domingo, 13 de mayo de 2012

El niño 44

Hace unos años mi padre me contó la historia de un viaje que hizo a Valencia durante su juventud, fue durante  un periodo especialmente difícil de España pero para mi eso era un dato insignificante.

En aquel momento la "batallita" la tomé como como cualquier otra historia de adolescencia que comparten dos personas en un momento dado, una demostración más del desafío de una persona joven a la autoridad paterna, incapaz de atribuir cualquier otro significado a la preocupación de mi abuelo que la habitual de todo progenitor cuando su "prole" se propone a llevar a cabo cualquier actividad extraordinaria. Mi bagage personal hacía imposible llegar a valorar la situación en todo su crudeza porque hay situaciones, como el miedo fruto de las situaciones vividas, que uno no puede entender si no las ha pasado, ni existe libro de texto ni documental capaz de hacérnoslo llegar. Tal vez un día lleguemos a tener ese "cine" interactivo y sensorial que aparece en "Un mundo feliz" de Aldous Huxley y podamos llegar a "sentir" esas experiencias en toda su magnitud pero, hasta entonces, parecen fuera de nuestro alcance.

Ha sido la lectura de "El niño 44" la que ha traído ese recuerdo a mi memoria. Gracias a él (o por su culpa) me he dado cuenta de ese abismo inmenso que se produce entre las generaciones cuando una de ellas ha experimentado situaciones extremas. Con la gran mayoría de autores (como con las historias que me contaba mi padre... no es que le haya pasado nada, simplemente ahora hablamos de otras cosas: deporte, libros, etc...) se produce un "gap", un vacio en la narración: quien cuenta la historia omite los elementos externos porque como forman parte habitual de su día a día llega a darlos por sentado; quien "la recibe" sitúa la historia en el recuerdo más similar que tiene, rellenando esos huecos "como puede". Entre lo uno y lo otro esa información se pierde y la historia se desnaturaliza.

Con la obra de Tom Rob Smith no es factible que eso suceda porque toda ella está marcada por el momento temporal en que se ubica. La rusa stalinista (o post stalinista porque Stalin muere durante la narración) es algo "tan distinto" a lo que estamos acostumbrados a ver/leer que se convierte en el elemento básico y fundamental de la narración, por encima de la investigación de la muerte de unos niños.

Acostumbrados a sociedades democráticas donde el individuo (al menos en teoría) tiene un margen de crecimiento y desarrollo ilimitado e independiente, nos encontramos en una sociedad de "hormigas" donde cada individuo no es más que una ínfima parte del "sistema", donde la capacidad para pensar con independiencia y desarrollarse como persona queda supeditado al bien común. Una sociedad que se construye  a través del miedo. Un miedo completo, total y absoluto, que forma parte del día a día de todas las personas y que, en general, quien aquí escribe no ha llegado a experimentar de forma parecida. Mi miedo cotidiano parece trivial con respecto al de los protagonistas quizás porque el suyo es un miedo constante, una sombra que siempre se yergue sobre ellos acogotándoles, reconduciéndoles, condicionando su manera de actuar. No son situaciones puntuales, es un miedo absoluto, a todo...no basta con evitar hacer algo malo es que no se puede hacer nada que se salga de lo "normal" para no levantar sospechas y consiste, además, en evitar tener problemas con cualquier persona (incluso de la propia familia) pues cualquiera puede delatarnos y el sistema, sin cuestionarse la autenticidad de la afirmación, como medida preventiva (y definitiva,  condena sin más.

En ese entorno las peripecias de Leo Demidov, el ex agente del MGB, cobran un nuevo significado. Su búsqueda de un asesino que se aprovecha de la propia idiosincracia de un sistema incapaz de aceptar su mera existencia obliga a llevar la investigación en la más absoluta clandestinidad, eludiendo las miradas de quienes hasta entonces eran sus compañeros, mientras intenta asimilar su nueva situación personal y se ve obligado a plantearse las lealtades y afinidades de cuantos le rodean.

"El niño 44" es una novela particularmente dura que retrata una realidad tan ajena a la nuestra que casi parece inventada. Cuesta hacerse a la idea de que apenas 60 años atrás en un país europeo se pudiese estar viviendo una situación parecida a la que se narra. Sin embargo es así y la capacidad de trasladar todo ese clima, ese ambiente pernicioso, a nuestros hogares es posiblemente el mayor mérito del autor. 

A medio camino entre la novela negra y el retrato social la novela funciona bien porque la realidad que plasma no aparece adulterada ante nuestros ojos. Sus personajes son creíbles, sus dudas, sus dilemas, sus conflictos son auténticos y, lo que es más importante, se nos facilitan los mecanismos para llegar a entenderlos a pesar de no haber llegado a pasar por una situación similar. El miedo que sustenta toda la obra nos impregna y se instala en nuestro interior. Odiamos a Vasili, queremos a Raisa y nos solidarizamos con todos y cada uno de los habitantes de la nación rusa que pasan ante nuestros ojos.

El único PERO real que le puedo poner a la novela es quizás ese, que es "tan real" que duele. Hace que te cuestiones qué es lo que está pasando en otros lugares, que es lo que no te están mostrando (o peor, no estás queriendo ver) siempre protegido bajo ese rótulo en el que pone "Estado de Bienestar" y por todo esa ingente cantidad de justificaciones morales que elucubramos para justificar nuestro "aislamientos emocional" ante las desgracias ajenas. Quizás por eso me cueste tanto ponerme en marcha y buscar la segunda novela de esta trilogía. Estoy convencido de que lo que está por venir no va a ser bueno...nada bueno puede salir de "esa sociedad" y el cambio, según la historia, tardará todavía en llegar. Si lo dejo aquí tal vez sea capaz de engañarme y creer que Leo Demidov podrá seguir viviendo una vida agradable y placentera junto a sus hijas y yo no tendré que pasarlo mal por él y por los suyos... ni me tendré que plantear cuántas sociedades actuales tienen las mismas carencias que la sociedad rusa de los años 50. No deja de ser curioso (y muy triste) que lo que convierte esta novela en algo reseñable sea lo mismo que me lleva a levantar un muro que me aleja de ella.

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