martes, 12 de julio de 2016

Prométeme que serás delfín



En un momento convulso en el que la sociedad española no termina de tener claro lo que quiere y donde la incertidumbre política se perpetúa desde hace meses, la novela de Amelia Noguera me parece un soplo de aire fresco, una visión global de muchos de nuestros problemas y de cómo el mayor de todos, el de fondo, no es tanto político como social.

Vivimos en sociedades marcadas por la competitividad, por sistemas rígidos y poco flexibles que tienden a subyugar la capacidad individual de cada uno a roles muy definidos que encasillan y desubican, que desnaturalizan a las personas, privándoles de su capacidad creativa, de márgenes de maniobra, de la holgura para explotar su potencial y que puedan desarrollarse plenamente como personas.

Imaginación, creatividad, individualismo (hasta cierto punto), inventiva... son características que poco a poco van desapareciendo de nuestro sistema, provocando una desnaturalización que nos acerca, poco a poco, a modelos más propios del reino animal, como el de las hormigas.

Se busca la productividad, la generación de riqueza, el situarse en un peldaño superior, el triunfo a través de la posición que se ocupa a nivel laboral, a primar sobre otros dejando de lado cualquier hecho diferencial.

Lejos quedan los que no poseen estas características: ancianos, inmigrantes, personas con enfermedades que rompen los moldes... todos aquellos que aumentan los costes, a los que se ha impuesto etiquetas porque no se engloban dentro de los "normales", de los que suman.

Con ellos el modelo no es sostenible, por eso hay que  hacerlos desaparecer, cribando la población y ofreciendo los recursos a aquellos que realmente lo merecen, los que luego van a devolver la inversión con creces a la sociedad. Para triunfar como especie y salir adelante hay que dejar de ser humanos, ser máquinas en una cadena de producción.

De eso habla Amelia Noguera en la novela, donde el fallecimiento de una profesora sirve como hilo conductor para hablar de lo que está pasando en la sociedad desde distintas perspectivas, explicando la situación desde el punto de una doctora que sufre las peores características de la sociedad actual y no sólo en su trabajo porque también es madre de una niña hiperactiva, que va a un colegio público dejado de la mano de Dios, con un núcleo de profesores titulares que no creen en lo que hacen, con compañeros de clase que acaban convertidos en el reflejo de su profesora en una especie de experimento pauloviano y una dirección que se desentiende del problema; de expertos pedagogos y terapeutas mediatizados por las pautas marcadas desde gobernantes que no conocen la materia, separada de un marido que se vio desbordado por la situación hace muchísimos años, incapaz de asumir la responsabilidad y el compromiso que la existencia de su hija le suponía.

Podría parecer un personaje extremo, situada en un momento casi imposible para el resto de la humanidad, alguien marginal... no lo es. 

Cada vez son más los casos de personas que acumulan un sin fin de circunstancias que condicionan su vida hasta el punto de que viven lo que pueden desbordados por todo lo que se les viene encima. En su caso, además, amplificado porque trabaja para la Administración y es la primera dispensadora de servicios en un momento donde el sistema no quiere que sea médico sino máquina expendedora y sólo para algunas personas.

La novela es muy real, muy "del día a día" y duele, porque o somos como ella... o lo vivimos alrededor... o sabemos que tal y como van las cosas más pronto que tarde nos llegará esa misma situación.

La historia tiene además una segunda perspectiva (quizás la más importante, aunque inicialmente no lo parezca), la de una compañera de clase de la hija de la doctora, que cuenta cómo ha sido su formación y lo que es su realidad y la forma en la que la procesan. 

Habla de lo que ven en sus casas y en sus clases, de los parados, de la crisis, de los problemas económicos, de la desconfianza de los mayores ante lo que pasa en la sociedad, de la refundición de la idea y concepto de familia, de la educación en general y de la pública en particular, de la gente que trabaja sin vocación y, por encima de todo, de cómo estamos creando monstruos, niños que dejan de serlo porque no se les da margen siempre maniatados y condicionados por la educación recibida, la falta de tiempo para ellos de cuantos les rodean, de la importancia de la figura del abuelo y del educador, alguien que les enseñe a disfrutar de las cosas y del momento, de poder ser ellos mismos, de ser niños.

La investigación (tanto la policial como la infantil) del fallecimiento de Adela, la profesora de ese grupo de niños, es el hilo conductor constante de una narración que se desdobla entre la perspectiva de una madre y de una alumna, para construir una visión bastante acertada (aunque triste y apagada) de la sociedad actual, prestando voz a diversos colectivos que no son escuchados (mayores, enfermos, niños).

El estilo es bastante agradable aunque directo, ataca a los políticos sin enumerar pero también a quienes deben determinar el futuro del país, los propios ciudadanos, las personas que habitamos en este mundo  y que nos limitamos a dejarnos ir siguiendo el flujo de las circunstancias, resignados ante una situación que no es definitiva pero requiere del esfuerzo de todos para mejorar, empezando desde nuestras casas, recuperando lo más importante, las ganas de vivir y disfrutar de lo que hacemos. Siendo nosotros mismos. Siendo delfines.

A nivel personal me ha gustado porque me ha hecho pensar. 

No he entrado en las consideraciones políticas de la novela porque quizás sean demasiado directas y me quedo más bien con la idea de que esta sociedad, que cada vez gusta a menos, es el fruto de lo que hacemos y que está en nuestra mano cambiarlo, no sólo a través de elecciones, sino a través de un cambio de concepción de la vida, de volver a los orígenes, a lo que somos, a procurar disfrutar de lo que hacemos, de lo que tenemos y de cuántos nos rodean.

Me gusta la forma en que está escrita, es una prosa suave, sencilla, que con poco cuenta mucho (porque se dice un montón en un relato que realmente no es muy largo). Se lee con rapidez (en poco más de tres horas se puede dar cuenta de la novela aunque la temática haga recomendable dosificarla en un par de días) y tiene un estilo propio. 

Paso demasiado tiempo leyendo en inglés y (aquí pido perdón a los traductores porque su labor es imprescindible) al final con tanta traducción de pierde algo del hecho diferencial de cada autor, de su elección de palabras, de su forma de escribir. 

En eso Amelia Noguera me recuerda mucho a Lorenzo  Silva, autores con un estilo propio al escribir muy marcado, que deja huella porque cuando los lees acabas reconociendo las cosas que les hacen únicos. Algo muy importante cuando es de lo que se habla en toda la obra, la importancia de ser uno mismo, con las virtudes y carencias que nos hacen irrepetibles.

Valoración: me gusta. Recomendé la novela cuando aún la estaba leyendo y lo hago ahora que la he finalizado, porque a pesar del mensaje y de la dureza de su final, creo que hay mensajes que tienen que ser difundidos.

Música: por el mensaje,  "Las ganas" de Dani Martín, por el ritmo y porque normalmente acaba por ponerme de buen humor David Otero (antes "El pescao") "Una vez más".

No hay comentarios: