sábado, 24 de octubre de 2015

Ajedrez para un detective novato

Cuando eres un niño nadie te explica que las cosas cambian, pero que nada lo hace más que la relación entre querer y hacer. Que en la infancia uno hace lo que quiere y que con los años sólo queda hacer lo que se puede. Que el crecimiento de los "quereres" es exponencial y la de los haceres aritmética (en el mejor de los casos).  Que el aumento de la distancia es inevitable y la frustración cada vez mayor. Que las relaciones de pareja son increibles pero que cuando se consolidan los quereres no se duplican, se triplican, mientras que los haceres como mucho se duplican, que los deseos no entienden de condiciones físicas ni limitaciones de la edad y sin embargo los achaques y limitaciones de los cuerpos aumentan con el paso del tiempo y la productividad del mismo se reduce. Que crecer y envejecer muchas veces tiene que ver con aprender a renunciar.

Quizás por eso a veces uno se frustra.  En un momento en el que parece que estamos mas condenados a vivir para trabajar que en limitarnos a ganar un sueldo para disfrutar, en el que al día le faltan infinidad de horas para hacer "lo que hay que hacer" (ni siquiera lo que se quiere) y en el que el cuerpo cada vez responde peor. 

Algo que hace que uno se identifique con personajes humanos, con criaturas de carne y hueso, gente con la que se identifica sin problema, como los protagonistas de "Bajo la misma estrella" o los personajes que crea Lorenzo Silva, gente que vive en este mundo, que te hace sentir cuando vas pasando las páginas. Capaces de arrancarte esa mirada de alegría amarga o esa sonrisa sentida, que aunque no va a compañada de sonido alguno, encuentra en la comisura de tus ojos la capacidad de transmitir un momento de gozo supremo.

Eso buscaba yo hace casi un mes cuando elegí "Ajedrez para un detective novato" como mi lectura hace cosa de tres semanas. Una vía de escape del día a día, aprovechando un puente largo, una excursión a la playa, una fuga de la realidad. Un camino a la risa fácil, a la carcajada exporádida y al placer de olvidarme de todo tumbado bajo el sol, en una toalla, con el sol mojando mis pies. Pero nada de eso llegó.

Seguramente el error fue mío que deposité demasiadas expectativas en la novela. Mi chica venía de leer "Un puñado de amigos y dos cerezas" y yo quería leer algo que me provocase alguna de esas carcajadas desinhibidas y contajiosas que experimentó a mi lado. Una de esas que todos queremos poder robar (o al menos compartir) de la persona que las está disfrutando. Tres días de una hilaridad contajiosa y de una capacidad de desconexión que quería firmar yo mismo. Pero la novela de Juan Soto Ivars se quedó muy lejos de lograrlo.

Lejos de la risa, de la sonrisa o de la mirada complice, la novela se me hizo pesada, recurrente, en ocasiones forzada. El tono general es aburrido, sin un arranque poderoso, con una zona intermedia bastante apática y un final totalmente esperado casi desde el primer cuarto de la obra.

Una obra impersonal que narrada en primera persona distancia al lector, que nunca se identifica con su protagonista, más bien al revés, acaba por rehuírlo, saturado de todo lo que está leyendo. Un intento frustrado de sucesiones de gags y frases ingeniosas que van alejando cada vez más de la lectura.

El entorno y las situaciones no ayudan, un collage de todo un poco que al final queda en nada. Referencias directas a películas ochenteras (como "El guerrero americano"), momentos cumbres del comic americano (la masacre Morlock del universo de la patrulla X), un imaginario que recuerda por momentos al cine de Schwarzenegger o al Van Damme de Ciborg, al "Sin city" de Robert Rodriguez (pero denigrando sin querer a todos los personajes femeninos que salen en la trama), al Tarantino de Pulp Fiction y, de fondo, constnates imágenes que recuerdan a Jack el Destripador,  alejando al lector de cualquier presunción de novela negra y lo acercan a la sensación de estar viendo el álbum de recortes de un escritor que al alcanzar la edad adulta quiso rendir homenaje a todo lo que le marcó de joven. 

Un quiero y no puedo que me frustró el fin de semana y que finalicé por un ataque de malaleche, convencido de que tenía que poner el punto y final para poder opinar en este blog y prevenir a cualquier ingenuo que estuviese dispuesto a lanzarse a la lectura de esta novela.

Quién quiera una novela iniciática que se toma un poco en serio, que tiene un punto tierno, un personaje carismático, entendible, con el que se puede empatizar y con un proceso de aprendizaje original que te arranca alguna sonrisa de vez en cuando, que lea "un soplo de aire fresco" de Don Winslow (que cumplió de sobra con las espectativas de quién escribe, aunque su secuela no estuviese a la altura)

Quién quiera recordar algo el cine de los 80, con espias, imágenes del colectivo popular, algo de ficción bien llevada, un personaje carismático condicionado por los hilos del destino y con acción en pequeñas dosis pero bien llevado, que no dude e invierta su tiempo en localizar "La mirada de las furias" de Javier Negrete, una novela que no le defraudará.

Nota para "Ajedrez para un detective novato": 4

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