lunes, 19 de agosto de 2013

Las garras del águila


“Las garras del águila” es la tercera de las novelas de la serie que Simon Scarrow ha escrito con el legionario Cato como protagonista.

Lo más fácil sería salir del paso con un post del estilo “esta tercera entrega es una continuación de las anteriores (…)”. Sobre todo de la segunda y continúa con la narración del intento de conquista de Britania por parte del Imperio romano. Cambian las tribus bárbaras a las que se enfrentan pero básicamente es lo mismo.

Como suele suceder cuando se simplifica, todo lo dicho arriba es verdad, pero sólo una parte de la verdad y si que hay cambios, para mí significativos, con respecto a las dos entregas anteriores.

El protagonista de la novela es Cato. Punto. Frente a las dos ocasiones anteriores en las que la novela era coral, o al menos también narraba parte de la historia desde la perspectiva del Centurión Macro y del Legado Vespasiano, en esta entrega la situación cambia. 

Macro pasa a ser un mero acompañante, una simple comparsa que incluso desaparece en algunos tramos de la obra. Una ausencia que puede tener su justificación en el hecho de que Cato ha evolucionado y cada día representa más el sentir del legionario y del ciudadano romano de clase media-baja y menos el sentir de quien se ha criado en Palacio. 

Con Vespasiano la situación también cambia. Sin la presencia de Tiberio en las postrimerías y sin el ronroneo de las posibles conspiraciones y los atentados contra el emperador de fondo, la figura del Legado se circunscribe al ámbito militar donde es menos llamativa, salvo, quizá, por algún lance particular en donde cobra algo más de relevancia.

 Sus intervenciones sirven para mostrar la otra realidad del ejército, la de los altos cargos que saben que esa es una guerra que va a tener un elevado coste en vidas humanas y que la conquista final de Britania, si es que se produce, aún está lejana.

Sin conjuras políticas de por medio la novela podría haberse convertido en un mero peplum de acción, en las correrías y andaduras de un grupo de soldados en territorio enemigo, obligados a luchar hasta la extenuación. Afortunadamente Scarrow incluye la figura de Boadicea a la mezcla y permite al lector conocer una perspectiva totalmente distinta a la que estamos acostumbrados a ver en la serie.
La guerrera iceni muestra al Imperio Romano como una maquinaria burda y dictatorial que apaga las voces distintas a la suya y despoja a los territorios conquistados de su propia identidad con la consiguiente pérdida cultural. 

En Boadicea el autor muestra la otra cara de la historia, la de los sometidos por el yugo romano, la de la gente que aún asimilada al Imperio nunca lo sintió como tal, la del irredento que espera a que llegue su oportunidad para liberarse y poder recuperar sus costumbres y sus raíces.

La crítica al pueblo romano no es la única y convendría destacar una discursión “tirante” que sostiene Macro con Diomedes, un comerciante griego, quien defiende el mercadeo de productos mediterráneos como forma de lograr adhesionar a los pueblos bárbaros en lugar del innecesario  derramamiento de sangre.

Si el paso de la obra colectiva al protagonista único dinamiza la  novela el cambio de temática dota al conjunto de una mayor profundidad y enriquece al lector.  “Las garras del águila” no es un novelón,  pero si una lectura entretenida, que gestiona mejor la acción que sus antecesoras y que sirve para pasar un rato bastante entretenido.

Para mí un 6,5

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