viernes, 28 de octubre de 2011

La hija del Samurái

La segunda novela publicada de Dominique Sylvain, protagonizada por la excomisaria Lola Jost y la masajista Ingrid Diesel, se queda a medio camino en su intento por alcanzar los distintos estilos literarios abiertos por otros escritores franceses como Fred Vargas, Jean Christophe Grange o Franck Thilliez.

“Se queda a medio camino”, quizás no sea na forma muy sútil de decir que esta segunda entrega es un buen forma de ejemplificar el “quiero y no puedo”. Un proyecto con buenas intenciones que se va diluyendo según transcurre la novela.

Cada una de las páginas de “La hija de Samurai” supone un paso más que aleja esta obra de su predecesora “El pasadizo del deseo”. El afán por describir la situación de la sociedad francesa actual, la realidad de sus habitantes desde un punto distinto, en un intento por evitar el tóno más sombrío y duro de Franck Thilliez en “El ángel rojo”, lleva a la autora a intentar abrazar otras muchas influencias. Por desgracia el intento se queda en mero, un acto de osadía que no alcanza, ni por asomo, la graciosa excentricidad de las historias de “Los tres evangelistas” de Fred Vargas ni al surrealismo del que hace gala serie de Adamsberg, el más pintoresco de los personajes ideados hasta la fecha por la arriesgada escritora francesa.

Sin el realismo de Thilliez, ni la estravagancia de los personajes de Vargas, el último recurso de Sylvain es intentar crear un ambiente de tensión, el halo de misterio y la atmósfera cargada de oscuridad que pueblan las obras de Jean-Christophe Grange, pero, como sucede con todo lo demás, se queda en el camino.

Que durante la mayor parte de la narración el peso de la novela recaiga en Diesel, un personaje extravagante (un poco “demasiado”, a muchos niveles), en lugar de en la excomisaria Jost, no ayuda a la novela. De hecho sólo cuando ésta asume el control de la situación, la novela se reconduce, aún cuando al lector se le sigan ocultando algunos datos que le impiden tomar la delantera en la resolución del asesinato.

“La hija del samurai” es una novela que va de menos a más. Un crecimiento directamente proporcional a la evolución de la investigación, que va apartando la morralla que inicialmente se entromete en la investigación de la muerte\suicidio de una joven performance. La aparición de una mano cortada dentro de la novela de Ingrid Diesel y la existencia de un extraño justiciero que campa por sus anchas por los subterráneos de un hospital entrampan la novela, la vuelven confusa y frenan su evolución, ralentizando la lectura e impidiendo al lector seguir con interés la investigación en curso. ¿demasiada guarnición para tan poca chicha?

La sensación, al finalizar, es la de el espectador que acude a un circo de nueva creación en un intento de dar con una buena imitación del “Circo del Sol” pero en versión barata para descubrir que en cada pista hay una actuación pero que todas ellas son independientes y tan distantes entre sí que impiden observar todo el espectáculo en su conjunto. Un collage pretencioso e inconexo que dista mucho de la novela anterior, mucho más sencilla, sí, pero también más interesante y mejor llevada.

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