson (con sus 80 páginas), que, por ejemplo, alguno de los relatos cortos de "Quisiera que alguien me esperara en algún lugar" de Anna Gavalda.

Incapaz en un primer momento de explicar el por qué de mi aseveración pensé en dos situaciones que describiesen, aunque fuese de forma sesgada, el motivo de mi rechazo. Así pensé en dos situaciones, más o menos cotidianas, que reflejar mis porqués...

Supuesto A: Allí, al fondo, ves a un grupo de personas que conoces (da igual si son amigos con los que has quedado, compañeros de trabajo o familiares). Están absortos escuchando la historia que está contando uno de ellos, así que, cuando llegas a su altura en silencio, te sitúas en el primer hueco que ves, espectante, intentando descubrir de qué están hablando. Pero, cuando aún no te has llegado a enterar de qué va la cosa, el orador termina de contar su historia. Parecía ser un chiste o una anécdota muy graciosa, al menos todos se están riendo, incluso Mariano, que mira que es seco, está tronchado de la risa, mientras tú, que acabas de llegar y no sabes de que va la historia te quedas con un palmo de narices...

En general, cuando me dispongo a leer un relato corto tengo la sensación de que estoy entrando en la sesión de una pelicula (en un cine cualquier...ahora más bien en un multicine cualquiera) y la película ya está algo más que empezada y al final todo parecía girar alrededor de esos fatídicos 5 minutos de metraje que me he perdido (¡¡malditos problemas para aparcar!!). Es esa sensación de que me estoy perdiendo algo la que me desagrada, esa especie de carrera que emprendo contra el reloj y su tic-toc,tic-toc, para situarme en la historia antes de que esta concluya y me quede con cara de tonto... y nunca sé si es que yo no estaba preparado cuando empecé a leer o es que realmente es el autor el que no ha sabido "hacerme entrar" en la obra.

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Supuesto B: Estás en un banquete (por un cumpleaños, un evento del trabajo o una boda, el motivo no importa, estás ahí, ¿que más da el por qué?, ¡¡no seas tan pejiguero!!) y alguien (camarero o invitado, amigo o desconocido) te ofrece uno de los tentempiés diminutos que ocupan una parte cada vez menos significativa de la bandeja. 
Algo indeciso, pues lo único que puedes deducir de lo que está ante ti, es que parece un saquito de patata relleno de algún tipo de sustancia untosa, te hacer con una de esas minúsculas porciones y, armándote de valor, lo introduces en tu boca.
La explosión de saber que emerge del objeto (sigues y seguirás sin saber de qué se trata) te embriaga y subyuga. Sin embargo, nada dura eternamente y tan pronto como tragas todo ese gozo condensado ha sido relegado al pasado. Quieres más.. pero, ¿dónde está la maldita bandeja??
Te giras a un lado y a otro en pos de un vislumbramiento fugaz, con un sólo pensamiento asaltando tu mente... ¡¡más, quiero más!! ... cuando cinco minutos más tarde das con la dichosa bandeja que, como suele suceder (¡¡maldito sean Murphy y su ley!!), se encontraba en la otra punta de la estancia. Cuando llegas hasta donde está, acalorado y exaltado, ansioso por probar un bocado más, descubres que ya no queda ninguna gota más de esa misteriosa ambrosía...

No hay cosa que más rabia me dé que dar con algo que me gusta y que justo entonces me lo quiten. ¡Como si no fuese bastante complicada de por sí la vida como para que encima me anden tocando las narices!. Sí,  sé que con las "novelas-novelas" (si se me permite la licencia) también pasa pero el proceso es más lento, más largo, da más tiempo a disfrutar. A ver si así queda algo más claro: si corro los 100 metros, durante esos 100 metros no me da tiempo casi ni a respirar, mucho menos a pensar. Tengo que asimilar cuanto acontece y responder a los imprevistos sobre la marcha, por instinto. Si corro 5 kilómetros, a lo mejor al principio sólo pienso en correr pero al cabo de un rato, el cuerpo acaba funciona casi-casi solo y la cabeza puede ir por libre...

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En resumen, salvo en contadas ocasiones, los relatos cortos me dejan frío y, normalmente, insatisfecho. Podría decir indiferente pero la verdad es que, a la larga, esa frialdad tiene tendencia a convertirse en animadversión, no en indiferencia. Como no me sobra el tiempo (y tampoco el dinero, para que engañarnos), invertir en un/unas historia/s que no me terminan de convencer o que (no se si casi es peor) me dejan tal y como estaba, siempre acaba por provocarme cierto malestar.

Habrá quien piense que eso es porque no he dado todavía con el relato corto que me abra los ojos. Lo cierto es que, en general, no tengo queja de los recopilatorios de relatos cortos que han caído en mis manos hasta la fecha. "Cuentos para pensar" de Jorge Bucay, "El gato negro y otros cuentos" o "El escarabajo de oro y otros relatos" de Poe,  "Yo robot" de Asimov o, la arriba citada "Quisiera que alguien me esperara en algún lugar" de Gavalda. Todos ellos me han gustado. Es cierto que unos más que otros (algunos de los cuentos de Bucay los tengo siempre presentes) pero, salvo contadas excepciones, son "obras" (porque si digo novelas puede originar alguna confusión) que no dejan mucho poso. Es más, cuando intento recordarlas, me suelo encontrar con que no soy capaz de separar los relatos, sólo la idea que subyace en el fondo de alguno de ellos (o de todos si tienen un eje central común).

Y sabiendo todo esto, ¿por qué compré "El déspota adolescente"? Primero, por aquel entonces (no hace tanto, un par de semanas, más o menos) ya estaba en mi poder esta recopilación dede relatos cortos que el escritor Lorenzo Silva había ido publicando en su página web entre 1998 y 2003. Segundo y más importante, no lo compré, fue un regalo que me trajeron los Reyes (je,je). Yo me limité a incluirlo en la carta junto con algunos otros libros y fueron ellos (los Reyes, claro), el destino o mi incapacidad para elegir alguna de entre las "novelas-novelas" de Lorenzo Silva, lo que quiso que acabase esta obra en mis manos.

Hoy no lo lamento. Podría decir que porque  hasta la fecha no había leído ninguna otra novela escrita por él  que no fuesen las protagonizadas por Bevilacqua y Chamorro y no estaría mintiendo en modo alguno aunque sí faltaría un poco a la verdad. Lo cierto es que no lo he lamentado porque, aun cuando con algunas de sus historias he tenido los mismos (o similares) problemas que los expuestos un poco más arriba, con otras no ha sido así y sea por el (¿elevado?) número en que estas segundas han hecho aparición  o por su calidad, me quedo convencido de que alguna de sus historias, como la del joven Jonathan en "Sonríe, mama", permanecerán en mí durante bastante tiempo.

No niego que conforme vaya acumulando nuevas lecturas y mis propias vivencias vayan ocupando espacio en mi memoria (un espacio muy limitado, como ya reconocía Sherlock Holmes), algunas de sus historias se irán diluyendo. Estoy casi convencido de que la "Fábula de Polito y Gamboa" será una de las primeras y posiblemente "La tentación de Spinoza" no le vaya muy a la zaga. Pero hay otras (bastantes más de las que llegué a pensar antes de empezar su lectura) que permanecerán. Mucho tiene que ver en estos casos el que el protagonismo del relato lo tengan una serie de experiencias pasadas, vivencias que han marcado el devenir de los protagonistas, que en algún caso me han resultado bastante cercanas. ¡¡Y no, "la cabezada del canónigo" no ha sido una de ellas, aunque su juego entre "lo que es mero sueño", "lo que es pesadilla" y lo que es "recuerdo" me ha llamado mucho la atención (y me hizo sonreír).

Dice en su prólogo Lorenzo Silva que son relatos que tienen en común "la juventud" aunque él, poco después, la equipara con "la inmadurez". Para mí la segunda tiene menos cabida en la novela, a pesar de ser, en muchos casos, sinónimo de la primera. Creo que muchas, si no todas, las historias tienen en común el tratarse de vidas marcadas por acontecimientos pasados (más o menos recientes). Sucesos que condicionan el devenir de las vidas de los distintos protagonistas, en muchos casos, para mal (y el que avisa no es traidor).

De entre todas, las narraciones que mejor parecen reflejar el trasfondo que intenta plasmar su autor son dos: "El déspota adolescente", que da nombre a estar recopilación y que, siendo el primero que escribió, adolece de cierta opacidad lingüística, con un estilo algo rebuscado/recargado, a pesar de ser, curiosamente, la historia que mejor ejemplifique el pensamiento (posiblemente atemporal) de cualquier adolescente y "Sigurd, el elegido" o como la vida nos puede llevar por mil y un caminos distintos, a veces desdiciéndonos de lo que hemos hecho poco tiempo antes.

Creo que es conveniente advertir que Lorenzo Silva no es siempre un autor de verbo fácil. Las acotaciones, aclaraciones y en ocasiones vocablos en desuso pueden hacer (y hacen) aparición con cierta profusión pero a mí, salvo en un par de historias (fundamentalmente la de "El déspota adolescente") no me ha impedido, ni molestado la lectura. Es más este relato es un buen ejemplo para ver como, a lo largo de las historias, el lenguaje y las formas evolucionan acercándose más a las del "Lorenzo-Silva-actual", ese que cautiva por la forma tanto como por el fondo, siendo capaz, incluso, de marcar el ritmo de lectura de quien intenta seguir sus historias.

Yo terminé la lectura con una doble alegría: por un lado la del reencuentro con un escritor que me gusta (acompañada, eso sí, del placer de sentir que no me había equivocado en la elección de la obra); por otro, el saber que el año pasado debí de ser muy bueno porque la edición que me han traído los Reyes cuenta con dos historias adicionales, "Contártelo, Adela" y "Sonríe, mama", que ponen un broche inmejorable a las historias anteriores.

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