jueves, 1 de diciembre de 2011

Las perfecciones provisionales

 Supongo (espero) que mi tendencia a catalogar y etiquetar las cosas, a comparar y establecer preferencias , sea más un rasgo distintivo que un defecto insubsanable. Aunque me gustar pensar que está más cerca de lo primero que de lo segundo, reconozco que a veces tengo mis dudas. Dudas que se acrecentan tan pronto como expongo públicamente esa parte privada de mí que subyace en esas elecciones.

Por mucho que lo niegue públicamente tengo mis preferencias en casi todo: cine, música, series de televisión y, por supuesto, libros. De hecho espero conmemorar mi primer año con el blog (si las circunstancias lo permiten) con una particular (y ficticia) entrega de premios. Entonces, como ahora, estoy convencido de que me resultará muy difícil explicar el porqué de ciertas elecciones, sólo puedo prometer intentarlo.

Dentro de la novela negra actual (o de las novelas que las editoriales engloban dentro de este amplio grupo) para mí existen tres subgéneros que me permiten etiquetar a la mayor parte de los autores: la americana (más norte que sur, pero americana, a fin de cuentas), la nórdica y la mediterránea. Sé que hay más, supongo que tantas como lectores, pero mis bloques de lectura dentro del género encuentran acomodo en estas tres grandes categorías, si bien soy consciente de que siempre hay excepciones, como la inclasificable (y querida) Fred Vargas o mi más reciente descubrimiento, Rosa Ribas.

Si alguien me pregunta, dependiendo del momento, existen un grupo de autores que se suceden en  la lucha por los puestos más elevados de mi podio particular. Una fluctuación que procuro evitar circunscribiendo la respuesta al tipo de novela de la que estamos hablando. Así, dentro de la novela norteamericana la cúspide la ocupa la extraña pareja formada por Dennis Lehane y John Connolly. Entre los nórdicos peco de poco popular pues, aunque incluyo a Henning Mankell mis preferencias actuales se decantan (cada vez más) por la maltratada serie en España de Konrad Sejer, el inspector creado por Karin Fossum y por el increible Jo Nesbo. Finalmente, dentro de la novela mediterránea se cobijan algunos de mis autores favoritos: el extinto Jean Claude-Izzo, Donna Leon, Petros Markaris o Andrea Camilleri.

Dentro de esta gran selección, de esta criba criminal que a ojos de más de uno me habrá hecho perder muchos puntos, faltan dos autores que para mí destacan a pesar de que no todo lo que escriben se circunscribe al género negro. Uno es español, se llama Lorenzo Silva y "su" Ruben Bevilacqua y "su" Alicia Chamorro eran hasta hace poco quienes coronaban mi Olimpo literario particular en solitario. Desde hace cosa de tres años comparten el puesto ex aequo con Guido Guerrieri, el abogado creado por Gianrico Carofiglio, que tantas buenas tardes me ha dado con sus cuatro novelas publicadas hasta ahora y cuya quinta espero como agua de mayo.

Intentar explicar el por qué sería algo parecido a intentar explicar por qué me conmueve "El Fantasma de la Ópera" de Gaston Leroux o como puedo encumbrar un relato tan corto como "El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde" de Stevenson, supongo que todo se reduce a una mera cuestión de piel.

Guido Guerrieri tiene algo de cada uno de los personajes que más sigo de la novela mediterránea: la Italia de Brunetti con esa corrupción que mancilla las instituciones y ese gusto exquisito por la buena comida; la desesperación ante la vida que tiñe la mirada de Fabio Montale o la capacidad de Bevilacqua para  diseccionar la realidad actual con un par de comentarios afilados bajo una mirada hostilmente romática.  Pero lejos de convertirse en un mero "pastiche", el abogado de Bari se ha convertido en un ente complejo, real, tangible, que presenta la realidad mediterránea cotidiana con verosimilitud, sin dejar de lado las miserias de los individuos que la conforman: la soledad de quien sólo tiene consuelo en el trabajo, la de aquel que se enfrenta a un divorcio y cree que la vida pierde todo el sentido o aquel otro que intenta rehacer su vida y reencontrarse consigo mismo cuando aún hay tiempo. A lo largo de las cuatro novelas que se han publicado hasta ahora (¡ojala mi querida Karin fuese tratada con el mismo respeto!) se encuentra en constante cambio, fruto de la vida y las distintas pruebas a las que nos va sometiendo.

Guerrieri tiene algo que muchos otros personajes no tiene, una capacidad innata para generar empatía en el espectador ante cuanto le acontece. Es una persona normal (no sé si como tú que lees este post, pero desde luego, sí como yo), cuyos pensamientos y dudas me resultan totalmente familiares pues en uno u otro momento hemos pasado, sino por el "mismo lugar", por alguno muy parecido.

No soy parcial pero posiblemente ese es el gran mérito de Carofiglio, su capacidad para  haber construido un personaje que se te mete "bajo la piel", al que le coges cariño y con el que sufres cada vez que cae. Y otra cosa no pero "caer", lo que se dice "caer", Guerrieri lo hace con frecuencia y no siempre con elegancia. Y es que en el mundo de los mortales, donde si a uno le golpean pierde el sentido más pronto que tarde, resulta inevitable que el protagonista se equivoque, incluso cuando él mismo es consciente del grave error que está cometiendo. Incluso a veces, cuando es capaz de rehuir la tentación,  cuando obra bien, acaban saliéndole mal las cosas, pero eso también pasa.

"Las perfecciones provisionales" es, posiblemente, la mejor novela de la serie hasta la fecha. Quien lea la contraportada puede que espere encontrarse con una novela de investigación muy clásica, posiblemente esa persona deba seguir esperando...y esperando... y esperando... pues no lo es. La búsqueda en la que se sumerge Guerrieri tiene el resultado cantado desde el principio. No lo dudan los padres de la chica que ha desaparecido, no lo hacen los carabinieri ni, durante la mayor parte de la novela, lo hace "nuestro" abogado. Pero es el precio a pagar para seguir explorando a nuestro protagonista y la sociedad que le ha tocado vivir. 
 
Es esta una novela nostálgica, donde conocemos algo más de lo que fue su pasado antes de convertirse en abogado y de la suerte dispar que ha tenido quienes estudiaron con él. También es un claro reflejo del gran salto generacional que se ha producido en las últimas dos décadas, donde los avances tecnológicos y sociales y conceptos como la universalidad y el cosmopolitismo han ido distanciando a los padres y los hijos. Es una novela dura, sin necesidad de ver sangre en ningún momento y sin que la violencia haga más que una mera presencia testimonial al final. Una obra sobre la madurez y el arrepentimiento, sobre la soledad y la necesidad de compañía, sobre el complejo de Peter Pan y ese extraño gen que parece que tenemos algunos "tíos" por el que nos convertimos en tontos babosos si se nos acerca alguien mucho más joven y nos dirige una simple mirada.
Pero también es un canto para la esperanza, ese, precisamente, del que carece la obra de Jean Claude-Izzo, porque mientras que a Montale le acaba dando alcance siempre "el destino" que la sociedad ha escrito para él, Guerrieri todavía tiene salvación. Quizás porque él no es inmigrante, o porque Bari no es Marsella, o porque forma parte de una clase media con cierta influencia o quizás, ¿por qué no?, porque en su momento eligió seguir adelante y levantarse, seguir luchando sin perder la esperanza.
 
No sería justo terminar sin reseñar que hay algo más que me vuelve loco de esta novela, el uso de referencias cinéfilas, literarias y musicales de Gianrico Carofiglio a lo largo de la obra, que  muestran situaciones y lugares con un detalle que no siempre es posible alcanzar mediante palabras. Supongo que parte de su efecto reside en moverse en la misma sintonía que el autor, funcionar con las mismas referencias pero, sea por lo que sea, reconozco que me cuesta mucho poder mirar mal a alguien capaz de hacer referencia de una forma u otra a Leonard Cohen, "Loca academia de policía", "Snoopy", Paul Valery, la película "Philadelphia" o la serie de novelas escritas por Michael Connelly con Harry Bosch como protagonista, sin perder un ápice de coherencia y credibilidad.
 
Si esto fuese la revista "Fotogramas" ahora tendría un rinconcito minúsculo en el que poner algo así como "Lo mejor" y "Lo peor". Como no tengo nada que envidiar a ninguna revista, por buena que sea, he aquí mi final:
Lo peor: que ya no podré volver a leer esta novela por primera vez. Afortunadamente eso no me va a impedir leerla tantas veces como quiera.
Lo mejor: El taxista lector y, por supuesto, el dúo formada por Nadia y Baskerville.

No hay comentarios: