domingo, 10 de febrero de 2013

El alquimista impaciente - Serie de Bevilacqua y Chamorro, vol. 2

Cuando decidí que antes de "la marca del meridiano" iba a aprovechar para releer las novelas anteriores de la serie lo hice movido por la nostalgia y las ganas de reencontrarme con Bevilacqua y Chamorro, un intento (supongo que un tanto pueril) de poder volver a acercarme a ellos como la primera vez, buscando recordar las sensaciones que me produjo su primera lectura.

No ha sido la primera ocasión en la que he hecho algo parecido (ésta ha sido la tercera vez que he leído "El alquimista impaciente") pero esta vez he dejado transcurrir más tiempo y, como era de prever (y temer), parte del efecto no se ha producido, perdido posiblemente por los cambios experimentados por quien la leía.

Que me hago mayor no es una sorpresa para nadie (ni siquiera para mí por mucho que me sigo viendo con 20 años cuando miro al espejo) pero si la cantidad de cosas a las que no había prestado atención en su lectura en las ocasiones anteriores. Ante mis ojos ha aparecido uno de los mejores retratos del carácter mediterráneo y una explicación parcial pero real del porqué de los males (al menos de una gran parte) que estamos sufriendo en los últimos años.

Siempre he pensado en "El alquimista impaciente" como una novela algo distinta dentro del conjunto de la serie. El resto (de las cinco primeras novelas y la colección de relatos "Nadie es mejor que nadie y...") está marcado por los comportamientos individuales y sesgados de una serie de individuos, españoles sí (y por ende mediterráneos) pero narrada desde una perspectiva de vista más aislada y no como clara manifestación de una tara cultural colectiva.

"El alquimista..." en cambio describe un patrón de comportamiento que rige (impera y gobierna) a un porcentaje inusitadamente alto de españolitos de a pie (entre los que imagino a mi pesar que se me podría incluir), esos que consideran que las cosas están ahí para ser tomadas y que si uno no lo hace lo va a acabar haciendo el que viene detrás  ¡¡ y encima, se te va a quedar cara de tonto!!. Eso sí que no, antes me agarro a esa explicación tan vacía (sólo superada por el requeteusado politicamente "pues tú más") y lo hago y no me preocupo de si en el camino alguien sale perdiendo (porque defraudas a Hacienda o a la Seguridad Social, etc...), pues eso es el problema "de esos otros" que no han sido lo suficientemente listos o no han estado preparados para coger la oportunidad al vuelo como lo he hecho yo.

Esa mentalidad, esa forma de ser, es la que marca el triste destino de Trinidad Soler (el muerto de la historia), cuya muerte en inusitadas circunstancias tratan de esclarecer Bevilacqua y Chamorro, pero también el del conjunto de personajes que aparecen en la novela,  sea con un rol importante (como los empresarios Críspulo Ochaita y León Zaldivar) o secundario (como los residentes que viven cerca de la central nuclear pero lo aceptan sin discursión porque es gracias a lo que viven dejando a un lado los posibles riegos para sus vidas).

Evidentemente un comportamiento individual no marca el devenir de una sociedad pero cuando ese comportamiento es ensalzado y alabado por los demás, cuando cala en todos nosotros, acaba por convertirse en un leitmotiv grupal capaz de acabar con todo. Sería fácil (y muy cómodo) creer que los males de esta sociedad tienen su origen en personas como Ochaita o Zaldivar, que cuando echan a "rodar" son una avalancha imparable, pero la realidad es que realmente son "sólo" esa pequeña bolita de nieve que comienza su andadura en la cima de la montaña, la avalancha final no es más que el resultado de toda esa "nieve desarraigada", un montón de Trinidades Soler cualquiera, que movidos por dinero o cualquier otra motivación, aceptan  seguirles el juego y a aceptar sus premisas.

Me he pasado la última década criticanto a los italianos por aceptar y resignarse a vivir en un sistema en el que la corrupción no necesita esconderse y está en boca de todos. Cada particular, cada ciudadano, sabe en mayor o menor medida los nombres de cuantos están a su alrededor y aceptan "esas reglas de juego". No entendía, en mi gran ingenuidad, como era posible que la gente no lo viese y no hiciese nada para cambiarlo, hoy me doy cuenta de que no es así, de que simplemente lo aceptan porque ven en quienes lo hacen el reflejo de lo que ellos mismos harían/querrían hacer si estuviesen en su lugar, un reflejo magnificado de su (nuestro) comportamiento cotidiano. ¿Si no somos capaces de reconocer ese "hambre", esa tendencia a transgredir las normas para conseguir un provecho propio aún a costa de perjudicar a todos los demás, cómo vamos a ser capaces de levantarnos para cambiar esa situación? ¿Cuál es el detonante?¿qué nos lleva a ser así? y, lo que es más importante, ¿existe un punto de no retorno? ¿lo hemos alcanzado?

Creo que una parte importante de la novela trata de eso y sería fácil decir que el gran mérito de su autor es conseguir tratar ese tema y conseguir que el conjunto sea entretenidísimo y muy interesante, sin que en ningún momento nos sintamos cuestionados, y lo es pero lo cierto es que lo que hay que tener en cuenta es que fue capaz de hacerlo hace trece años... desde entonces la cosa sólo ha ido a mas. Y que, además, nos deja un atisbo de esperanza en la figura de un Bevilacqua embargado por la tristeza y la incomprensión hacia el difundo y una motivación que es incapaz de compartir.

Termino este post con un poco de rubor, el que me pone el ser consciente de que todo esto (y ahora me refiero sólo al contenido de la novela) ha estado ahí, ante mis ojos, y no he sido capaz de verlo, pero también con la excitación de quien sabe que ha encontrado un pequeño tesoro y espera que sea el primero de muchos otros que aguardan en otras relecturas venideras. La próxima, cuando le vuelva a tocar el turno a Lorenzo Silva, será "la niebla y la doncella" para mí la mejor novela de la serie hasta la fecha.

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