jueves, 14 de septiembre de 2017

El asesino de la regañá - Serva la Bari, vol. 1




Emulando al criminal que vuelve al lugar donde cometió sus fechorías, la semana pasada aproveché una breve pausa en mis lecturas para releer en un par de horas la primera entrega de la serie que narra la disputa entre "rancios" y "modernitos" en la ciudad de Sevilla.

Los motivos del bis son sencillos y, siento decirlo, no poseen una base muy literaria. 

Este verano he podido realizar una visita fugaz a Sevilla (por fugaz entiéndase algo intermedio entre la vísita del médico y una jornada completa con pernoctación) en donde desgasté las suelas de las zapatillas bajo un calor de impresión, mientras disfrutaba de una experiencia que, siendo honestos, no llegué a imaginar así.

Sevilla me ha gustado y me ha sorprendido a partes iguales. Una de esas urbes con encanto que te llena evitando caer en la sensación de que es "una más de"...

Pasear por sus calles ha sido algo curioso, en una ciudad que presenta zonas tan distintas y curiosas como el barrio de Santa Cruz, el acceso a Triana o la Plaza de España (sólo por citar alguna) y que permite visitar basílicas, iglesias y capillas que posee casi con profusión. Todo, claro está, en la medida que es posible hacerlo en una decena de horas exprimidas, eso sí, al máximo.

Y tras volver, con esa sensación que me acompañaba de haber visto mucho y haber dejado aún más sin recorrer, opté por coger de nuevo esta primera entrega para, de alguna forma, "volver allí", ahora sí, con la mirada de alguien que quiere volver a leer, con una impresión (por limitada que sea) de primera mano, lo que es y lo que le puede dar de sí Sevilla.

He releído para aprender y ver como se siente la ciudad. Para imbuirme de su encanto y de la forma en que se perciben las cosas allí y para reirme (por qué negarlo) con la idiosincracia de la sociedad sevillana.

He entendido qué es lo que defienden los "rancios" y por qué, una vez que he podido experimentar de primera mano la ciudad, si es cierto que es uno de esos "lugares" donde mejor se aprecia esa partición

En muchas otras ciudades del mundo pasa pero allí, tras conocer la contrapartida a través de los ojos de un sevillano de pro que no acata el cambio como algo irremediable e imparable, he aprendido a ver la imposición del modernismo, del consumo rápido, de la "identidad única" cada vez más imperante que barre con todo lo singular que se encuentra en su camino. ¿Un bar de toda la vida o un "100 montaditos"? mmmm.

Basta una visita a la fachada del mercado de Triana para entender que estás en una ciudad única con encanto, con guasa y mucho arte, una forma de vivir distinta, que no siempre llegas a entender (lo de la pasión por la Semana Santa, quizás por ser algo que no he mamado de pequeño, es algo que no llegaré a compartir nunca) pero que llegas a apreciar como un reducto único que se debería conservar siempre.

Si no hubiese leído antes a Muñoz Gijón habría contemplado el "Metropol Parasol" como la representación arquitectónica que es y no, quizás, con el término "las setas" en la punta de la lengua, mientras rumiaba como ha cambiado la fisionomía de una zona, como altera el entorno y como desentona si la miras en el conjunto de la ciudad o, al menos, con la parte en donde está ubicada. 

Así que una novela menor, sin grandes pretensiones, que quizás a nivel artístico y cultural no aporte nada, se ha convertido para mí, este verano, en un pequeño tesoro a guardar, que me ha permitido disfrutar de un montadito de pringá o un solomillo al whisky en un buen bar mientras refunfuñaba por esa extraña manía que tenemos los españoles de cargarnos una buena vista por puro mercantilismo (lo de la calle Betis y las terrazas a la orilla del río, quitando la vista del "skyline" sevillano, debería ser considerado crimen contra la humanidad.

Cierto que de las tres novelas de la serie (las otras dos serán releídas en su momento) "El asesino de la regañá" es quizás la más floja, pero es el cimiento del resto de la serie. Además no deja de tener un par de momentos en los que sonríes sin poder evitarlo mientras las páginas pasan volando por una forma de escribir esquemática, casi telegráfica que renuncia a la descripción en pos de la agilidad y la gracia.

Valoración: me ha gustado. Es un entretenimiento lúdico y curioso, que aporta y sorprende, con más méritos de los que inicialmente uno podría llegar a pensar/atribuirle.

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