“Las garras del águila” es la
tercera de las novelas de la serie que Simon Scarrow ha escrito con el
legionario Cato como protagonista.
Lo más fácil sería salir del paso
con un post del estilo “esta tercera entrega es una continuación de las
anteriores (…)”. Sobre todo de la segunda y continúa con la narración del
intento de conquista de Britania por parte del Imperio romano. Cambian las
tribus bárbaras a las que se enfrentan pero básicamente es lo mismo.
Como suele suceder cuando se
simplifica, todo lo dicho arriba es verdad, pero sólo una parte de la verdad y
si que hay cambios, para mí significativos, con respecto a las dos entregas
anteriores.
El protagonista de la novela es
Cato. Punto. Frente a las dos ocasiones anteriores en las que la novela era
coral, o al menos también narraba parte de la historia desde la perspectiva del
Centurión Macro y del Legado Vespasiano, en esta entrega la situación cambia.
Macro pasa a ser un mero
acompañante, una simple comparsa que incluso desaparece en algunos tramos de la
obra. Una ausencia que puede tener su justificación en el hecho de que Cato ha
evolucionado y cada día representa más el sentir del legionario y del ciudadano
romano de clase media-baja y menos el sentir de quien se ha criado en Palacio.
Con Vespasiano la situación también
cambia. Sin la presencia de Tiberio en las postrimerías y sin el ronroneo de
las posibles conspiraciones y los atentados contra el emperador de fondo, la
figura del Legado se circunscribe al ámbito militar donde es menos llamativa,
salvo, quizá, por algún lance particular en donde cobra algo más de relevancia.
Sus intervenciones sirven para mostrar la otra
realidad del ejército, la de los altos cargos que saben que esa es una guerra
que va a tener un elevado coste en vidas humanas y que la conquista final de
Britania, si es que se produce, aún está lejana.
Sin conjuras políticas de por
medio la novela podría haberse convertido en un mero peplum de acción, en las
correrías y andaduras de un grupo de soldados en territorio enemigo, obligados
a luchar hasta la extenuación. Afortunadamente Scarrow incluye la figura de
Boadicea a la mezcla y permite al lector conocer una perspectiva totalmente
distinta a la que estamos acostumbrados a ver en la serie.
La guerrera iceni muestra al
Imperio Romano como una maquinaria burda y dictatorial que apaga las voces
distintas a la suya y despoja a los territorios conquistados de su propia
identidad con la consiguiente pérdida cultural.
En Boadicea el autor muestra la
otra cara de la historia, la de los sometidos por el yugo romano, la de la
gente que aún asimilada al Imperio nunca lo sintió como tal, la del irredento
que espera a que llegue su oportunidad para liberarse y poder recuperar sus
costumbres y sus raíces.
La crítica al pueblo romano no es
la única y convendría destacar una discursión “tirante” que sostiene Macro con Diomedes,
un comerciante griego, quien defiende el mercadeo de productos mediterráneos
como forma de lograr adhesionar a los pueblos bárbaros en lugar del innecesario
derramamiento de sangre.
Si el paso de la obra colectiva
al protagonista único dinamiza la novela
el cambio de temática dota al conjunto de una mayor profundidad y enriquece al
lector. “Las garras del águila” no es un
novelón, pero si una lectura
entretenida, que gestiona mejor la acción que sus antecesoras y que sirve para
pasar un rato bastante entretenido.
Para mí un 6,5
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